https://propagandainfocus.substack.com/p/wall-street-the-nazis-and-the-crimes-of-the-deep-state
Inteligencia Criminal
El Estado profundo transnacional (la “jerarquía de seguridad” liderada por Wall Street que opera por encima y más allá de la política democrática) siempre ha estado dispuesto a recurrir a cualquier medio para lograr sus objetivos. Aunque están involucradas muchas instituciones diferentes, incluidas otras agencias de inteligencia, el alma de la bestia es sin duda la CIA, descrita por Valentine como “una conspiración criminal en nombre de capitalistas ricos”, “la rama del crimen organizado del gobierno de Estados Unidos” y “una organización criminal que está corrompiendo gobiernos y sociedades en todo el mundo. Está asesinando a civiles que no han hecho nada malo” (Valentine 2007, 31, 35, 39). Los vínculos entre la CIA, la mafia y el narcotráfico transnacional son bien conocidos (Scott 2004). La historia de la política exterior estadounidense desde el nacimiento de la CIA ha sido una historia de violaciones casi continuas del derecho internacional y crímenes de guerra, bajo el manto de la propaganda y la guerra psicológica en nombre de la “seguridad nacional” y una serie de mitos excepcionalistas (Blum 2006; Chomsky 2007; Hughes 2015).
El concepto de “delito de inteligencia” de Willem Bart de Lint ["intelligence crime", Blurring Intelligence Crime. A Critical Forensics (Delitos de Inteligencia. Una crítica forense, https://www.amazon.com/-/es/Willem-Bart-Lint/dp/9811603545 2021, 210)] se refiere a los delitos cometidos por “actores oscuros” en los niveles más altos del poder, que manipulan furtivamente los aparatos de seguridad nacional para promover agendas que los benefician a ellos mismos mientras, si es necesario, infligen daños casi inimaginables a otros. El “delito de inteligencia de tipo 2” se refiere específicamente a “actores o activos empoderados o habilitados por agencias de inteligencia” y se cuenta “entre los tipos de delito más frecuentes, reiterados y letales de la historia moderna reciente” (Lint 2021, 59). En algunos casos estos crímenes pueden cometerse en una escala que casi desafía la comprensión (“crímenes de alto nivel”, como el 11 de septiembre ), pero siguen siendo “invisibles” (debido a la propaganda), impunes (porque los perpetradores están por encima de la ley) y poco analizados por los académicos (que forman parte de la estructura de poder) (Lint 2021; cf. Hughes 2022b; Woodworth y Griffin 2022). De Lint enumera una serie de crímenes de inteligencia que involucran a la CIA y que han costado millones de vidas y destruido sociedades enteras, desde Indonesia y Vietnam hasta Chile, Guatemala y Ruanda (2021, 59-60).
En reiteradas ocasiones Eisenhower violó los principios de integridad territorial e independencia política consagrados en el Artículo 2.4 de la Carta de las Naciones Unidas (1945). En ocho años, el presidente Eisenhower autorizó 104 operaciones encubiertas en cuatro continentes, centradas principalmente en países poscoloniales, seguido por el presidente Kennedy, que autorizó 163 operaciones encubiertas en solo tres años (McCoy 2015). Los resultados incluyeron golpes de Estado contra Mohammad Mosaddegh en Irán, en 1953 (por las medidas para nacionalizar el petróleo iraní) y Jacobo Árbenz en Guatemala, en 1954 (tras el cabildeo de la United Fruit Company), el asesinato de Patrice Lumumba en la República del Congo, en 1961, el fiasco de Bahía de Cochinos seguido de la Operación Mangosta en Cuba, e interferencias electorales en Italia, Filipinas, Líbano, Vietnam del Sur, Indonesia, Guyana Británica, Japón, Nepal, Laos, Brasil y República Dominicana (Blum 2006, cap. 18). Esas operaciones se utilizaron para forzar la apertura de los mercados y establecer regímenes clientelares que facilitaban la penetración del capital occidental y la desposesión de la mano de obra (Ahmed 2012, 70-1). Demostraron que Estados Unidos era, en efecto, excepcional, aunque sólo fuera por su capacidad selectiva para eximirse de la regla del derecho internacional (una aplicación del principio schmittiano de excepcionalidad soberana a nivel internacional) (McCoy 2015; Schmitt 2005, 31).
