La pandemia de COVID-19 es uno de los eventos de enfermedades
infecciosas más manipulados de la historia, caracterizado por un
flujo interminable de mentiras oficiales orquestado por las
burocracias gubernamentales, las asociaciones médicas, las juntas
médicas, los medios de comunicación y las agencias internacionales
[3,6,57]. Hemos sido testigos de una larga lista de intrusiones sin
precedentes en la práctica médica, incluyendo ataques a expertos
médicos, destrucción de carreras médicas entre los facultativos
que se niegan a participar en el asesinato de sus pacientes y una
reglamentación masiva de la atención sanitaria, dirigida por
individuos no cualificados pero que detentan enorme riqueza, poder e
influencia.
Por primera vez en la historia de Estados
Unidos un presidente, gobernadores, alcaldes, administradores de
hospitales y burócratas federales están determinando los
tratamientos médicos, no basándose en información precisa con base
científica o incluso no basada en la experiencia, sino más bien
para forzar la aceptación de formas especiales de "atención"
y "prevención", que
incluyen el empleo del Remdesivir, el uso de respiradores y, en
última instancia, una serie de vacunas de ARN mensajero
esencialmente experimentales. Por primera vez en la historia del
tratamiento médico, los protocolos no se están formulando basándose
en la experiencia de los médicos que tratan con éxito al mayor
número de pacientes, sino por individuos y burocracias que nunca han
tratado a un solo paciente (incluyendo a Anthony Fauci, Bill Gates,
EcoHealth Alliance, los CDC, la OMS, funcionarios de salud pública
estatales y administradores de hospitales) [23,38].
Los
medios de comunicación (televisión, periódicos, revistas, etc.),
las sociedades médicas, las juntas médicas estatales y los
propietarios de las redes sociales se han erigido en la única fuente
de información sobre esta supuesta "pandemia".
Se han eliminado páginas web, se ha
demonizado a médicos clínicos y expertos científicos altamente
acreditados y experimentados en el campo de las enfermedades
infecciosas, se han destruido carreras profesionales y se ha tachado
de "desinformación" y "mentiras peligrosas" toda
la información discrepante, incluso cuando procede de
los mejores expertos en los campos de la virología, las enfermedades
infecciosas, los cuidados críticos pulmonares y la epidemiología.
Estos apagones de la verdad se producen incluso cuando la información
está respaldada por extensas citas científicas de algunos de los
especialistas médicos más cualificados del mundo [23].
Increíblemente, incluso individuos como el Dr. Michael Yeadon,
ex-jefe científico jubilado y vicepresidente de la división
científica de la compañía farmacéutica Pfizer en el Reino Unido,
que acusó a la compañía de fabricar una vacuna extremadamente
peligrosa, es ignorado y demonizado. Además él y otros científicos
altamente cualificados han declarado que nadie debería aplicarse esa
vacuna.
El Dr. Peter McCullough, uno de los expertos más
citados en su campo, que ha tratado con éxito a más de dos mil
pacientes de COVID utilizando un protocolo de tratamiento precoz (que
los llamados expertos ignoraron
por completo), ha sido víctima de un ataque particularmente
despiadado por parte de aquellos que se
benefician económicamente de las vacunas. Ha publicado
sus resultados en revistas revisadas por expertos, informando de una
reducción del 80% de las hospitalizaciones y del 75% de las muertes
mediante el uso del tratamiento precoz [44]. A pesar de ello está
siendo objeto de una serie de ataques implacables por parte de los
controladores de la información, ninguno de los cuales ha tratado
nunca a un solo paciente.
Ni Anthony Fauci, ni los CDC, ni
la OMS, ni ningún estamento médico gubernamental ha ofrecido nunca
ningún tratamiento precoz que no sea Tylenol, hidratación y llamar
a una ambulancia en cuanto se tenga dificultad para respirar. Esto no
tiene precedentes en toda la historia de la atención médica, ya que
el tratamiento precoz de las infecciones es fundamental para salvar
vidas y prevenir complicaciones graves. Estas organizaciones médicas
y perritos falderos federales no sólo no han sugerido siquiera el
tratamiento precoz, sino que han atacado a cualquiera que intentara
iniciarlo con todas las armas a su disposición: pérdida
de licencia, retirada de privilegios hospitalarios, vergüenza,
destrucción de reputaciones e incluso arrestos
[2].
