El New York Times lo calificó de "misterio", pero Estados
Unidos llevó a cabo una operación marítima encubierta que se
mantuvo en secreto, hasta ahora.
El Centro de Buceo y
Salvamento de la Marina de Estados Unidos se encuentra en un lugar
tan desconocido como su nombre: en lo que antaño fue un camino rural
de Panama City, una ciudad turística en auge situada en el suroeste
de Florida, a 110 km al sur de la frontera con Alabama. El complejo
del centro es tan anodino como su ubicación: una monótona
estructura de hormigón posterior a la II Guerra Mundial, con el
aspecto de un instituto de formación profesional de la zona oeste de
Chicago. Al otro lado de lo que ahora es una carretera de cuatro
carriles hay una lavandería automática y una escuela de danza.
El
centro lleva décadas formando a buceadores de aguas profundas
altamente cualificados que, en su día asignados a unidades militares
estadounidenses en todo el mundo, son capaces de realizar inmersiones
técnicas para hacer tanto lo bueno (utilizar explosivos C4 para
limpiar puertos y playas de escombros y artefactos sin detonar) como
lo malo, verbigracia volar plataformas petrolíferas extranjeras,
obstruir válvulas de admisión de centrales eléctricas submarinas o
destruir esclusas en canales de navegación cruciales. El centro de
Panama City, que cuenta con la segunda piscina cubierta más grande
de América, era el lugar perfecto para reclutar a los mejores y más
discretos graduados de la escuela de buceo, que el verano pasado
llevaron a cabo con éxito ión que se les había ordenado, a 260
pies bajo la superficie del mar Báltico.
El pasado mes de
junio los buzos de la Armada, que operaban al amparo de un ejercicio
de la OTAN de mediados de verano ampliamente publicitado, conocido
como BALTOPS 22, colocaron los explosivos activados por control
remoto que, tres meses después, destruyeron tres de los cuatro
gasoductos de Nord Stream, según una fuente con conocimiento directo
de la planificación operativa.
Dos de los gasoductos,
conocidos colectivamente como Nord Stream 1, llevaban más de una
década suministrando gas natural ruso barato a Alemania y gran parte
de Europa Occidental. Un segundo par de gasoductos, denominados Nord
Stream 2, se habían construido pero aún no estaban operativos.
Ahora que las tropas rusas se concentran en la frontera ucraniana y
se avecina la guerra más sangrienta en Europa desde 1945, el
presidente Joseph Biden considera que los gasoductos son un vehículo
para que Vladimir Putin utilice el gas natural como arma para sus
ambiciones políticas y territoriales.
Cuando se le pidió
un comentario, Adrienne Watson, portavoz de la Casa Blanca, dijo en
un correo electrónico: "Eso es falso y una completa invención".
Tammy Thorp, portavoz de la Agencia Central de Inteligencia, escribió
de forma similar: "Esa afirmación es completa y totalmente
falsa".
La decisión de Biden de sabotear los
oleoductos se produjo después de más de nueve meses de debate
altamente secreto, dentro de la comunidad de seguridad nacional de
Washington, sobre la mejor manera de lograr el objetivo. Durante gran
parte de ese tiempo la cuestión no era si había que llevar a cabo
la misión, sino cómo hacerlo sin dejar ninguna pista abierta sobre
quién era el responsable.
Había una razón burocrática
vital para confiar en los graduados de la escuela de submarinismo del
centro de Panama City. Los buzos eran sólo de la Marina y no
miembros del Mando de Operaciones Especiales de Estados Unidos, cuyas
operaciones encubiertas deben ser comunicadas al Congreso e
informadas con antelación a los líderes del Senado y la Cámara de
Representantes, la llamada Banda de los Ocho. La Administración
Biden estaba haciendo todo lo posible para evitar filtraciones, ya
que la planificación se llevó a cabo a finales de 2021 y en los
primeros meses de 2022.
El presidente Biden y su equipo de
política exterior (el consejero de Seguridad Nacional, Jake
Sullivan, el secretario de Estado, Tony Blinken, y Victoria Nuland,
subsecretaria de Estado para Política Exterior) se habían mostrado
clara y coherentemente hostiles a los dos oleoductos, que discurrían
uno junto al otro a lo largo de 750 millas bajo el mar Báltico desde
dos puertos diferentes en el noreste de Rusia, cerca de la frontera
con Estonia, pasando cerca de la isla danesa de Bornholm antes de
terminar en el norte de Alemania.