Las técnicas de guerra biológica que la Unidad 731 inició fueron utilizadas por Estados Unidos durante la Guerra de Corea en 1952, incluyendo “ántrax, peste y cólera, diseminados por más de una docena de dispositivos o métodos diferentes” (Kaye 2018). Ya en septiembre de 1950, la Fuerza Aérea de Estados Unidos se quejó en comunicados de que no quedaba nada por destruir, después de haber dado a las aldeas un “tratamiento de saturación” con napalm para desalojar a unos pocos soldados (Stone 1988, 256-9). Se lanzaron más toneladas de bombas sobre Corea del Norte que en todo el teatro del Pacífico de la Segunda Guerra Mundial, matando entre el 10 y el 15 por ciento de la población, una cifra cercana a la proporción de ciudadanos soviéticos muertos en la Segunda Guerra Mundial (Armstrong 2009, 1). Después de haber devastado todas las principales regiones urbanas e industriales de Corea del Norte en 1953, la USAF destruyó cinco embalses, “inundando miles de acres de tierras de cultivo, inundando ciudades enteras y devastando la fuente esencial de alimentos para millones de norcoreanos”, un crimen de guerra cometido solo dos años después de que entrara en vigor la Convención sobre el Genocidio (Armstrong 2009, 2).
McCoy (2015) describe una “'ola inversa' en la tendencia global hacia la democracia desde 1958 a 1975, cuando golpes de Estado (la mayoría de ellos sancionados por Estados Unidos) permitieron a militares tomar el poder en más de tres docenas de naciones, lo que representaba una cuarta parte de los estados soberanos del mundo”. Para América Latina, la Escuela de las Américas, un centro del ejército estadounidense en Fort Benning, Georgia, brindó capacitación especial en tortura, asesinato y represión política de movimientos de izquierda. Entre los graduados se encontraban Leopoldo Galtieri, presidente durante la Guerra Sucia argentina (1976-1983), Roberto D'Aubuisson, que entrenó a escuadrones de la muerte en El Salvador antes de convertirse en presidente, y el dictador y narcotraficante panameño Manuel Noriega. De esta manera se permitió que los métodos de la SS de Hitler continuaran durante la Guerra Fría. Las “desapariciones forzadas” se basaron en la operación “Noche y Niebla” de Hitler de 1941, en la que se obligaba a los combatientes de la resistencia en los países ocupados por los nazis a “desaparecer en la noche y la niebla”; se sabía que varios nazis de alto perfil encontraron refugio en Chile y Argentina (Klein 2007, 91). El general Augusto Pinochet fue instalado en el poder por el golpe de Estado de la CIA en Chile en 1973, tras lo cual comenzaron los experimentos neoliberales de terapia de choque económica, basados en principios derivados de las técnicas de tortura de la CIA (Klein 2007, 9). Las técnicas de tortura e interrogatorio aplicadas en toda América Latina procedían del Manual de Interrogatorio de Contrainteligencia KUBARK (https://es.wikipedia.org/wiki/The_Torture_Manuals ) de la CIA de 1963 (McCoy 2007, 50). En Nicaragua la Guardia Nacional, entrenada por los Estados Unidos, masacró a la población “con una brutalidad que una nación normalmente reserva para su enemigo”, en palabras de Robert Pastor, del Consejo de Seguridad Nacional, y mató a unas 40.000 personas (citado en Chomsky 2006, 251). La CIA facilitó el tráfico de cocaína de los Contras en Nicaragua (desplegados para aplastar la revolución sandinista de 1979) a los gangs de Los Ángeles, alimentando una epidemia de crack (Scott y Marshall 1998, 23-50).
Muchos gobiernos del sudeste asiático también se convirtieron en dictaduras militares apoyadas por Estados Unidos, entre ellos Indonesia, Filipinas, Corea del Sur, Vietnam del Sur, Taiwán y Tailandia. Como escribió Samuel Huntington en 1965, esto se debió al miedo a la revolución: “las fuerzas sociales desatadas por la modernización” implican la “ vulnerabilidad de un régimen tradicional a la revolución”. Los medios desplegados para contrarrestar la amenaza de la revolución fueron brutales: el programa de aldeas estratégicas de Taylor-Staley en Vietnam del Sur, por ejemplo, dio como resultado que 13 millones de personas fueran reubicadas por la fuerza en 12.000 “aldeas fortificadas, rodeadas de cercas de alambre de púas y zanjas fortificadas con estacas de bambú” (Schlesinger 2002, 549). El golpe de Estado de 1965 en Indonesia, orquestado para impedir que el tercer partido comunista más grande del mundo llegara al poder, mató a cientos de miles de personas (posiblemente a más de dos millones en varios años) cuando la CIA filtró los nombres y detalles de los miembros del partido (van der Pijl 2014, 174). La Operación Fénix (1968-1972) fue un programa encubierto de la CIA de tortura y asesinato, que llevó a la muerte de aproximadamente 20.000 ciudadanos vietnamitas y al encarcelamiento de miles más (Cavanagh 1980; Oren 2002, 149). Los críticos lo describieron como "el programa más indiscriminado y de asesinato político masivo desde los campos de exterminio nazis de la Segunda Guerra Mundial", pero la publicación de los Papeles del Pentágono en 1971 desvió la atención (https://es.wikipedia.org/wiki/Pentagon_Papers Butz et al. 1974, 6; Valentine 2017, 29-34). Los bombardeos masivos de Vietnam, Camboya y Laos, con napalm y Agente Naranja, causaron una pérdida incalculable de vidas y daños ambientales y produjeron generaciones de malformaciones congénitas. El envío de armas estadounidenses a Indonesia en 1975 tuvo como resultado atrocidades de “niveles casi genocidas” en 1978 (Chomsky 2008, 312).
