https://architectsforsocialhousing.co.uk/2023/11/17/woke-racism-and-the-great-reset/
Entre las muchas cosas que han demostrado los últimos tres
años y medio de cobardía y complicidad, está que Occidente, como
idea, ahora está muerto. Si continúa acechando al mundo es sólo
como un sector financiero interdependiente que rápidamente llega al
día de su ajuste de cuentas, alianzas militares contra cualquier
hombre del saco que Estados Unidos identifique para su próxima
“liberación” y tratados de seguridad entre Europa, Estados
Unidos y Australasia. Los ritos funerarios han tardado mucho en
prepararse, pero en el Reino Unido, al menos, ya no tenemos nada a lo
que podamos referirnos como una "cultura", porque la
cultura la hemos sustituido por propaganda corporativa y estatal,
creada por grupos de expertos globales, para cretinizar a la
población nacional y condicionarla que la adopte. Nuestros líderes
en la política, los negocios y los medios de comunicación son, en
el mejor de los casos, títeres de las tecnocracias transnacionales,
abiertos a la corrupción por parte del mejor postor de cualquier
parte del mundo. Londres es una jurisdicción financiera
extraterritorial, atendida por inmigrantes cada vez más
empobrecidos, que viven en lo que pronto será una ciudad-estado de
vigilancia. Y después de años de decadencia nacional, humillación,
confinamiento y el constante robo de nuestro futuro por una multitud
de "crisis" prefabricadas, los británicos, como pueblo,
están clínicamente deprimidos, aparentemente incapaces de hacer más
que un cansado gesto de consentimiento al espectáculo gestionado por
los medios del último escándalo de celebridades, corrupción
política o guerra de poderes.
Ultimamente cada vez más
de nosotros nos hemos dado cuenta de que, como unión política que
dice ser un Estado soberano (intente no reírse),ya no estamos a
cargo de nuestro propio destino: no sólo porque el proceso
democrático que ha recorrido el escenario mundial cojeando durante
años, ante las burlas de nuestros pares y finalmente se ha
derrumbado en lo que es, en efecto, un estado de partido único. Pero
también porque, sea cual sea el partido parlamentario por el que
votemos para formar un gobierno, en el abyecto espectáculo del
sufragio universal infligido al Reino Unido cada cuatro años, no
supondrá ninguna diferencia en el Gran Reinicio del capitalismo
occidental, que hemos estado atravesando desde septiembre de 2019 ni
en a las tecnologías de biopoder
a las que estamos siendo sometidos como ciudadanos, no del Reino
Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte sino del Estado
de Bioseguridad Global.
De hecho, en muchos
aspectos los británicos son ahora un pueblo colonizado, de forma muy
parecida a como lo fue la India bajo el Imperio Británico, los
países del Bloque del Este bajo la Unión Soviética y los países
sudamericanos bajo el control de Estados Unidos. Sin embargo el
colonizador ahora no es otro país o imperio, sino un consorcio
transnacional de instituciones financieras, gestores
de activos globales, empresas
de tecnología de la información y las tecnocracias
que conforman.
Los nombres de estas organizaciones antidemocráticas e
irresponsables se han vuelto cada vez más familiares incluso para
los ciudadanos del Reino Unido más obedientes
a la COVID, adoradores de
Zelensky y fundamentalistas
ambientales desde marzo de
2020: el Foro Económico
Mundial, la Organización
Mundial de la Salud, el Banco
de Pagos Internacionales,
el Panel Intergubernamental del
Cambio Climático, así como la ya familiar pero cada
vez más autoritaria Comisión Europea,
las Naciones Unidas, la
Organización del Tratado del Atlántico
Norte, el Banco Mundial
y el Fondo Monetario Internacional.
Es para supervisar, hacer cumplir, gestionar e insertarnos en el
Nuevo Orden Mundial
que presiden estas tecnocracias globales, que se está implementando
el Gran Reinicio
del capitalismo occidental y en nuestro amoldamiento y subordinación
a esta siguiente fase, las creencias
woke, como ideología oficial del capitalismo
de partes interesadas, es fundamental para nuestra
obsecuencia.
