Primera parte: Los elementos psicológicos de los movimientos
revolucionarios
Libro I:
Características generales de las revoluciones
Capítulo II
Revoluciones religiosas
§ 1. - La importancia
del estudio de una revolución religiosa en la comprensión de las grandes
revoluciones políticas.
Parte de este trabajo se dedicará a la Revolución francesa.
Está llena de violencia que, naturalmente, tiene sus causas psicológicas. Estos
eventos excepcionales siempre llenan de asombro e incluso parecen
inexplicables. Sin embargo se vuelven comprensibles si se considera que la
Revolución Francesa, que se constituyó en una nueva religión, obedeció las
leyes de la propagación de todas las creencias. Su furia y sus hecatombes se
vuelven muy inteligibles. Mediante el estudio de la historia de una gran
revolución religiosa, la Reforma, veremos que muchos de los elementos
psicológicos que se manifestaron allí también actuaron durante la Revolución
Francesa. En una y otra se constantan la escasa influencia del valor racional
de una creencia sobre su propagación, la ineficacia de la persecución, la
imposibilidad de la tolerancia entre las creencias contrarias, la violencia y
las luchas desesperadas resultante de los conflictos en los diversos momentos.
Se observa también el aprovechamiento de una creencia por intereses muy ajenos
a esa creencia. Por último vemos que es imposible cambiar las convicciones de los
hombres sin modificar también su existencia. Constatados estos fenómenos
quedará claro por qué el evangelio de la Revolución se extendió por los mismos
métodos que los evangelios religiosos, el de Calvino en particular. No podría
haberse de otro modo. Pero si hay analogías entre la génesis de una revolución
religiosa, tal como la Reforma, y una gran revolución política como la nuestra,
sus orígenes lejanos son muy diferentes y esto explica su desigual duración. En
las revoluciones religiosas ninguna experiencia puede revelar a los fieles que
estaban equivocados, ya que tendrían que viajar al cielo para averiguarlo. En
las revoluciones políticas se experiementa más rápidamente el error de las
doctrinas y eso obligó a abandonarlas. De este modo, al final del Directorio,
la aplicación de las creencias jacobinas había llevado a Francia a un grado tal
de ruina, miseria y desesperación que incluso los más salvajes jacobinos
tuvieron que renunciar a su sistema. Sobrevivieron sólo algunas de sus teorías
no comprobables por la experiencia, como la felicidad universal que la igualdad
haría reinar entre los hombres.
§ 2. - Los inicios de la Reforma y sus primeros seguidores.
La Reforma acabó ejerciendo una
profunda influencia en los sentimientos y las ideas morales de muchos hombres.
Menos ambiciosa en sus inicios, empezó como una simple lucha contra los abusos
del clero, y desde el punto de vista práctico buscaba la vuelta a las
exigencias del Evangelio. Nunca constituyó, en cualquier caso, como se ha
afirmado, una aspiración a la libertad de pensamiento. Calvino era tan
intolerante como Robespierre y todos los teóricos de la época creían que la
religión de los individuos tenía que ser la del príncipe que los gobernaba. En
todos los países donde triunfó de hecho la Reforma, el rey sustituyó al Papa
romano, con los mismos derechos y el mismo poder. La falta de publicidad y las
comunicaciones hizo que la nueva fe se transmitiera al principio de forma
relativamente lenta en Francia. Fue alrededor de 1520 cuando Luthero reclutó
algunos seguidores y sólo alrededor de 1535 la creencia se extendió lo
suficiente para que pudiera juzgarse necesario quemar a sus discípulos. De
acuerdo con una ley psicológica conocida, las ejecuciones no hicieron más que
promover la difusión de la Reforma. Entre sus primeros fieles había sacerdotes
y magistrados, pero predominaban con mucho los artesanos modestos. La
conversión tuvo lugar casi exclusivamente por contagio mental y sugestión. Una
vez que una nueva creencia se extiende, vemos agruparse a su alrededor grupos
numerosos de hombres indiferentes a la creencia, pero que encuentran en ella
excusas para desatar sus pasiones y deseos. Este fenómeno se observó en los
primeros momentos de la Reforma en varios países, como Alemania e Inglaterra. Lutero
enseñó que el clero que no necesitaba riquezas; los señores alemanes
encontraron excelente una religión que les permitía apoderarse de las
propiedades de la Iglesia. Enrique VIII se enriqueció de esa manera. Los
gobernantes, frecuentemente molestados por los papas, en términos generales no
podían ver sino con ojos favorables una doctrina que añadía a su poder político
el poder religioso, haciendo cada uno de ellos un papa. Por tanto lejos de
disminuir el absolutismo de los señores la Reforma lo exaltó.