La ruta directa, que
evitaba tener que pasar por Ucrania, había sido una bendición para
la economía alemana, que disfrutaba de abundante gas natural ruso
barato, suficiente para hacer funcionar sus fábricas y calentar sus
hogares, al tiempo que permitía a los distribuidores alemanes vender
el gas sobrante, con beneficios, por toda Europa Occidental. Las
acciones que pudieran atribuirse a la administración violarían las
promesas de Estados Unidos de minimizar el conflicto directo con
Rusia. El secreto era esencial.
Desde el principio
Washington y sus socios antirrusos de la OTAN consideraron que Nord
Stream 1 era una amenaza para el dominio occidental. El holding que
lo sustenta, Nord Stream AG, se constituyó en Suiza en 2005 en
asociación con Gazprom, una empresa rusa que cotiza en bolsa y que
produce enormes beneficios a sus accionistas, dominada por oligarcas
conocidos por su proximidad a Putin. Gazprom controlaba el 51% de la
empresa, mientras que cuatro empresas energéticas europeas (una en
Francia, otra en los Países Bajos y dos en Alemania) compartían el
49% de las acciones restantes y tenían derecho a controlar las
ventas posteriores del gas natural barato a distribuidores locales en
Alemania y Europa Occidental. Los beneficios de Gazprom se
repartieron con el gobierno ruso y se calcula que los ingresos
estatales por gas y petróleo ascendieron algunos años hasta el 45%
del presupuesto anual de Rusia.
Los temores políticos de
Estados Unidos eran reales: Putin dispondría ahora de una importante
fuente de ingresos adicional y muy necesaria y Alemania y el resto de
Europa Occidental dependía del gas natural de bajo coste
suministrado por Rusia, disminuyendo al mismo tiempo la dependencia
europea de Estados Unidos. De hecho eso es exactamente lo que
ocurrió. Muchos alemanes vieron el Nord Stream 1 como parte del
cumplimiento de la famosa teoría de la Ostpolitik del ex canciller
Willy Brandt, que permitiría a la Alemania de posguerra
reconstruirse, a sí misma y a otras naciones europeas destruidas en
la Segunda Guerra Mundial, mediante entre otras iniciativas la
utilización del gas ruso barato, para alimentar un mercado y una
economía comercial prósperos en Europa Occidental.
Nord
Stream 1 ya era suficientemente peligroso, en opinión de la OTAN y
Washington, pero Nord Stream 2, cuya construcción finalizó en
septiembre de 2021, duplicaría, si lo aprobaban los reguladores
alemanes, la cantidad de gas barato que estaría disponible para
Alemania y Europa Occidental. El segundo gasoducto también
proporcionaría gas suficiente para más del 50% del consumo anual de
Alemania. Las tensiones entre Rusia y la OTAN no cesaban de aumentar,
respaldadas por la agresiva política exterior de la Administración
Biden.
La oposición al Nord Stream 2 estalló en vísperas
de la toma de posesión de Biden, en enero de 2021, cuando los
republicanos del Senado, encabezados por Ted Cruz, de Texas,
plantearon repetidamente la amenaza política del gas natural ruso
barato durante la audiencia de confirmación de Blinken como
secretario de Estado. Para entonces, un Senado unificado había
aprobado con éxito una ley que, como dijo Cruz a Blinken, "detuvo
[el gasoducto] en seco." El gobierno alemán, presidido entonces
por Angela Merkel, ejercía una enorme presión política y económica
para poner en marcha el segundo oleoducto.
¿Se
enfrentaría Biden a los alemanes? Blinken dijo que sí, pero añadió
que no estaba hablado de los puntos de vista concretos del Presidente
entrante. "Conozco su firme convicción de que el Nord Stream 2
es una mala idea", dijo. "Sé que querría que utilizáramos
todas las herramientas persuasivas que tenemos para convencer a
nuestros amigos y socios, incluida Alemania, de que no sigan adelante
con él".
Unos meses después, cuando la construcción
del segundo gasoducto estaba a punto de concluir, Biden reaccionó.
En mayo, en un giro sorprendente, la administración renunció a
imponer sanciones a Nord Stream AG y un funcionario del Departamento
de Estado admitió que intentar detener el gasoducto mediante
sanciones y diplomacia "siempre había sido una posibilidad
remota". Entre bastidores funcionarios de la Administración
habrían instado al presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, que por
entonces se enfrentaba a la amenaza de una invasión rusa, a que no
criticara la medida.
Las consecuencias fueron inmediatas.