Un buen ejemplo de este atropello contra la libertad
de expresión y el suministro de información sobre el consentimiento
informado es la reciente suspensión de la licencia médica de la
Dra. Meryl Nass por parte de la junta médica de Maine y la orden de
que se someta a una evaluación psiquiátrica por recetar ivermectina
y compartir su experiencia en este campo [9,65]. Conozco
personalmente a la Dra. Nass y puedo dar fe de su integridad,
brillantez y dedicación a la verdad. Sus credenciales científicas
son impecables. Este comportamiento por parte de una junta de
licencias médicas recuerda a la metodología
de la KGB soviética durante el periodo en el que los disidentes eran
encarcelados en gulags psiquiátricos para silenciar
su disidencia.
OTROS ATAQUES SIN PRECEDENTES
Otra táctica
sin precedentes es destituir a los médicos disidentes de sus puestos
como editores de revistas y revisores y retractar sus artículos
científicos de las revistas, incluso después de que estos artículos
hayan sido publicados. Hasta este evento pandémico, nunca había
visto que se retractaran tantos artículos de revistas, la gran
mayoría promoviendo alternativas al dogma oficial, especialmente si
los artículos cuestionan la seguridad de las vacunas. Normalmente un
artículo o estudio presentado es revisado por expertos en la
materia, lo que se denomina revisión por pares. Estas revisiones
pueden ser bastante precisas y minuciosas, insistiendo en que se
corrijan todos los errores del artículo antes de su publicación. De
este modo, a menos que se descubra un fraude u otro problema oculto
importante después de la publicación del artículo, éste permanece
en la literatura científica.
Cada vez hay más artículos
científicos excelentes, escritos por los mejores expertos en la
materia, que son retirados de las
principales revistas médicas y científicas semanas,
meses
e incluso años
después de su publicación. Una revisión cuidadosa
indica que en demasiados casos los autores se atrevieron a cuestionar
el dogma aceptado por los controladores de las publicaciones
científicas, especialmente en lo que respecta a la seguridad, los
tratamientos alternativos o la eficacia de las vacunas [12,63]. Estas
revistas dependen para sus ingresos de una enorme publicidad de las
empresas farmacéuticas. Se han dado varios casos en los que
poderosas empresas farmacéuticas han ejercido su influencia sobre
los propietarios de estas revistas para que eliminen los artículos
que cuestionan de algún modo los productos de esas empresas
[13,34,35].
Peor aún es el diseño real de artículos
médicos para promocionar fármacos y productos farmacéuticos que
incluyen estudios falsos, los llamados artículos
escritos por fantasmas [49,64] Richard Horton es citado
por The Guardian afirmando que "las
revistas se han convertido en operaciones de blanqueo de información
para la industria farmacéutica" [13,63]. Artículos
fraudulentos "escritos por fantasmas",
patrocinados por gigantes farmacéuticos, han aparecido regularmente
en las principales revistas clínicas, como Journal of the
American Medical Association y New England Journal of
Medicine y nunca han sido retirados, a pesar de haberse
demostrado abuso científico y la manipulación de datos
[49,63].
Los artículos escritos por fantasmas implican el
uso de empresas de planificación, cuyo trabajo consiste en diseñar
artículos que contengan datos manipulados para apoyar un producto
farmacéutico y luego hacer que esos artículos sean aceptados por
revistas médicas de alto impacto, es decir, las revistas con más
probabilidades de afectar a la toma de decisiones clínicas de los
médicos. Además suministran a los médicos, en la práctica
clínica, reimpresiones gratuitas de estos artículos manipulados.