1. La política de inmigración
Pero,
¿cuándo asumieron las creencias woke este papel? En el Reino Unido,
se podría decir que las creencias woke comenzaron (incluso antes de
que se acuñara el término) cuando nuestro Primer Ministro
reelegido, Tony Blair, un año después de la invasión ilegal
de Irak, nos regañó por beber demasiado, a lo que llamó "la
nueva enfermedad británica", y nos dijo que en lugar de eso
deberíamos estar bebiendo vinos franceses en los restaurantes de
Islington (https://en.wikipedia.org/wiki/Islington
). Detrás de su esnobismo de clase media, esto fue parte de la
recalibración de la política británica por parte del Nuevo
Laborismo, alejándola del paradigma de izquierda y derecha
en el que no había logrado formar un gobierno desde 1979 y
orientándose hacia la oposición woke
entre Abierto y Cerrado. Según este nuevo paradigma, la
clase trabajadora blanca británica ahora era abiertamente denunciada
como culturalmente conservadora, antiinmigración y económicamente
proteccionista y las clases medias eran celebradas como
multiculturales, globalistas y neoliberales. Este marco ideológico,
que fue aceptado acríticamente por la siempre estúpida izquierda
del Reino Unido, sentó las bases para la expansión de la Unión
Europea en 2004 y la apertura de los mercados laborales del Reino
Unido a trabajadores de ocho estados: Chequia, Estonia, Letonia,
Lituania, Hungría, Polonia, Eslovaquia y Eslovenia.
Sin embargo,
contrariamente a las mentiras del mentiroso compulsivo
Tony Blair y a las ortodoxias woke que
los gobiernos del Nuevo Laborismo impusieron en el Reino Unido, esto
no se hizo por una conversión repentina a la política de paz, amor
y armonía entre los pueblos, sino más bien para
reducir el creciente coste de la mano de obra de la población
trabajadora en 2004, en un momento en que sólo el
10,5% de la población en edad de trabajar había
nacido fuera del Reino Unido. Continuado en 2010 por el suplente de
Blair, David Cameron, en 2021, unos 17 años después de este
punto de inflexión en la inmigración británica, el 31,2%
de los trabajadores en ocupaciones elementales eran inmigrantes.
Esto incluía el 60,7% de los envasadores, embotelladores,
enlatadores y llenadores, el 38,8% de los operarios de almacén, el
37,3% de los limpiadores y empleados domésticos, el 36,2% de los
guardias de seguridad, el 35% de los repartidores, el 32,4% de los
limpiadores industriales, tintoreros y camareros, el 29,2% de los
ayudantes de cocina, el 28,1% de los trabajadores de plantas de
procesos elementales, el 24,1% de los asistentes de ventas, el 22% de
los trabajadores de la construcción, el 19% de los trabajadores
postales, el 18,8% de los porteros de hospital, el 18,6% de los
trabajadores de la pesca y la agricultura y el 17,8% de los
trabajadores de la tierra. Durante el mismo período los salarios
reales de los trabajadores en el Reino Unido se han estancado en gran
medida (con los ingresos de la quinta parte más pobre de la
población no más altos en 2018-2019 que en 2004-2005… y eso antes
de la escalada de los costos de la vivienda), mientras que los
ingresos de quienes los emplean y se benefician de su trabajo han
crecido.