Los republicanos del Senado, liderados por Cruz, anunciaron un
bloqueo inmediato de todos los candidatos de Biden en política
exterior y retrasaron la aprobación de la ley anual de defensa
durante meses, hasta bien entrado el otoño. Más tarde, Politico
describió el cambio de rumbo de Biden sobre el segundo oleoducto
ruso como "la única decisión que ha puesto en peligro la
agenda de Biden, posiblemente más que la caótica retirada militar
de Afganistán".
La administración se
tambaleaba, a pesar de obtener un respiro en la crisis a mediados de
noviembre, cuando los reguladores energéticos alemanes suspendieron
la aprobación del segundo gasoducto Nord Stream. Los precios del gas
natural se dispararon un 8% en pocos días, en medio del temor
creciente en Alemania y Europa de que la suspensión del gasoducto y
la posibilidad cada vez mayor de una guerra entre Rusia y Ucrania
provocaran un invierno frío muy poco deseado. Washington no tenía
clara la postura de Olaf Scholz, el recién nombrado canciller
alemán. Meses antes, tras la caída de Afganistán, Scholtz había
apoyado públicamente el llamamiento del presidente francés Emmanuel
Macron a una política exterior europea más autónoma en un discurso
en Praga, sugiriendo claramente una menor dependencia de Washington y
sus acciones impredecibles.
Durante todo este
tiempo las tropas rusas se habían ido acumulando de forma constante
y ominosa en las fronteras de Ucrania y a finales de diciembre más
de 100.000 soldados estaban en posición de ataque desde Bielorrusia
y Crimea. La alarma crecía en Washington, incluyendo la evaluación
de Blinken de que ese número de tropas podría "duplicarse en
poco tiempo."
La atención de la Administración
volvió a centrarse en Nord Stream. Mientras Europa siguiera
dependiendo de los gasoductos para obtener gas natural barato,
Washington temía que países como Alemania se mostraran reacios a
suministrar a Ucrania el dinero y las armas que necesitaba para
derrotar a Rusia.
Fue en este momento de inquietud cuando
Biden autorizó a Jake Sullivan a reunir un grupo interagencias para
idear un plan.
Todas las opciones debían estar sobre la
mesa. Pero sólo se presentaría una.
LA PLANIFICACIÓN
En
diciembre de 2021, dos meses antes de que los primeros tanques rusos
entraran en Ucrania, Jake Sullivan convocó la reunión de un grupo
de trabajo recién formado (hombres y mujeres del Estado Mayor
Conjunto, la CIA y los Departamentos de Estado y del Tesoro) y pidió
recomendaciones sobre cómo responder a la inminente invasión de
Putin.
Sería la primera de una serie de reuniones
ultrasecretas, en una sala segura de la última planta del Old
Executive Office Building, adyacente a la Casa Blanca, que era
también la sede del President's Foreign Intelligence Advisory Board
(PFIAB). Hubo la habitual charla de idas y venidas que acabó
desembocando en una pregunta preliminar crucial: ¿La recomendación
que el grupo remitiera al Presidente sería reversible (como otra
capa de sanciones y restricciones monetarias) o irreversible, es
decir, acciones cinéticas que no podrían deshacerse?
Lo
que quedó claro para los participantes, según la fuente con
conocimiento directo del proceso, es que Sullivan pretendía que el
grupo presentara un plan para la destrucción de los dos gasoductos
Nord Stream y que estaba cumpliendo los deseos del
Presidente.
Durante las siguientes reuniones los
participantes debatieron las opciones de ataque. La Marina propuso
utilizar un submarino recién puesto en servicio para atacar
directamente el gasoducto. La Fuerza Aérea discutió la posibilidad
de lanzar bombas con espoletas retardadas que pudieran detonarse a
distancia. La CIA argumentó que, se hiciera lo que se hiciera,
tendría que ser encubierto. Todos los implicados comprendieron lo
que estaba en juego. "Esto no es cosa de niños", dijo la
fuente. Si el ataque se podía rastrear hasta Estados Unidos "sería
un acto de guerra".
En aquel momento la CIA estaba
dirigida por William Burns, un ex embajador en Rusia de modales
suaves, que había sido subsecretario de Estado en la Administración
Obama. Burns autorizó rápidamente un grupo de trabajo de la Agencia
entre cuyos miembros ad hoc figuraba (por casualidad) alguien que
conocía las capacidades de los buzos de altura de la Marina en
Panama City. Durante las semanas siguientes, los miembros del grupo
de trabajo de la CIA comenzaron a elaborar un plan para una operación
encubierta, que utilizaría buzos de profundidad para provocar una
explosión a lo largo del oleoducto.