The Guardian encontró 250
empresas dedicadas a este negocio de la escritura
fantasma. El paso final en el diseño de estos
artículos, para su publicación en las revistas más prestigiosas,
es reclutar a expertos médicos bien reconocidos de instituciones
prestigiosas, para que añadan su nombre a estos artículos. A estos
autores médicos reclutados se les paga cuando aceptan añadir su
nombre a esos artículos previamente manufacturados o lo hacen por el
prestigio de tener su nombre en un artículo de una prestigiosa
revista médica [11].
De vital importancia es la
observación de los expertos en el campo de la publicación médica
de que no se ha hecho nada para poner fin a este abuso. Los
especialistas en ética médica han lamentado que, debido a esta
práctica generalizada, "no se puede
confiar en nada". Aunque algunas revistas insisten en
la divulgación de la información, la mayoría de los médicos que
leen esos artículos ignoran esta información o la excusan y varias
revistas dificultan la divulgación, obligando al lector a que
encuentre las declaraciones de divulgación en otro lugar. Muchas
revistas no vigilan estas declaraciones y las omisiones por parte de
los autores son frecuentes y no se castigan.
En cuanto a
la información que se pone a disposición del público,
prácticamente todos los medios de comunicación están bajo el
control de estos gigantes farmacéuticos u otras corporaciones y
organizaciones que se están beneficiando de esta "pandemia".
Sus historias son todas iguales, tanto en contenido como incluso en
redacción. Diariamente se producen encubrimientos orquestados y se
ocultan al público datos masivos, que exponen las mentiras generadas
por estos controladores de la información. Todos los datos que
llegan a los medios de comunicación nacionales (TV,
periódicos y revistas), así como las noticias locales
que ves todos los días, provienen sólo de
fuentes "oficiales", la mayoría de las cuales son
mentiras,
distorsiones
o completamente fabricadas
de la nada, todo con el
objetivo de engañar al público.
Los medios de
comunicación televisivos reciben la mayor parte de su presupuesto
publicitario de las empresas farmacéuticas internacionales, lo que
crea una influencia irresistible para informar de todos los estudios
inventados que apoyan sus vacunas y otros supuestos tratamientos
[14]. Sólo en 2020 las industrias
farmacéuticas gastaron 6.560 millones de dólares en este tipo de
publicidad [13,14]. La publicidad televisiva de las
farmacéuticas ascendió a 4.580 millones, un increíble 75% de su
presupuesto. Eso compra mucha influencia y control sobre los medios
de comunicación. Expertos de fama mundial en todos los campos de las
enfermedades infecciosas son excluidos de los medios de comunicación
y de las redes sociales, si de alguna manera se desvían en contra de
las mentiras y distorsiones urdidas por los fabricantes de estas
vacunas. Además estas empresas farmacéuticas gastan decenas de
millones en publicidad en las redes sociales, con Pfizer a la cabeza,
con 55 millones de dólares en 2020 [14].
Si bien estos
ataques a la libertad de expresión son lo suficientemente
aterradores, aún peor es el control
prácticamente universal que
los administradores de los
hospitales han ejercido sobre
los detalles de la atención
médica en los hospitales.
Estos asalariados ordenan ahora a los médicos qué protocolos de
tratamiento deben seguir y qué tratamientos no deben utilizar, sin
importar lo
perjudiciales que sean los tratamientos "aprobados"
o lo beneficiosos que sean los
tratamientos "no aprobados" [33,57].
Nunca
en la historia de la medicina estadounidense los administradores de
los hospitales han dictado a sus médicos cómo deben practicar la
medicina y qué medicamentos pueden utilizar. Los CDC no tienen
autoridad para dictar a los hospitales ni a los médicos tratamientos
médicos. Sin embargo la mayoría de los
médicos acataron sin la menor resistencia.