Hay muchos más ejemplos de violaciones del derecho internacional y crímenes de guerra patrocinados por Estados Unidos y el Reino Unido, demasiados para enumerarlos aquí. Algunos ejemplos obvios son:
3.000 millones de dólares al año a Israel, a pesar de la brutalidad sistemática contra los palestinos.
Entrenamiento y apoyo al Frente Patriótico Ruandés, cuyos escuadrones de la muerte en 1994 se parecían a “las unidades móviles [Einsatzgruppen] del Tercer Reich” (Rever 2018, 229).
El suministro de grandes cantidades de armas a Turquía a mediados de la década de 1990 para ayudar a aplastar la resistencia kurda, “dejando decenas de miles de muertos, entre 2 y 3 millones de refugiados y 3.500 aldeas destruidas (siete veces Kosovo bajo los bombardeos de la OTAN)” (Chomsky 2008, 306).
Se estima que las sanciones “genocidas” (para citar a los sucesivos coordinadores humanitarios de la ONU, Denis Halliday y Hans von Sponeck) han matado a más de un millón de iraquíes, incluidos medio millón de niños (Media Lens 2004).
El respaldo a la invasión de Kagame y Museveni y a las matanzas en masa en Zaire/República Democrática del Congo, que provocaron la mayor pérdida de vidas en un solo conflicto desde la Segunda Guerra Mundial (Herman y Peterson 2014), pero también un mayor acceso (después de Ruanda) al coltán (https://es.wikipedia.org/wiki/Coltán ), necesario para fabricar teléfonos móviles y ordenadores personales, así como al 60 por ciento del suministro mundial conocido de cobalto, necesario para las baterías de iones de litio (el 30 por ciento del cual se extrae a mano por niños trabajadores) (Sanderson 2019). Para que no quede ninguna duda sobre el papel de Kagame, apareció (de manera inexplicable) junto a Bill Gates como parte de un panel en Davos 2022, sobre "Prepararse para la próxima pandemia".
Destrucción masiva de infraestructura civil durante la guerra “ética” de Kosovo.
“Guerra preventiva” en la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos de 2002 (utilizada por primera vez por Hitler para invadir Noruega) para justificar la invasión de Irak; la tortura en la Bahía de Guantánamo, en las entregas extraordinarias y en la prisión de Abu Ghraib; la masacre de la Plaza Nisour por parte de los sicarios de Blackwater y los crímenes mostrados en el video “Asesinato colateral” de Wikileaks (ambos de 2007).
La destrucción de Libia y el cambio de régimen bajo el disfraz de la R2P tras la propuesta del coronel Gadafi de una moneda de reserva africana y alternativas al Banco Mundial y el FMI (Brown 2016).
Intentos interminables de subversión en la “guerra sucia” contra Siria (Anderson 2016) y contra Irán.
Apoyo a Arabia Saudita para exterminar a 250.000 civiles en Yemen, etc., etc.
Terrorismo de falsa bandera
Otra forma de pensar en los delitos de inteligencia es a través de la historia conocida del terrorismo de falsa bandera, es decir, ataques orquestados utilizados como pretexto para la guerra.
El hundimiento del USS Maine, por ejemplo, proporcionó el pretexto para la Guerra Hispano-Estadounidense de 1898 y la conquista de varias islas del Pacífico (Anderson 2016, pp. v-vi). Kennan dejó caer una pista en 1951 cuando atribuyó los orígenes de la Guerra Hispano-Estadounidense a “una intriga muy hábil y muy silenciosa de unas pocas personas estratégicamente ubicadas en Washington, una intriga que recibió la absolución, el perdón y una especie de bendición pública en virtud de la histeria bélica” (citado en Stone 1988, 345).