Algo así ya se había
hecho antes. En 1971 la comunidad de inteligencia estadounidense se
enteró, por fuentes aún no reveladas, de que dos importantes
unidades de la Armada rusa se comunicaban a través de un cable
submarino enterrado en el Mar de Okhotsk, en la costa del Lejano
Oriente ruso. El cable enlazaba un mando regional de la Marina con el
cuartel general en Vladivostok.
Un equipo cuidadosamente
seleccionado de agentes de la Agencia Central de Inteligencia y de la
Agencia Nacional de Seguridad se reunió clandestinamente en algún
lugar del entorno de Washington y elaboró un plan que se servía de
buzos de la Marina, submarinos modificados y un vehículo de rescate
submarino profundo, que tuvo éxito, después de mucho ensayo y
error, en la localización del cable ruso. Los buzos colocaron en el
cable un sofisticado dispositivo de escucha que interceptó con éxito
las comunicaciones rusas y las registró en un sistema de
grabación.
La NSA se enteró de que altos oficiales de la
marina rusa, convencidos de la seguridad de su medio de comunicación,
intercambiaban información sin cifrar. El dispositivo de grabación
y su cinta tenían que ser sustituidos mensualmente y el proyecto
siguió adelante alegremente durante una década, hasta que se vio
comprometido por un técnico civil de la NSA de cuarenta y cuatro
años llamado Ronald Pelton, que hablaba ruso con fluidez. Pelton fue
delatado por un desertor ruso en 1985 y condenado a prisión. Los
rusos sólo le pagaron 5.000 dólares por sus revelaciones sobre la
operación, además de 35.000 dólares por otros datos operativos
rusos que proporcionó y que nunca se hicieron públicos.
Ese éxito
submarino, cuyo nombre en clave era Ivy Bells, fue innovador y
arriesgado y produjo una valiosísima información de inteligencia
sobre las intenciones y la planificación de la Armada rusa.
Aun
así el grupo interagencias se mostró inicialmente escéptico ante
el entusiasmo de la CIA por un ataque encubierto en alta mar. Había
demasiadas preguntas sin respuesta. Las aguas del Mar Báltico
estaban fuertemente patrulladas por la marina rusa y no había
plataformas petrolíferas que pudieran servir de cobertura para una
operación de buceo. ¿Tendrían que ir los submarinistas a Estonia,
justo al otro lado de la frontera de los muelles rusos de carga de
gas natural, para entrenarse con vistas a la misión? "Sería
una putada", dijeron a la Agencia.
A lo largo de
"toda esta intriga", dijo la fuente, "algunos cargos
de la CIA y del Departamento de Estado advertían: 'No hagáis eso.
Es estúpido y será una pesadilla política si sale a la luz'".
Sin
embargo, a principios de 2022, el grupo de trabajo de la CIA informó
al grupo interagencias de Sullivan: "Tenemos una manera de volar
los oleoductos".
Lo que vino después fue asombroso.
El 7 de febrero, menos de tres semanas antes de la aparentemente
inevitable invasión rusa de Ucrania, Biden se reunió en su despacho
de la Casa Blanca con el canciller alemán Olaf Scholz, quien, tras
algunos titubeos estaba ahora firmemente con el equipo
estadounidense. En la rueda de prensa posterior Biden afirmó
desafiante: "Si Rusia invade... ya no habrá Nord Stream 2. Le
pondremos fin. Le pondremos fin".
Veinte días antes
la subsecretaria Nuland había transmitido esencialmente el mismo
mensaje en una reunión informativa del Departamento de Estado, con
escasa cobertura de prensa. "Quiero ser muy clara con ustedes
hoy", dijo en respuesta a una pregunta. "Si Rusia invade
Ucrania, de un modo u otro Nord Stream 2 no seguirá
adelante".
Varios de los implicados en la
planificación de la misión del gasoducto se mostraron consternados
por lo que consideraron referencias indirectas al ataque.
"Fue
como poner una bomba atómica sobre el terreno en Tokio y decir a los
japoneses que vamos a detonarla", dijo la fuente. "El plan
era que las operaciones se ejecutaran después de la invasión y no
se anunciaran públicamente. Biden simplemente no lo entendió o lo
ignoró".
La indiscreción de Biden y Nuland, si es
que fue eso, puede haber frustrado a algunos de los planificadores.
