Hace uno o dos años vi la muy promocionada película de ciencia
ficción Interstellar y aunque la trama no era nada
buena una escena inicial era bastante divertida. Por diversas razones
el gobierno estadounidense del futuro afirmaba que nuestros
alunizajes de finales de los sesenta habían sido falsos, un truco
destinado a ganar la Guerra Fría llevando a Rusia a la bancarrota
para que realizara sus propios esfuerzos espaciales infructuosos.
Esta inversión de la realidad histórica fue aceptada como cierta
por casi todo el mundo y las pocas personas que afirmaban que Neil
Armstrong sí había pisado la Luna fueron ridiculizadas
universalmente como "locos teóricos de la conspiración".
Esto me parece un retrato realista de la naturaleza
humana.
Obviamente una gran parte de todo lo descrito por
nuestros líderes gubernamentales o presentado en las páginas de
nuestros periódicos más respetables (desde los atentados del 11-S
hasta el caso local más insignificante de corrupción urbana de poca
monta) podría calificarse objetivamente de "teoría de la
conspiración", pero nunca se aplica esa expresión. En cambio,
el uso de tal expresión tan malintencionada se reserva para aquellas
teorías, plausibles o fantasiosas, que no poseen el sello de
aprobación del establishment.
Dicho de otro modo, hay
"teorías de la conspiración" buenas y
"teorías de la conspiración" malas. Las
primeras son las que promueven los expertos en los programas de
televisión dominantes y, por tanto, nunca se
denominan "teorías de la conspiración". A veces he
bromeado con la gente diciendo que si la propiedad y el control de
nuestras cadenas de televisión y otros grandes medios de
comunicación cambiaran de repente, el nuevo régimen informativo
sólo necesitaría unas pocas semanas de esfuerzo concertado para
invertir totalmente todas nuestras "teorías de la conspiración"
más famosas en las mentes del crédulo público estadounidense. La
noción de que diecinueve árabes armados con cúteres secuestraron
varios aviones de pasajeros, evadieron fácilmente nuestras defensas
aéreas NORAD (North American
Aerospace Defense) y redujeron a escombros varios enormes
edificios emblemáticos pronto sería ridiculizada universalmente
como la "teoría de la conspiración" más absurda que
jamás haya pasado directamente de los cómics a las mentes de los
enfermos mentales, superando fácilmente la absurda teoría del
"pistolero solitario" que asesinó a John Fitzgerald
Kennedy.
Incluso sin tales cambios en el control de los
medios de comunicación, en el pasado reciente se han producido con
frecuencia enormes cambios en las creencias del público
estadounidense, simplemente sobre la base de la asociación
implícita. En las primeras semanas y meses que siguieron a los
atentados de 2001, todos los medios de comunicación estadounidenses
se dedicaron a denunciar y vilipendiar a Osama Bin Laden, la
supuesta mente maestra islamista, como nuestro mayor enemigo
nacional… y su rostro barbudo aparecía sin cesar en televisión y
prensa, convirtiéndose pronto en uno de los rostros más
reconocibles del mundo. Pero mientras la Administración Bush y sus
principales aliados mediáticos preparaban una guerra contra Irak,
las imágenes de las Torres en llamas se yuxtaponían regularmente
con fotos bigotudas del dictador Sadam Husein, el archienemigo
de Bin Laden. Como consecuencia, para cuando atacamos
Irak en 2003 las encuestas revelaban que alrededor del 70% de la
opinión pública estadounidense creía que Sadam estaba implicado
personalmente en la destrucción de nuestro World
Trade Center. Para esa fecha no dudo de que muchos
millones de estadounidenses, patriotas pero poco informados, habrían
denunciado y vilipendiado airadamente como "loco teórico de la
conspiración" a cualquiera que tuviera la temeridad de sugerir
que Sadam no había estado detrás del 11-S, a
pesar de que casi ninguna autoridad había hecho nunca explícitamente
una afirmación tan falaz.
Estos factores de
manipulación mediática estaban muy presentes en mi mente hace un
par de años, cuando me topé con un libro breve pero fascinante
publicado por la prensa académica de la Universidad de Texas. El
autor de Conspiracy Theory in America era el profesor
Lance deHaven-Smith, ex presidente de la Asociación
de Ciencias Políticas de Florida.
Basado en una
importante revelación de la FOIA (Freedom of
Information Act), el principal descubrimiento del libro era
que la CIA era muy probablemente responsable de la introducción
generalizada de la "teoría de la conspiración" como
término de político abusivo, habiendo orquestado ese desarrollo
como medio deliberado de influir en la opinión pública.