En 1915 se produjo el hundimiento del Lusitania, “un recurso de terror para generar una reacción pública que arrastrara a Estados Unidos a una guerra con Alemania”, algo que Sutton atribuye a “los intereses de Morgan, en concierto con Winston Churchill” (2016, 175). Una inmersión en 2008 en el “barco de pasajeros” hundido confirmó que transportaba “más de 4 millones de balas de fusil y toneladas de municiones: proyectiles, pólvora, mechas y algodón pólvora” (David 2015). Era, en efecto, un buque militar camuflado. Según el “coronel” EM House, el ministro de Asuntos Exteriores británico, Edward Grey, y el rey Jorge V hablaron del hundimiento del Lusitania antes de que se produjera (Corbett 2018). La embajada alemana en Washington advirtió con justicia antes de que el Lusitania zarpara de que “los buques que enarbolen la bandera de Gran Bretaña o de cualquiera de sus aliados, están expuestos a ser destruidos” en aguas adyacentes a Gran Bretaña. 1.198 personas, incluidos 128 ciudadanos estadounidenses, perdieron la vida cuando el torpedo alemán impactó.
La década de 1930 confirmó el matiz de extrema derecha de los ataques de falsa bandera. En 1931, el Japón imperial saboteó una línea ferroviaria que operaba en la provincia china de Manchuria, culpó del incidente a los nacionalistas chinos y lanzó una invasión a gran escala, ocupando Manchuria e instalando allí un régimen títere (Felton 2009, 22-23). La Operación Himmler en 1939 implicó una serie de eventos de falsa bandera, el más famoso de los cuales fue el incidente de Gleiwitz, al día siguiente del cual Alemania invadió Polonia (Maddox 2015, 86-87).
La Operación Northwoods, aprobada por el Estado Mayor Conjunto en 1962, contenía propuestas para todo tipo de ataques de falsa bandera que se atribuirían a Fidel Castro y se utilizarían como pretexto para invadir Cuba (Scott 2015, 94). Entre ellos se incluían el hundimiento de un buque de la Armada estadounidense en la bahía de Guantánamo, el hundimiento de barcos que transportaban refugiados cubanos, la realización de ataques terroristas en Miami y Washington DC y la simulación de que Cuba había hecho estallar un avión de pasajeros estadounidense, sustituyendo el avión por un dron en pleno vuelo y desembarcando en secreto a los pasajeros.
El presidente Johnson invocó cínicamente el incidente del Golfo de Tonkín en 1964 como motivo para lanzar ataques aéreos contra Vietnam del Norte, que en los años siguientes provocaron una pérdida masiva de vidas en ambos bandos; sin embargo se sabe que nunca ocurrió (Moise, 1996). Johnson era vicepresidente de John F. Kennedy, que había planeado retirar tropas de Vietnam. El asesinato de Kennedy en 1963 fue seguido, en cambio, dos días después, por una escalada del compromiso estadounidense en Vietnam, probablemente internalizando el patrón golpista ya establecido por la CIA y poniendo al Estado profundo firmemente a cargo del sistema político estadounidense, con el “establishment político visible” pasando a ser “regulado por fuerzas que operan fuera del proceso constitucional” (Scott 1996, 312). Como sostiene Scott (2017), las estructuras institucionales y los actores involucrados en la política profunda estadounidense pueden rastrearse hasta el presente.
A la luz de las pruebas anteriores sobre los delitos de inteligencia y las operaciones de falsa bandera, sólo los ciegos voluntarios, los irracionalmente temerosos y los intensamente propagandizados se negarán a reconocer la posibilidad, si no la alta probabilidad, de que los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 fueran una operación de falsa bandera llevada a cabo por actores transnacionales del estado profundo, con el fin de legitimar las guerras imperialistas y aumentar la represión de las poblaciones nacionales (Hughes 2020). El hecho de que mi artículo ampliamente leído sobre el tema, de febrero de 2020 (22.500 visitas solo en el sitio web de acceso pago de la editorial a julio de 2022), siga sin ser cuestionado después de dos años y medio, a pesar de los aullidos iniciales de indignación (véase Hayward 2020; Hughes 2021), mientras que el silencio académico sobre los acontecimientos del 11 de septiembre continúa, refleja diabólicamente a la profesión y proporciona una fuerte evidencia de la complicidad de la academia en el encubrimiento de la criminalidad del estado profundo.