Pero también creó una oportunidad. Según la fuente, algunos altos
cargos de la CIA determinaron que volar el oleoducto "ya no
podía considerarse una opción encubierta, porque el Presidente
acababa de anunciar que sabíamos cómo hacerlo".
El
plan de volar Nord Stream 1 y 2 pasó repentinamente, de ser una
operación encubierta que requería que se informara al Congreso, a
considerarse una operación de inteligencia altamente clasificada con
apoyo militar estadounidense. Según la ley, explicó la fuente, "ya
no había obligación legal de informar de la operación al Congreso.
Todo lo que tenían que hacer ahora era simplemente llevarla a cabo,
pero seguía teniendo que ser secreta". Los rusos tienen una
vigilancia superlativa del Mar Báltico".
Los
miembros del grupo de trabajo de la Agencia no tenían contacto
directo con la Casa Blanca y estaban impacientes por saber si el
Presidente hablaba en serio, es decir, si la misión estaba en
marcha. La fuente recordó: "Bill Burns vuelve y dice:
'Hacedlo'".
LA OPERACIÓN
Noruega era el
lugar perfecto para la misión.
En los últimos años de
crisis Este-Oeste, el ejército estadounidense ha ampliado
enormemente su presencia dentro de Noruega, cuya frontera occidental
recorre 1.400 millas a lo largo del Océano Atlántico norte y se une
por encima del Círculo Polar Ártico con Rusia. El Pentágono ha
creado puestos de trabajo y contratos muy bien remunerados, en medio
de cierta controversia local, invirtiendo cientos de millones de
dólares para modernizar y ampliar las instalaciones de la Armada y
la Fuerza Aérea estadounidenses en Noruega. Las nuevas obras
incluían, sobre todo, un avanzado radar de apertura sintética en el
norte, capaz de penetrar profundamente en Rusia y que entró en
funcionamiento justo cuando la comunidad de inteligencia
estadounidense perdía el acceso a una serie de emplazamientos de
escucha de largo alcance dentro de China.
Una base de
submarinos norteamericanos recién renovada, que llevaba años en
construcción, entró en funcionamiento y ahora más submarinos
norteamericanos pueden colaborar estrechamente con sus colegas
noruegos para vigilar y espiar un importante reducto nuclear ruso,
situado a 250 millas al este, en la península de Kola. Estados
Unidos también ha ampliado enormemente una base aérea noruega en el
norte y ha entregado a las fuerzas aéreas noruegas una flota de
aviones de patrulla P8 Poseidon, fabricados por Boeing, para reforzar
su espionaje de largo alcance de todo lo relacionado con Rusia.
A cambio, el
gobierno noruego enfureció a los liberales y a algunos moderados de
su parlamento el pasado noviembre, al aprobar el Acuerdo
Complementario de Cooperación en materia de Defensa (SDCA). Según
el nuevo acuerdo, el sistema judicial estadounidense tendría
jurisdicción en ciertas "zonas acordadas" del Norte sobre
los soldados estadounidenses acusados de delitos fuera de la base,
así como sobre aquellos ciudadanos noruegos acusados o sospechosos
de interferir en el trabajo en la base.
Noruega fue uno de
los signatarios originales del Tratado de la OTAN en 1949, en los
primeros días de la Guerra Fría. En la actualidad el comandante
supremo de la OTAN es Jens Stoltenberg, un anticomunista convencido,
que fue primer ministro de Noruega durante ocho años, antes de
acceder con respaldo estadounidense a su alto cargo en la OTAN en
2014. Es un partidario de la línea dura en todo lo relacionado con
Putin y Rusia, que había cooperado con la comunidad de inteligencia
estadounidense desde la guerra de Vietnam. A partir de entonces se
confía plenamente en él. "Stoltenberg es el guante que se
ajusta a la mano estadounidense", dijo la fuente.
De
vuelta en Washington, los planificadores sabían que tenían que ir a
Noruega. "Odiaban a los rusos y la armada noruega estaba llena
de excelentes marineros y buceadores que tenían generaciones de
experiencia en la muy rentable exploración de petróleo y gas en
alta mar", dijo la fuente. También se podía confiar en ellos
para mantener la misión en secreto.
Es posible que los
noruegos también tuvieran otros intereses. La destrucción de Nord
Stream (si los estadounidenses lo conseguían) permitiría a Noruega
vender una cantidad mucho mayor de su propio gas natural a
Europa.