A
mediados de la década de 1960 había aumentado el escepticismo
público sobre las conclusiones de la Comisión Warren de que un
pistolero solitario, Lee Harvey Oswald, había sido el único
responsable del asesinato del presidente Kennedy y crecían las
sospechas de que altos dirigentes estadounidenses también habían
estado implicados. Así que, como medida de
control de daños, la CIA distribuyó un memorándum
secreto a todas sus oficinas de campo, en el que solicitaba que
alistaran a sus activos mediáticos en esfuerzos por ridiculizar y
atacar a tales críticos como partidarios irracionales de "teorías
de la conspiración". Poco después aparecieron
repentinamente declaraciones en los medios de comunicación en las
que se afirmaba exactamente eso
y algunas de las formulaciones,
argumentos y patrones de uso coincidían estrechamente con las
directrices de la CIA. El resultado fue un enorme
repunte en el uso peyorativo de la expresión, que se extendió por
todos los medios de comunicación estadounidenses, con un impacto
residual que continúa hasta nuestros días. Así pues existen
pruebas considerables en apoyo de esta particular "teoría de la
conspiración" que explican la aparición generalizada de
ataques a las "teorías de la conspiración" en los medios
de comunicación accesibles al público.
Pero aunque la
CIA parece haber manipulado eficazmente a la opinión pública para
transformar la expresión "teoría de la conspiración" en
una poderosa arma de combate ideológico, el autor también describe
cómo el terreno filosófico necesario se había preparado en
realidad un par de décadas antes. Alrededor de la Segunda Guerra
Mundial un importante cambio en la teoría
política provocó un enorme declive en la respetabilidad de
cualquier explicación "conspirativa" de los
acontecimientos históricos.
Durante las
décadas anteriores a ese conflicto, uno de nuestros académicos e
intelectuales públicos más destacados había sido el historiador
Charles Beard, cuyos influyentes escritos se habían centrado
en gran medida en el papel perjudicial de diversas conspiraciones de
élite en la configuración de la política estadounidense, en
beneficio de unos pocos y a expensas de la mayoría, y sus ejemplos
abarcaban desde la historia más antigua de Estados Unidos hasta la
entrada de la nación en la Primera Guerra Mundial. Obviamente los
investigadores nunca afirmaron que todos los acontecimientos
históricos importantes tuvieran causas ocultas, pero se aceptaba
ampliamente que algunos de ellos sí las tenían e intentar
investigar esas posibilidades se consideraba una empresa académica
perfectamente aceptable.
Sin embargo Beard se opuso
firmemente a la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra
Mundial y fue marginado en los años
siguientes, incluso antes de su muerte en 1948. Muchos
intelectuales públicos más jóvenes de inclinación similar también
corrieron la misma suerte, o incluso fueron purgados
de la respetabilidad y se les negó todo
acceso a los medios de comunicación dominantes. Al mismo
tiempo las perspectivas totalmente opuestas de dos filósofos
políticos europeos, Karl Popper y Leo Strauss, ganaron
gradualmente ascendencia en los círculos intelectuales
estadounidenses y sus ideas se convirtieron en dominantes en la vida
pública.
Popper, el más influyente, presentó amplias
objeciones, en gran medida teóricas, a la posibilidad misma de que
existieran conspiraciones importantes, sugiriendo que éstas serían
inverosímilmente difíciles de llevar a la práctica dada la
falibilidad de los agentes humanos; lo que podría parecer una
conspiración equivalía en realidad a actores individuales que
perseguían sus estrechos objetivos. Y lo que es aún más
importante, consideraba que las
"creencias conspirativas" eran una enfermedad social
extremadamente peligrosa, uno de los principales
factores que contribuyeron al auge del nazismo y de otras ideologías
totalitarias mortíferas. Sus propios antecedentes como individuo de
ascendencia judía, que había huido de Austria en 1937, seguramente
contribuyeron a la profundidad de sus sentimientos sobre estas
cuestiones filosóficas.
Por su parte Strauss, figura
fundadora del pensamiento neoconservador moderno, fue igualmente duro
en sus ataques al análisis conspirativo, pero por razones opuestas.
En su opinión las conspiraciones de
élite eran absolutamente necesarias y beneficiosas,
una defensa social crucial contra la anarquía o el totalitarismo,
pero su eficacia dependía obviamente de
que se mantuvieran ocultas de las miradas indiscretas de las masas
ignorantes. Su principal problema con las "teorías
de la conspiración" no era que siempre fueran falsas, sino que
a menudo podían ser ciertas y por tanto su difusión era
potencialmente perturbadora para el buen funcionamiento de la
sociedad. Así que, como cuestión de autodefensa, las
élites necesitaban suprimir activamente o socavar de otro modo la
investigación no autorizada de presuntas conspiraciones.