Por supuesto, muchas cosas han
sucedido en el Reino Unido en las últimas dos décadas, incluyendo
(para recordar sólo los Grandes Éxitos del Capitalismo Financiero
en 2004-2023)
la prohibición progresiva de la actividad sindical por sucesivas oleadas de legislación anti-obrera;
la crisis de las hipotecas subprime de 2007 de EE.UU. que envió al Reino Unido a la recesión;
la Crisis Financiera Mundial de 2008-2009;
el posterior rescate de los bancos con 456.33 mil millones de libras esterlinas de los contribuyentes del Reino Unido y la consiguiente década de austeridad fiscal que siguió;
la crisis inmobiliaria provocaron cuando los globalistas invirtieron su riqueza en propiedades británicas suscritas por la nueva legislación en materia de vivienda, como los préstamos de capital Help to Buy y los planes de propiedad compartida;
los 895 millones de libras de flexibilización cuantitativa para la compra de bonos del Estado por parte del Banco de Inglaterra, con el fin de apuntalar el sector financiero que amenazaba con entrar en una segunda Crisis Financiera Global en septiembre de 2019;
los dos años de confinamientos forzados por el Gobierno, para aislar la economía real de los 19 billones de dólares de activos fallidos, comprados por los bancos centrales a nivel mundial entre el comienzo de los bloqueos y abril de 2022, cuando se levantaron las restricciones;
la consiguiente escalada de la inflación y el coste de la vida que tenemos ahora, con los tipos de interés en agosto de 2023 elevados al 5.25%, los más altos desde diciembre de 2007;
y los 13.767 millones de libras que el Gobierno británico ha comprometido para la privatización de los recursos y activos nacionales de Ucrania.
Así que no se puede
culpar de la miseria y la privación de derechos de los trabajadores
británicos a un mercado inundado de trabajadores extranjeros mal
pagados. Lo que quiero decir es que la política de inmigración, en
2023 como en 2004, está determinada por las intenciones económicas
y políticas de quienes la establecen. Las intenciones económicas
están claras por sus resultados: la pobreza
y la impotencia industrial de los trabajadores británicos;
pero ¿cuál es la intención política que subyace a la política de
inmigración en el Reino Unido durante las dos últimas
décadas?
Según el Censo de 2001, el Reino Unido era un
91,3% blanco (87,5% británico blanco, 1,2% irlandés blanco, 2,6%
otros blancos); con sólo un 2,2% negro (1,1% caribeño, 0,9%
africano, 0,2% otros) y un 4,4% asiático (2% indio, 1,4% pakistaní,
0,5% bangladeshí y 1,3% % mixto). Para el censo de 2021 la política
de inmigración del Reino Unido había cambiado esta cifra a un 4% de
negros, un 3,1% de indios, un 2,7% de pakistaníes, un 1,1% de
bangladeshíes y un 2,9% de mixtos. Respectivamente esto supone un
aumento del 181%, 155%, 192%, 220% y 223% en sólo veinte años. Y
como la población del Reino Unido en ese periodo pasó de 59,12
millones a 67,33 millones, el aumento real del número de ciudadanos
británicos de etnia negra, asiática y mestiza es superior a estos
incrementos porcentuales. Durante el mismo periodo, el porcentaje de
personas de etnia blanca en el Reino Unido descendió al 81,7%, el de
irlandeses blancos al 0,9% y el de blancos de otras etnias al 6,2%
(un aumento del 238% que refleja la expansión de los mercados
laborales británicos hacia Europa Central y Oriental en 2004), con
lo que los británicos blancos representan ahora menos de tres
cuartas partes (74,4%) de la población del Reino Unido. Los
asiáticos, incluidos indios, pakistaníes, bangladeshíes y chinos,
representan ahora el 9,3% de la población del Reino Unido. Ello
confiere a este grupo demográfico una considerable influencia
electoral en el Reino Unido, sobre todo cuando es objeto de una
política que apela a su identidad racial.
=
Veinte años después, ya sea el recién elegido Primer Ministro de Escocia, Humza Yousaf, que en febrero de este año se sintió completamente cómodo declarando que había demasiados blancos en puestos de autoridad en una Escocia donde más del 96% de la población es británica blanca o el alcalde de Londres, Sadiq Khan, que en agosto declaró que las familias blancas no son representativas de los londinenses, el 60% de los cuales son blancos, el Reino Unido está cada vez más dirigido por inmigrantes de segunda generación que, a tenor de estos datos y de forma bastante abierta, odian a la clase trabajadora británica blanca, nuestra cultura autóctona y nuestras costumbres sociales. Pero en el clima de acusación, censura y represalias creado por la ideología woke en el Reino Unido, pocos han tenido el valor de preguntarse cómo y por qué ha sucedido esto o se han atrevido a responder a sus propias preguntas.
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