§ 3. - Valor racional de las doctrinas de la Reforma.
La Reforma trastornó Europa y casi arruinó a Francia, que se transformó
durante cincuenta años en un campo de batalla. Nunca causas tan insignificantes
desde el punto de vista racional produjeron efectos tan catastróficos. Es una
de las innumerables pruebas que demuestran que las creencias se propagan sin
ninguna razón. Las doctrinas teológicas que entonces levantaron tan
violentamente las almas, especialmente las de Calvino, son desde el punto de vista
de la lógica racional indignas de consideración. Muy preocupado por su
salvación, dominado por un miedo al diablo que su confesor no podía aplacar,
Lutero buscó las maneras más seguras para agradar a Dios a fin evitar el
infierno. Después de negarle inicialmente al Papa el derecho a vender
indulgencias, le negó totalmente cualquier autoridad, así como a la misma
Iglesia, condenó las ceremonias religiosas, la confesión, la adoración de los
santos y declaró que los cristianos no debían tener ninguna otra regla de
conducta sino la Biblia. Consideró, además que uno sólo podía salvarse por la
gracia de Dios. Esta última teoría, llamada predestinación, un poco incierta
todavía en Lutero, fue precisada por Calvino, quien hizo de ella el mismo
fundamento de su doctrina, a la que la mayoría de los protestantes todavía
siguen. Según él "desde toda la eternidad Dios predestinó a algunos
hombres a ser quemados y a otros a la salvación." ¿Por qué esta iniquidad
monstruosa? simplemente porque "es la voluntad de Dios." Así según
Calvino, que no hizo sino desarrollar determinadas afirmaciones de San Agustín,
¡un Dios todopoderoso se divertía crando criaturas, sólo para enviarlas a arder
por toda la eternidad, independientemente de sus acciones y sus méritos! Es
extraordinario que locura tan repugnante
haya podido subyugar a las almas por mucho tiempo y siga cautivando a muchos.
La psicología de Calvino no es ajena a la de Robespierre. Propietario, como
este último, de la verdad pura, envió a la muerte a los que no compartían sus
doctrinas. Dios, aseguró, quiere "que se olvide todo humanitarismo cuando
se trata de luchar por su gloria." El caso de Calvino y sus discípulos
muestra que las cosas racionalmente más contradictorias se concilian a la
perfección en los cerebros hipnotizados por una creencia. A los ojos de la
lógica racional parece imposible establecer una teoría moral como la de la
predestinación, tal que los hombres, hagan lo que hagan, están seguros de ser
salvados o condenados. Sin embargo Calvino no tuvo problemas para crear una
severa moral sobre una base totalmente ilógica. Teniéndose a sí mismos por los
elegidos de Dios, sus seguidores estaban tan hinchados por la conciencia de su
dignidad que se creían con derecho servir como modelos por su conducta.
§ 4. - Propagación de la Reforma.
La nueva fe no se propagó no por
discursos y mucho menos por razonamientos, sino por el mecanismo descrito en
nuestro trabajo anterior, es decir, bajo la influencia de la afirmación, la
repetición, el contagio mental y el prestigio. Las ideas revolucionarias se
extendieron más tarde en Francia de la misma manera. La persecución, como ya
dijimos, sólo sirvieron para alentar a su extensión. Cada ejecución trajo
nuevas conversiones, como se observó en los primeros siglos del cristianismo.
Anne Dubourg, consejero del Parlamento, condenado a ser quemado vivo, se acercó
a la hoguera exhortando a la multitud a convertirse. "Su constancia, según
un testigo, hizo más protestantes entre los jóvenes escolares que los libros de
Calvin." Para evitar que los condenados se dirigieran al pueblo se les
cortaba lengua antes de quemarlos. El horror del suplicio se incrementaba
sujetando a las víctimas con una cadena de hierro que permitía introducirlos en
el fuego y retirarlos de él aún vivos reiteradamente. Nada, sin embargo, llevó
a los protestantes a retractarse, incluso cuando se les ofreció amnistiarlos
después de arrastrarlos una primera vez a la hoguera. En 1535 Francisco I
abandonó su tolerancia inicial tolerancia y ordenó encender simultáneamente
seis hogueras en París. La Convención se limitó, como sabemos, a sólo una
guillotina en la ciudad. Es probable por lo demás que el castigo no fuera tan
doloroso. Ya sabíamos de la falta de sensibilidad de los mártires cristianos.