Incluso para la
mayoría de los estadounidenses cultos, teóricos como Beard,
Popper y Strauss probablemente no sean más que nombres
vagos mencionados en los libros de texto y eso fue seguramente cierto
en mi propio caso. Pero mientras que la influencia de Beard parece
haber desaparecido en gran medida en los círculos de élite, no
ocurre lo mismo con sus rivales. Popper es probablemente uno de los
fundadores del pensamiento liberal moderno y una persona tan
influyente políticamente que el financiero liberal de izquierdas
George Soros afirma ser su discípulo intelectual. Mientras
tanto los pensadores neoconservadores que han dominado totalmente el
Partido Republicano y el Movimiento Conservador durante las dos
últimas décadas a menudo remontan con orgullo sus ideas a
Strauss.
Así, mediante una mezcla de pensamiento
popperiano y straussiano, la tradicional tendencia estadounidense a
considerar las conspiraciones de las élites como un aspecto real,
pero perjudicial, de nuestra sociedad, fue estigmatizada gradualmente
como paranoica o políticamente peligrosa, sentando las condiciones
para su exclusión del discurso respetable.
En 1964 esta
revolución intelectual se había completado en gran medida, como
indica la reacción abrumadoramente positiva al famoso artículo del
politólogo Richard Hofstadter en el que criticaba el llamado
"estilo paranoico" de la política
estadounidense, que denunciaba que era la causa subyacente de la
creencia popular generalizada en teorías conspirativas
inverosímiles. En gran medida parecía estar atacando a hombres de
paja, relatando y ridiculizando las creencias conspirativas más
extravagantes, al tiempo que parecía
ignorar las que se habían demostrado correctas. Por
ejemplo, describió cómo algunos de los anticomunistas más
histéricos afirmaban que decenas de miles de soldados chinos rojos
estaban escondidos en México, preparando un ataque a San Diego,
mientras que ni siquiera reconocía que
durante años los espías comunistas habían servido cerca de la
cúpula del gobierno estadounidense. Ni siquiera el más
conspiranoico de los individuos sugiere que todas las supuestas
conspiraciones sean ciertas, simplemente que algunas de ellas podrían
serlo.
La mayoría de estos cambios en la opinión pública
se produjeron antes de que yo naciera o cuando era un niño muy
pequeño y mis propias opiniones fueron moldeadas por las narrativas
más bien convencionales de los medios de comunicación que absorbí.
Por lo tanto durante casi toda mi vida, siempre descarté
automáticamente todas las denominadas "teorías de la
conspiración" por ridículas, sin plantearme ni una sola vez
que alguna de ellas pudiera ser cierta.
En la medida en
que alguna vez pensé en el asunto, mi razonamiento era simple y se
basaba en lo que parecía un buen y sólido sentido común. Cualquier
conspiración responsable de un acontecimiento público importante
debe tener muchas "partes móviles", ya sean
actores o acciones, digamos que al menos 100 o más. Ahora bien, dada
la naturaleza imperfecta de todos los intentos de ocultación,
seguramente sería imposible que todos ellos se mantuvieran
completamente ocultos. Por lo tanto, incluso si una conspiración
consiguiera inicialmente pasar desapercibida en un 95%, aún
quedarían cinco pistas importantes a la vista de los investigadores.
Y una vez que la nube de periodistas se percatara de ello, una prueba
tan flagrante de la conspiración atraería sin duda a un enjambre
adicional de enérgicos investigadores, que rastrearían esos
elementos hasta sus orígenes y poco a poco se irían descubriendo
más piezas hasta que probablemente todo el encubrimiento se
derrumbara. Aunque no se llegaran a determinar todos los hechos
cruciales, al menos se llegaría rápidamente a la simple conclusión
de que efectivamente había habido algún tipo de conspiración.
Sin
embargo había una suposición tácita en
mi razonamiento, que desde entonces he decidido que
era totalmente falsa.
Obviamente muchas conspiraciones potenciales implican a poderosos
funcionarios gubernamentales o situaciones en las que su revelación
representaría una fuente de considerable vergüenza para tales
individuos. Pero siempre había asumido que incluso si el gobierno
fracasaba en su función investigadora, los sabuesos
del Cuarto Poder siempre saldrían al paso, buscando
incansablemente la verdad, las audiencias y los Pulitzer. Sin
embargo, cuando empecé a darme cuenta de que los medios de
comunicación no eran más que "nuestra
Pravda americana" y quizá lo habían sido
durante décadas, reconocí de repente el fallo de mi lógica. Si
esos cinco (o diez, veinte o cincuenta) indicios iniciales eran
simplemente ignorados por los medios de comunicación, ya fuera por
pereza, incompetencia o pecados mucho menos
veniales, entonces no habría absolutamente nada que
impidiera que se produjeran conspiraciones exitosas y permanecieran
sin ser detectadas, quizás incluso las más descaradas y
descuidadas.