En algún momento de marzo, algunos miembros del
equipo volaron a Noruega para reunirse con el Servicio Secreto y la
Marina noruegos. Una de las preguntas clave era dónde exactamente en
el Mar Báltico era el mejor lugar para colocar los explosivos. Nord
Stream 1 y 2, cada uno con dos conjuntos de tuberías, estaban
separados en gran parte por poco más de un kilómetro y medio, en su
recorrido hacia el puerto de Greifswald, en el extremo noreste de
Alemania.
La armada noruega no tardó en encontrar el
lugar adecuado en las aguas poco profundas del mar Báltico, a pocas
millas de la isla danesa de Bornholm. Los oleoductos estaban
separados por más de una milla de distancia, en un fondo marino de
sólo 260 pies de profundidad. Los buzos, que operaban desde un
cazaminas noruego de la clase Alta, se sumergirían con una mezcla de
oxígeno, nitrógeno y helio que salía de sus tanques y colocarían
cargas de C4 en los cuatro conductos con cubiertas protectoras de
hormigón. Sería un trabajo tedioso, lento y peligroso, pero las
aguas de Bornholm tenían otra ventaja: no había grandes corrientes
de marea, que habrían dificultado mucho la tarea de buceo.
Después
de investigar un poco los estadounidenses se decidieron.
En
este punto, volvió a entrar en juego el oscuro grupo de buceo
profundo de la Marina en Panama City. Las escuelas de aguas profundas
de Panama City, cuyos alumnos participaron en Ivy Bells, son vistas
como un remanso no deseado por los graduados de élite de la Academia
Naval de Annapolis, que normalmente buscan la gloria de ser
destinados como Seal, piloto de caza o submarinista. Si uno debe
convertirse en un "zapato negro" (es decir, un miembro del
menos deseable comando de buques de superficie) siempre hay al menos
un deber en un destructor, crucero o buque anfibio. La menos
glamurosa de todas es la guerra de minas. Sus buceadores nunca
aparecen en las películas de Hollywood ni en las portadas de las
revistas populares.
"Los mejores buzos con
cualificaciones de buceo profundo forman una comunidad muy cerrada.
Sólo los mejores fueron reclutados para la operación y se les dijo
que estuvieran preparados para ser convocados por la CIA en
Washington", dijo la fuente.
Los noruegos y los
estadounidenses tenían su ubicación y sus instrucciones, pero había
otra preocupación: cualquier actividad submarina inusual en las
aguas de Bornholm podría llamar la atención de las armadas sueca o
danesa, que podrían informar de ello.
Dinamarca también
había sido uno de los signatarios originales de la OTAN y era
conocida en la comunidad de inteligencia por sus especiales vínculos
con el Reino Unido. Suecia había solicitado su ingreso en la OTAN y
había demostrado su gran habilidad en el manejo de sus sistemas de
sensores magnéticos y de sonido submarino, que rastreaban con éxito
los submarinos rusos, que de vez en cuando aparecían en aguas
remotas del archipiélago sueco y se veían obligados a salir a la
superficie.
Los noruegos se unieron a los estadounidenses
para insistir en que algunos altos cargos de Dinamarca y Suecia
debían ser informados en términos generales sobre la posible
actividad submarina en la zona. De ese modo, alguien superior podría
intervenir y mantener un informe fuera de la cadena de mando,
aislando así la operación del oleoducto. "Lo que se les decía
y lo que sabían era deliberadamente diferente", me dijo la
fuente. La embajada noruega, a la que se pidió que comentara esta
historia, no respondió.
Los noruegos fueron
clave para resolver otros obstáculos. Se sabía que la armada rusa
poseía tecnología de vigilancia capaz de detectar y activar minas
submarinas. Los artefactos explosivos estadounidenses debían
camuflarse para que el sistema ruso los viera como parte del fondo
natural, lo que requería adaptarse a la salinidad específica del
agua. Los noruegos tenían una solución.
Los noruegos
también tenían una solución para la cuestión crucial de cuándo
debía tener lugar la operación. Cada mes de junio, desde hace 21
años, la Sexta Flota norteamericana, cuyo buque insignia tiene su
base en Gaeta (Italia), al sur de Roma, patrocina un gran ejercicio
de la OTAN en el Mar Báltico en el que participan decenas de barcos
aliados de toda la región. El ejercicio previsto, que se celebraría
en junio, se conocería como Operaciones Bálticas 22, o BALTOPS 22.
Los noruegos propusieron que ésa sería la tapadera ideal para
colocar las minas.
