Creencia
total y desencanto final
A
la idea de religión perenne que sostiene Debray se
opone frontalmente en Francia Marcel
Gauchet, que ve en la disolución de las religiones seculares la etapa
última e irreversible del desencanto de Occidente. Los modernos han pensado las
evoluciones y las tendencias, más o menos estimadas o deseadas, de la historia (del
mundo o de su nación o civilización) en términos religiosos reciclados de la Providencia,
la salvación, el fin de los tiempos y el juicio final, la separación de los
elegidos y los condenados. La “monstruosa invasión del hombre por la historia”,
que se gesta en el siglo XIX y caracteriza al siglo XX59, se explica
por esta transposición incompleta y negada, por el reciclado de lo teológico
transmutado en orgullo hiper-racionalista enfrentado al incierto devenir y a lo
desconocido. Las religiones políticas, constata Gauchet, se expandieron por Europa en los años 1880, cuando
se acentuaba el “abandono” de la religión cristiana. Esta concomitancia no es
fruto del azar. La Era de las ideologías viene a continuación del retroceso
decisivo de las religiones reveladas y de sus iglesias y surge con ese
retroceso como una era de transición, cuya última página ha pasado definitivamente
a partir de este momento. En este sentido el ascenso, el dominio y la caída de
las religiones seculares contribuyen, en la historia filosófica de occidente
que desarrolla Gauchet, a una confirmación de la cronología de conjunto. Fue
necesario que primero se produjera la separación de las religiones reveladas y
de las instituciones políticas para que la sacralización de un proyecto
político pudiera ser concebida. La desbandada final de la idea comunista,
acelerada por la disolución en forma de sálvese quien pueda de los regímenes
surgidos de la Revolución de Octubre, es concomitante de la disolución de las
religiosidades políticas en una sobriedad escéptica recuperada, contemporánea
del final de los Grandes relatos de la historia, es decir, de la idea de una
historia de los hombres sometida a “leyes” bienhechoras y, de ese modo, del final
de esa “idea del progreso” que se remonta à Turgot y Condorcet,
de la desaparición, en el horizonte del inmediato porvenir, de las
representaciones de una lucha final entre los justos y los réprobos y de una
reconciliación de los hombres, de un salto dichoso al “Reino de la libertad”.
En efecto, no es solamente la fe bolchevique la que ha recibido hace veinte
años un desmentido definitivo; lo que ha perdido toda credibilidad es el
conjunto más vasto, epistemológico, civilizacional, de los programas de
sacralización de la historia que prometen un éschatos secular y una sociedad futura “libre de mal”. Marcel Gauchet dice que “es el
hundimiento de la verosimilitud, más que los desmentidos infligidos a la
creencia por la realidad, lo que ha causado la muerte del comunismo”. Las
convicciones políticas totales de antaño “han naufragado a causa de haber sido
heridas en su principio mismo. (…) Se nos ha vuelto imposible concebir el
devenir en función de un final recapitulador y conciliador.”60 Las “religiones
seculares” (Gauchet endosa esta
noción y la une a otros dos “tipos ideales” indisociables, totalitarismo e
ideocracia) extraían su “plausibilidad de una imagen de unión de la
colectividad consigo misma procedente de la era de los dioses.”61
Desde “mediados de los años 1970” hemos asistido a la «volatilización de esta
atracción hipnótica del Uno. El Uno ha cesado brutalmente de ser un
problema, una nostalgia, una aspiración.»62 Se acabaron los grandes
entusiasmos y las comuniones de masas. Se impone una fórmula bazaciana para
nuestra “modernidad tardía”: las Ilusiones
perdidas.
Notas
59 Philippe Ariès, Le temps de l’histoire. Paris:
Seuil, 1986, 71.
60 M. Gauchet, La
religion dans la démocratie. Parcours de la laïcité. Paris:
Gallimard, 1998, 28.
61 Gauchet, La
Révolution moderne, 23.
62 Ibid.,
153.
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