Los creyentes están hipnotizados por su fe y ahora sabemos que algunas formas
de hipnotismo engendran insensibilidad completa. La nueva fe progresó
rápidamente. En 1560, había 2.000 iglesias reformadas en Francia y muchos
señores, primero bastante indiferentes, se adhirieron a la doctrina.
§ 5. - El conflicto entre las diferentes creencias
religiosas. Imposibilidad de tolerancia.
Ya he repetido que la intolerancia siempre acompaña a las fuertes
creencias. Las revoluciones políticas y religiosas ofrecen amplia evidencia y
nos muestran también que la intolerancia entre seguidores religiones vecinas es
mucho mayor que entre los sectarios de creencias remotas, el Islam y el
cristianismo, por ejemplo. Si tenemos en cuenta, de hecho, las creencias
desgarraron a Francia durante tanto tiempo, se observará que diferían sólo en
puntos accesorios. Católicos y protestantes adoraban exactamente el mismo Dios
y sólo diferían en la manera de adorarlo. Si la razón hubiera jugado algún
papel en el desarrollo de sus creencias, habría demostrado fácilmente que tal
Dios tendría que ser bastante indiferente a ser adorado de una u otra manera.
La razón no podía influir en la mente de los protestantes y de los católicos
convencidos y la lucha continuó con ferocidad. Cada intento del soberano para tratar
de conciliarlas fue en vano. Catalina de Médicis, viendo todos los días al
partido reformado crecer, a pesar de las torturas, y atraer a sí un número
creciente de nobles y magistrados, imaginó para desarmarlos convocar en Poissy,
en 1561, una asamblea de obispos y pastores con el fin de fusionar las dos
doctrinas. Esta empresa mostró cómo, a pesar de su sutileza, la reina no
conocía las leyes de la lógica mística. No se podría citar el ejemplo de una
sola creencia refutada por via racional. Catalina de Médicis no sabía aún que
si la tolerancia y la argumentación son posibles entre los individuos, son
impracticables entre los colectivos. Su intento fracasó por completo. Los
teólogos reunidos se lanzaron unos a otros a la cabeza textos e injurias, pero ninguno
fue persuadido en nada. Catalina pensó entonces que sería mejor promulgar el
año 1562 un edicto concediendo a los protestantes el derecho de reunirse para
celebrar públicamente su culto. Esta tolerancia, muy recomendable desde el
punto de vista filosófico, pero políticamente imprudente, no tuvo otro
resultado que exasperar a las dos partes. En el sur, donde los protestantes
eran más fuertes, persiguieron a los católicos, tratando de convertirlos por la
violencia, degollándolos en caso de no tener éxito, y saqueando sus catedrales.
En las zonas donde los católicos eran más numerosos los reformados sufrieron la
misma persecución. Tal hostilidad necesariamente condujo a una guerra civil.