Los norteamericanos aportaron un
elemento vital: convencieron a los planificadores de la Sexta Flota
para que añadieran al programa un ejercicio de investigación y
desarrollo. El ejercicio, según hizo público la Marina, implicaba a
la Sexta Flota en colaboración con los "centros de
investigación y guerra" de la Marina. El evento en el mar se
celebraría frente a la costa de la isla de Bornholm y en él
participarían equipos de buceadores de la OTAN sembrando minas y los
equipos competidores utilizarían la última tecnología submarina
para encontrarlas y destruirlas.
Se trataba tanto de un
ejercicio útil como de una ingeniosa tapadera. Los chicos de Panama
City harían lo suyo y los explosivos C4 quedarían colocados al
finalizar BALTOPS22, con un temporizador de 48 horas. Todos los
estadounidenses y noruegos se habrían ido en el momento de la
primera explosión.
Los días corrían cuenta atrás. "El
reloj avanzaba y nos acercábamos a la misión cumplida", dijo
la fuente.
Y entonces…: Washington se lo pensó mejor.
Las bombas se colocarían efectivamente durante BALTOPS, pero a la
Casa Blanca le preocupaba que un plazo de dos días para su
detonación estuviera demasiado cerca del final del ejercicio y sería
obvio que Estados Unidos había participado.
En su lugar
la Casa Blanca hizo una nueva petición: "¿Pueden los chicos
sobre el terreno idear alguna forma de volar los oleoductos más
tarde, cuando se les ordene?".
Algunos miembros del
equipo de planificación estaban enfadados y frustrados por la
aparente indecisión del Presidente. Los buzos de Panama City habían
practicado repetidamente la colocación del C4 en las tuberías, como
harían durante BALTOPS, pero ahora el equipo de Noruega tenía que
idear una forma de dar a Biden lo que quería: la posibilidad de
emitir una orden de ejecución con éxito en el momento que él
eligiera.
Encargarse de un cambio arbitrario y de última
hora era algo que la CIA estaba acostumbrada a gestionar. Pero
también renovó las preocupaciones que algunos compartían sobre la
necesidad y la legalidad de toda la operación.
Las
órdenes secretas del Presidente también evocaron el dilema de la
CIA en los días de la guerra de Vietnam, cuando el Presidente
Johnson, enfrentado al creciente sentimiento contra esa guerra,
ordenó a la Agencia que violara sus estatutos (que le prohibían
específicamente operar dentro de Estados Unidos) espiando a los
líderes antibelicistas para determinar si estaban siendo controlados
por la Rusia comunista.
La Agencia acabó accediendo y a
lo largo de la década de 1970 quedó claro hasta dónde estaba
dispuesta a llegar. Tras los escándalos del Watergate, los
periódicos revelaron que la Agencia espiaba a ciudadanos
estadounidenses, participaba en el asesinato de líderes extranjeros
y socavaba al gobierno socialista de Salvador Allende.
Esas
revelaciones condujeron a una dramática serie de audiencias a
mediados de los años setenta en el Senado, dirigidas por Frank
Church, de Idaho, que dejaron claro que Richard Helms, director de la
Agencia en aquel momento, aceptaba que tenía la obligación de hacer
lo que el Presidente quería, incluso si eso significaba violar la
ley.
En un testimonio inédito a puerta cerrada, Helms
explicó con pesar que cuando haces algo bajo órdenes secretas de un
Presidente, "tanto si está bien como si está mal que lo tengas
[la CIA] trabaja bajo reglas y normas básicas diferentes a las de
cualquier otra parte del gobierno". En esencia, estaba diciendo
a los senadores que él, como jefe de la CIA, entendía que había
estado trabajando para la Poder y no para la Ley.
Los
estadounidenses que trabajaban en Noruega actuaban bajo la misma
dinámica y obedientemente empezaron a trabajar en el nuevo problema:
cómo detonar a distancia los explosivos C4 por orden de Biden. Era
una tarea mucho más exigente de lo que entendían los de Washington.
El equipo de Noruega no podía saber cuándo pulsaría el botón el
Presidente. ¿Sería en unas semanas, en muchos meses o en medio año
o más?