La
Ley Federal de Asistencia Sanitaria
fomentó este desastre humano ofreciendo a
todos los hospitales estadounidenses hasta 39.000
dólares por cada paciente de
la UCI al que pusieran respiradores, a pesar de que desde
el principio era obvio que los respiradores eran una de las
principales causas de muerte
entre estos confiados y desprevenidos pacientes. Además
los hospitales recibían 12.000
dólares por cada paciente
que ingresaba en la UCI, lo que explica, en mi opinión y
en la de otros, por qué todas las burocracias médicas federales
(CDC, FDA, NIAID, NIH,
etc.) hacían todo lo que estaba en su mano
para impedir
los tratamientos tempranos que salvan vidas [46] Dejar
que los pacientes se
deterioraran hasta el punto
de necesitar hospitalización, significaba
mucho dinero para todos los
hospitales. Un número creciente de hospitales están en
peligro de quiebra y muchos han cerrado sus puertas, incluso antes de
esta "pandemia" [50]. La mayoría
de estos hospitales son ahora propiedad
de corporaciones nacionales o
internacionales, incluyendo hospitales universitarios
[10].
También es interesante observar que, con la llegada
de esta "pandemia", hemos sido testigos de un aumento de
las cadenas de hospitales corporativos que compran varios de estos
hospitales en riesgo financiero [1,54]. Se ha observado que estos
gigantes hospitalarios
están utilizando miles de millones en ayudas
federales Covid para adquirir
estos hospitales en peligro
financiero, lo que aumenta aún más el poder de la
medicina corporativa sobre la independencia de los médicos. A los
médicos expulsados de sus hospitales les resulta difícil encontrar
otras plantillas hospitalarias a las que incorporarse, ya que también
pueden ser propiedad del mismo gigante corporativo. Como resultado
las políticas de mandato de vacunación incluyen a un número mucho
mayor de empleados de hospitales. Por ejemplo, la Clínica
Mayo despidió a 700 empleados por ejercer su derecho
a rechazar una vacuna experimental peligrosa y esencialmente no
probada [51,57]. La Clínica Mayo hizo esto a pesar de que muchos de
esos empleados trabajaron durante lo peor de la epidemia y están
siendo despedidos cuando la variante Omicron es la cepa dominante del
virus, tiene la patogenicidad de un resfriado común para la mayoría
y las vacunas son ineficaces para prevenir la infección.
Además
se ha demostrado que la persona vacunada asintomática tiene una
presencia nasofaríngea del virus tan alto como una persona infectada
no vacunada. Si el objetivo del mandato de vacunación es prevenir la
propagación del virus entre el personal del hospital y los
pacientes, entonces son los vacunados los que presentan el mayor
riesgo de transmisión, no los no vacunados. La diferencia es que una
persona enferma no vacunada no iría a trabajar, el contagiador
vacunado asintomático sí.
Lo que sí sabemos es que los
principales centros médicos, como la Clínica Mayo, reciben decenas
de millones de dólares en subvenciones del NIH cada año, así como
dinero de los fabricantes farmacéuticos de estas "vacunas"
experimentales. En mi opinión esa es la verdadera consideración que
impulsa estas políticas. Si esto se pudiera demostrar en un tribunal
de justicia, los que han lanzado estos mandatos deberían ser
procesados con todo el peso de la ley y demandados por todas las
partes perjudicadas.
El problema de la
quiebra de los hospitales se ha agravado cada vez más, debido a los
mandatos de vacunación en esos hospitales y al consiguiente gran
número de personal de los hospitales, especialmente enfermeras, que
se niegan a ser vacunadas a la fuerza [17,51]. Todo esto no tiene
precedentes en la historia de la atención médica. Los médicos
dentro de los hospitales son responsables del tratamiento de sus
pacientes individuales y trabajan directamente con estos pacientes y
sus familias para iniciar los tratamientos. Las organizaciones
externas, como los CDC, no tienen autoridad para intervenir en esos
tratamientos y hacerlo expone a los pacientes a graves errores por
parte de una organización que nunca ha tratado a un solo paciente de
COVID-19.