Así nacieron las llamadas guerras de religión que durante tanto tiempo
ensangrentaron a Francia. Las ciudades fueron destruidas, los habitantes
masacrados y la lucha rápidamente adquirió el la caracterísitca ferocidad
salvaje de los conflictos religiosos o políticos que mucho después volvimos a
encontrar en las guerras de la Vendée. Los ancianos, las mujeres, los niños,
todos eran asesinados. El barón de Oppede, primer presidente del Parlamento de
Aix, se convirtió en modelo de matarife al asesinar durante el espacio de diez
días, con refinamientos de crueldad, a 3.000 personas, destruyendo tres
ciudades y 22 pueblos. Montluc digno antecesor de Carrier, hacía arrojar a los
pozos calvinistas aún vivos hasta que estuvieran llenos. Los protestantes no
eran menos feroces. No perdonaron las iglesias católicas y trataron las tumbas
y las estatuas igual que los delegados de la Convención se ocuparon más tarde
de las tumbas reales de Saint-Denis. Bajo la influencia de estas luchas Francia
se desintegró poco a poco y al final del reinado de Enrique III se dividió en
pequeñas repúblicas municipales, confederadas, formando pequeños Estados
soberanos. El poder real se estaba desvaneciendo. Los Estados de Blois
pretendían dictar su voluntad a Enrique III, huido de su capital. En 1577 el
viajero Lippomano, que atravesó Francia, vio a las principales ciudades,
Orleans, Blois, Tours, Poitiers, completamente devastada, catedrales e iglesias
en ruinas, tumbas destrozadas, etc. Fue como el estado de Francia hacia el
final del Directorio. De todos los acontecimientos de la época, el que dejó el recuerdo
más siniestro, aunque no fue tal vez el más mortífero, fue la masacre de San
Bartolomé en 1572, ordenada, según los historiadores, por Catherine de Medici y
Carlos IX. No se necesita una psicología muy profunda para entender que ningún
soberano podría haber ordenado tal evento. La masacre de San Bartolomé no fue
un crimen real sino un crimen popular. Catalina de Médicis, en la creencia de
que las vidas del rey y de ella misma estaban amenazadas por una conspiración
que de cuatro o cinco líderes protestantes, que en aquel momento estaban
en París, ordenó matarlos en su casa,
como era usual en aquella la época. La masacre que siguió está muy bien
explicada por el Sr. Batiffol en los siguientes términos: "Al saberse lo
que estaba pasando la noticia de que los hugonotes estaban siendo masacrados se
propagó instantáneamente por todo París; señores católicos, soldados de la
guardia, arqueros, gente común, todos corrieron a la calle para participar en
las ejecuciones y la matanza general dio comienzo a los feroces gritos de
"¡al hugonote, mátalo, mátalo!". Eran derribados, ahogados,
ahorcados... Todo el que era conocido como hereje cayó allí. 2.000 personas
fueron asesinadas en París." Por contagio el pueblo de provincias imitó al
de París y seis u ocho mil protestantes fueron masacrados Cuando el tiempo calmó
un poco las pasiones religiosas, todos los historiadores, incluso los
católicos, se sintieron obligados a indignarse ante la matanza de San
Bartolomé. De este modo mostraron la dificultad de comprender la mentalidad de
una época con la de otra. De hecho, lejos de ser criticada, la masacre de San Bartolomé provocó entusiasmo
indescriptible en toda la Europa católica. Felipe II estaba loco de alegría con
la noticia y el rey de Francia recibió más felicitaciones que si hubiera ganado
una gran batalla. Pero fue el Papa Gregorio XIII quien expresó la satisfacción
más grande. Encargó acuñar una medalla para conmemorar el feliz acontecimiento,
hizo encender hogueras, disparar salvas de cañón, celebrar varias misas, llamó
al pintor Vasari para representar a los muros del Vaticano las principales
escenas de la carnicería y envió el rey de Francia un embajador para
felicitarlo sinceramente por su buna acción. Con detalles históricos de esta
naturaleza llegamos a entender el alma de los creyentes. Los jacobinos del
Terror tenían una mentalidad bastante similar a la de Gregorio XIII.
Naturalmente los protestantes no permanecieron indiferentes ante tal masacre e
hicieron tales progresos que en 1576 Enrique III se vio reducido a darles, por
el Edicto de Beaulieu, completa libertad de culto, ocho fortalezas y cámaras
compuesta paritariamentes por católicos y hugonotes en los Parlamentos. Estas
concesiones forzadas no trajeron la paz en absoluto. Se creó una liga católica con
el duque de Guisa a la cabeza y las hostilidades continuaron. Sin embargo no
podían durar por siempre. Sabemos cómo Enrique IV puso fin a la guerra para
mucho tiempo mediante su abjuración de 1593 y el Edicto de Nantes. La lucha
había disminuido, pero no se había acabado. Bajo Luis XIII los protestantes se
agitaron de nuevo y Richelieu se vio obligado en 1627 a poner sitio a La
Rochelle, donde 15.000 protestantes perecieron. Con más espíritu político que
religioso el famoso cardenal mostró entonces una gran tolerancia hacia los reformados.