El C4 fijado a los
oleoductos se activaría mediante una boya de sonar lanzada por un
avión con poca antelación, pero el procedimiento requería la
tecnología de procesamiento de señales más avanzada. Una vez
instalados, los dispositivos de temporización retardada fijados a
cualquiera de los cuatro oleoductos podrían activarse
accidentalmente por la compleja mezcla de ruidos de fondo del mar
Báltico, muy transitado, procedente de barcos cercanos y lejanos,
perforaciones submarinas, fenómenos sísmicos, olas e incluso
criaturas marinas. Para evitarlo la boya sonar, una vez en su lugar,
emitiría una secuencia de sonidos tonales de baja frecuencia únicos
(muy parecidos a los emitidos por una flauta o un piano) que serían
reconocidos por el dispositivo temporizador y, tras unas horas de
retardo preestablecidas, activarían los explosivos. "Se busca
una señal lo suficientemente robusta como para que ninguna otra
señal pueda enviar accidentalmente un impulso que detone los
explosivos", me dijo el Dr. Theodore Postol, profesor emérito
de ciencia, tecnología y política de seguridad nacional del MIT.
Postol, que ha sido asesor científico del Jefe de Operaciones
Navales del Pentágono, dijo que el problema al que se enfrentaba el
grupo en Noruega debido al retraso de Biden era una cuestión de
azar: "Cuanto más tiempo estén los explosivos en el agua,
mayor será el riesgo de que una señal aleatoria detone las
bombas".
El 26 de septiembre de 2022 un avión de
vigilancia P8 de la Marina noruega realizó un vuelo aparentemente
rutinario y soltó una boya de sonar. La señal se propagó bajo el
agua, inicialmente al Nord Stream 2 y luego al Nord Stream 1. Unas
horas más tarde se activaron los explosivos C4 de alta potencia y
tres de los cuatro gasoductos quedaron fuera de servicio. A los pocos
minutos las manchas del gas metano que quedaba en las cerradas
tuberías podían verse esparciéndose por la superficie del agua y
el mundo se enteró de que había ocurrido algo
irreversible.
CONSECUENCIAS
Inmediatamente después
del atentado contra el oleoducto, los medios de comunicación
estadounidenses lo trataron como un misterio sin resolver. Se citó
repetidamente a Rusia como probable culpable, espoleada por las
calculadas filtraciones de la Casa Blanca, pero sin establecer nunca
un motivo claro para semejante acto de autosabotaje, más allá de la
simple venganza. Unos meses más tarde, cuando se supo que las
autoridades rusas habían estado obteniendo discretamente
estimaciones del coste de reparación de los oleoductos, el New York
Times describió la noticia como "una complicación de las
teorías sobre quién estaba detrás" del ataque. Ningún gran
periódico estadounidense profundizó en las anteriores amenazas a
los oleoductos formuladas por Biden y la Subsecretaria de Estado
Nuland.
Aunque nunca quedó claro por qué Rusia querría
destruir su propio y lucrativo oleoducto, una justificación más
reveladora de la acción del Presidente provino del Secretario de
Estado Blinken.
Preguntado en una rueda de prensa el
pasado septiembre sobre las consecuencias del empeoramiento de la
crisis energética en Europa Occidental, Blinken describió el
momento como potencialmente bueno:
"Se trata de una
gran oportunidad para eliminar de una vez por todas la dependencia de
la energía rusa y quitarle así a Vladimir Putin la posibilidad de
utilizar la energía como arma para avanzar en sus designios
imperiales. Eso es muy significativo y ofrece una tremenda
oportunidad estratégica para los años venideros, pero mientras
tanto estamos decididos a hacer todo lo posible para asegurarnos de
que las consecuencias de todo esto no las sufran los ciudadanos de
nuestros países ni, para el caso, de todo el mundo."
Más
recientemente Victoria Nuland expresó su satisfacción por la
desaparición del más reciente de los oleoductos. En una
comparecencia ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado, a
finales de enero, dijo al senador Ted Cruz: "Al igual que usted,
me complace mucho y creo que a la Administración también, saber que
Nord Stream 2 es ahora, como a usted le gusta decir, un trozo de
metal en el fondo del mar".
La fuente tenía una
visión mucho más callejera de la decisión de Biden de sabotear más
de 1500 millas de oleoducto de Gazprom, a medida que se acercaba el
invierno. "Bueno", dijo hablando del Presidente, "tengo
que admitir que el tipo tiene un par de pelotas. Dijo que iba a
hacerlo y lo hizo".
Cuando se le preguntó por qué
creía que los rusos no habían respondido, respondió cínicamente:
"Quizá quieren tener la capacidad de hacer lo mismo que hizo
Estados Unidos".
"Era una bonita tapadera",
prosiguió. "Detrás había una operación encubierta que
situaba a expertos sobre el terreno y equipos que funcionaban con una
señal encubierta.
"El único fallo fue la decisión
de hacerlo".
https://seymourhersh.substack.com/p/how-america-took-out-the-nord-stream
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