De hecho yo
extendería esta noción a un principio general. El control
sustancial de los medios de comunicación es casi siempre un
prerrequisito absoluto para cualquier conspiración exitosa y cuanto
mayor sea el grado de control, mejor. Así pues, al sopesar la
verosimilitud de cualquier conspiración, lo
primero que hay que investigar es quién controla los medios de
comunicación y en qué medida.
Consideremos
un simple experimento mental. Por diversas razones en la actualidad
todos los medios de comunicación estadounidenses son
extraordinariamente hostiles a Rusia, sin duda mucho más de lo que
nunca lo fueron hacia la Unión Soviética comunista durante las
décadas de 1970 y 1980. Por lo tanto yo diría que la probabilidad
de que cualquier conspiración rusa a gran escala tenga lugar dentro
de la zona operativa de esos órganos mediáticos es prácticamente
nula. De hecho, nos bombardean constantemente con historias de
supuestas conspiraciones rusas que parecen ser "falsos
positivos", acusaciones nefastas que aparentemente
tienen poca base fáctica o que en realidad son
totalmente ridículas. Mientras tanto, incluso el tipo
más burdo de conspiración anti-rusa podría ocurrir fácilmente sin
recibir ninguna atención seria de los medios de comunicación o
investigación.
Este argumento puede ser más que
puramente hipotético. Un punto de inflexión crucial en la renovada
Guerra Fría de Estados Unidos contra Rusia fue la aprobación de la
Ley Magnitsky de 2012 por el Congreso, que castiga a
varios funcionarios rusos supuestamente corruptos por su presunta
implicación en la persecución ilegal y la muerte de un empleado de
Bill Browder, un gestor de fondos de cobertura estadounidense
con grandes participaciones rusas. Sin embargo en realidad hay
bastantes pruebas de que fue el propio
Browder quien en realidad fue el cerebro y beneficiario de la
gigantesca trama de corrupción, mientras que su
empleado planeaba testificar contra él y temía por su vida por ese
motivo. Naturalmente los medios de comunicación
estadounidenses apenas han hecho mención de estas notables
revelaciones sobre lo que podría equivaler a un gigantesco
Bulo Magnitsky
de importancia geopolítica.
Hasta cierto punto la
creación de Internet y la vasta proliferación de medios de
comunicación alternativos, incluido mi pequeño webzine
(https://www.unz.com/ ),
han alterado algo este deprimente panorama. Así que no es de
extrañar que una fracción muy sustancial de la discusión que
domina estas publicaciones similares a Samizdat se
refiera exactamente a los temas regularmente condenados como "locas
teorías de la conspiración" por nuestros órganos de los
medios de comunicación dominantes. Este tipo de especulación sin
filtro debe ser sin duda una fuente de irritación y preocupación
considerable para los funcionarios del gobierno, que han
confiado durante mucho tiempo en la complicidad de sus órganos de
prensa domesticados para permitir que sus graves fechorías pasen
desapercibidas e impunes. De hecho hace varios años un
alto funcionario de la Administración Obama argumentó que la libre
discusión de diversas "teorías de la conspiración" en
Internet era tan potencialmente dañina que deberían
reclutarse agentes gubernamentales para "infiltrarse
cognitivamente" y desbaratarlas, proponiendo
esencialmente una versión de alta tecnología de las muy
controvertidas operaciones
Cointelpro (Counter Intelligence Program,
https://en.wikipedia.org/wiki/COINTELPRO
) emprendidas por el FBI de J. Edgar Hoover.
Hasta
hace pocos años apenas había oído hablar de Charles Beard, que en
su día figuró entre las figuras más destacadas de la vida
intelectual estadounidense del siglo XX. Pero cuanto
más descubro la cantidad de crímenes y desastres graves que han
escapado por completo al escrutinio de los medios de comunicación,
más me pregunto qué otros asuntos pueden permanecer ocultos.
Así que tal vez Beard tenía razón desde el principio al reconocer
la respetabilidad de las "teorías de la conspiración" y
deberíamos volver a su tradicional forma estadounidense de pensar, a
pesar de las interminables campañas de propaganda conspirativa de la
CIA y otros, para persuadirnos de que debemos descartar tales
nociones sin ninguna consideración seria.
https://www.unz.com/runz/american-pravda-how-the-cia-invented-conspiracy-theories/
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