Esta tolerancia no podía durar. Creencias contrarias no se quedan una en
presencia de la otra sin tratar de destruirse tan pronto como una se siente capaz
de dominar a la otra. Bajo Luis XIV los protestantes se habían debilitado
mucho, habían renunciado a cualquier alzamiento y vivían en paz. Su número era
de aproximadamente 1.200.000 y tenía más de 600 iglesias atendidas por 700
pastores. La presencia de estos herejes en suelo francés era intolerable para
el clero católico y ensayaron diversas persecuciones contra ellos. Como obtuvieron
pocos resultados Louis XIV recurrió en 1685 a las dragonadas, que condujeron a
la muerte a muchos protestantes, pero ni así obtuvo el éxito apetecido. Tuvo emplear
medidas definitivas. Bajo la presión del clero, incluyendo a Bossuet, el Edicto
de Nantes fue revocado y los protestantes obligados a convertirse o abandonar
Francia. Esta emigración desastrosa duró mucho tiempo e hizo perder a Francia,
se calcula, cuatrocientos mil habitantes, hombres muy enérgicos, puesto que tuvieron
el coraje de seguir su conciencia en vez de sus intereses.
§ 6. - Los resultados de las revoluciones religiosas.
Si sólo consideramos revoluciones religiosas por la siniestra historia
de la Reforma nos veríamos obligados a considerarlas como muy destructivas.
Pero no todas jugaron ese papel y hay que señalar que la obra civilizadora de algunas fue
considerable. Al dar a la gente la unidad moral, aumentaron en gran medida su
poder material. Esto se ve particularmente en el caso de la nueva fe introducida
por Mahoma, que convirtió en un pueblo formidable a las pequeñas y débiles tribus
de Arabia. La nueva creencia religiosa no se limita a homogeneizar a la
población. Se consigue un resultado que ninguna filosofía ni código de leyes ha
obtenido jamás, y que es transformar sustancialmente una cosa casi
intransformable: los sentimientos de un pueblo. Se pudo constatar en el caso de
la más poderosa de las revoluciones religiosas registradas en la historia; la
que destruyó el paganismo y lo sustituyó por un Dios llegado de las llanuras de
Galilea. El nuevo ideal exigía la renuncia a todas las alegrías de la vida para
ganar la felicidad eterna del cielo. Sin duda ese ideal fue fácil de aceptar
por los esclavos, los pobres, los desposeídos carentes de alegría en este mundo,
a los que se ofreció un futuro encantador a cambio de una vida sin esperanza.
Pero la existencia austera fácilmente aceptado por los pobres lo fue también
por los ricos. En esto se vio particularmente el poder de la nueva fe. No sólo la
revolución cristiana transformó las costumbres, sino también ejerció durante
2.000 años una gran influencia en la civilización. En cuanto una fe religiosa
triunfa todos los elementos de la civilización se adaptan a ella de forma natural
y pronto toda la civilización se encuentran transformada. Los escritores, poetas,
artistas y filósofos no hace sino expresar de forma simbólica en sus obras las
ideas de la nueva creencia. Cuando cualquier fe religiosa o política triunfa,
no sólo la razón es impotente frente a ella, sino que siempre encuentra argumentos
para interpretarla, justificarla y tratar de imponerla. En su momento había
probablemente tantos predicadores y teólogos de Moloch, demostrando la utilidad
de los sacrificios humanos, como los hubo luego para glorificar la Inquisición,
la matanza de San Bartolomé y las masacres del Terror. No se pueden tener
demasiadas esperanzas de encontrar pueblos con unas creencias fuertes que sean
capaces de vivir en régimen de tolerancia. Los únicos que lo consiguieron en el
mundo antiguo fueron politeístas. Las naciones que practican la tolerancia en tiempos
modernos son también podrían llamarse politeístas, ya que, como en Inglaterra y
Estados Unidos, se dividen en innumerables sectas religiosas. Bajo nombres
idénticos en realidad son adeptos de dioses muy diferentes. La multiplicidad de
creencias que da lugar a la tolerancia también termina dando lugar a la
debilidad de tales creencias. Estamos por lo tanto en presencia de un problema
psicológico sin resolver hasta el momento: tener una creencia fuerte y ser tolerante.
El breve análisis anterior ha demostrado el importante papel desempeñado por
las revoluciones religiosas y ha mostrado el poder de las creencias. A pesar de
su escaso valor racional, conducen la historia y evitan que el pueblo sea una
multitud de individuos sin cohesión y sin fuerza. El hombre ha tenido necesidad
de las creencias de todos los tiempos para orientar sus pensamientos y guiar su
conducta. Ninguna filosofía ha sido capaz de reemplazarlas.
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