Cuando comenzó esta pandemia los CDC ordenaron
a los hospitales que siguieran un protocolo de tratamiento que
provocó la muerte de cientos de miles de pacientes, la mayoría de
los cuales se habrían recuperado si se hubieran permitido los
tratamientos adecuados [43,44]. La mayoría de estas muertes se
podrían haber evitado si se hubiera permitido a los médicos
utilizar tratamientos tempranos con productos como la ivermectina, la
hidroxicloroquina y una serie de otros fármacos y compuestos
naturales seguros. Se ha calculado, basándose en los resultados de
los médicos que tratan con éxito a la mayoría de los pacientes de
Covid, que de las 800.000 personas que se nos dice que murieron de la
enfermedad, 640.000 no sólo podrían haberse salvado, sino que, en
muchos casos, podrían haber recuperado su estado de salud anterior a
la infección si se hubiera utilizado el tratamiento precoz
obligatorio junto con otros métodos de eficacia probada. Esta
negligencia en el tratamiento precoz constituye un asesinato
en masa. Esto significa que habrían muerto
160.000 personas… muchas menos de las que murieron
a manos de burocracias,
asociaciones médicas
y juntas médicas
que se negaron a defender a sus pacientes. Según estudios
sobre el tratamiento precoz de miles de pacientes por médicos
valientes y solidarios, entre el setenta y cinco y el ochenta por
ciento de las muertes podrían haberse evitado
[43,44].
Increíblemente se impidió a estos médicos
expertos salvar a estas personas infectadas por Covid-19. Debería
ser una vergüenza para la profesión médica que tantos médicos
siguieran sin chistar los protocolos
mortales establecidos
por los controladores de la medicina.
También
hay que tener en cuenta que este suceso nunca cumplió los criterios
para una pandemia. La Organización
Mundial de la Salud cambió los criterios para
convertirlo en pandemia. Para que se considere pandemia, el virus
debe tener una alta tasa de mortalidad para la gran mayoría de las
personas, cosa que no ocurrió (con una tasa
de supervivencia del 99,98%), y no debe tener tratamientos
conocidos, cosa que este virus sí tenía… de hecho un número
creciente de tratamientos muy exitosos.
Las medidas
draconianas establecidas para contener la "pandemia"
inventada nunca han demostrado tener éxito, como el
enmascaramiento
del público, los confinamientos
y el distanciamiento
social. Una serie de estudios cuidadosamente realizados
durante temporadas de gripe anteriores demostraron que las máscaras,
de cualquier tipo, nunca habían impedido la propagación del virus
entre el público [60].
De hecho algunos estudios muy
buenos sugerían que las mascarillas en realidad propagaban el virus,
al dar a la gente una falsa sensación de seguridad y otros factores,
como la observación de que la gente rompía
constantemente la técnica esterilizadora
al tocarse la mascarilla,
al quitársela de forma
incorrecta y por la
filtración de aerosoles
infecciosos por los bordes de
la mascarilla. Además, las mascarillas se tiraban en aparcamientos,
senderos, mesas de restaurantes
y se guardaban en bolsillos
y monederos.
A los pocos minutos de ponerse
la mascarilla es posible cultivar varias bacterias patógenas de las
mascarillas, lo que expone a las personas inmunodeprimidas a un alto
riesgo de neumonía bacteriana y a los niños a un mayor riesgo de
meningitis [16]. En un estudio realizado por investigadores de la
Universidad de Florida se cultivaron más
de 11 bacterias patógenas del interior de la mascarilla que llevan
los niños en las escuelas [40].
También
se sabía que los niños no corrían
prácticamente ningún riesgo de contraer el virus ni de
transmitirlo.
Además también se sabía que
llevar una mascarilla durante más de 4
horas (como ocurre en todas las escuelas) provoca hipoxia
(niveles bajos de oxígeno en sangre) e hipercapnia
(niveles altos de CO2) significativas, que tienen una serie de
efectos nocivos para la salud, entre ellos perjudicar
el desarrollo del cerebro del niño [4,72,52].
Sabemos
que el desarrollo del cerebro continúa mucho después de los años
de la escuela primaria. Un estudio reciente reveló que los
niños nacidos durante la "pandemia" tienen coeficientes
intelectuales significativamente más bajos, pero los
consejos escolares,
los directores de escuela
y otros burócratas de la
educación obviamente no se
preocupan [18].
https://www.globalresearch.ca/covid-update-what-truth/5779037
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