https://www.unz.com/runz/american-pravda-putin-as-hitler/
La
demonización de Vladimir Putin como otro Hitler
Durante
años el eminente estudioso de Rusia Stephen Cohen había
clasificado al presidente Vladimir Putin de la República Rusa
como el líder mundial más consecuente de principios del siglo XXI.
Elogiaba el enorme éxito del hombre en la reactivación de su país
tras el caos y la indigencia de los años de Yeltsin y destacaba su
deseo de mantener relaciones amistosas con Estados Unidos, pero temía
cada vez más que estuviéramos entrando en una nueva Guerra Fría,
aún más peligrosa que la anterior.
Ya en 2017 el difunto
profesor Cohen argumentó que ningún líder extranjero había sido
tan vilipendiado en la historia reciente de Estados Unidos como Putin
y la invasión rusa de Ucrania hace dos semanas ha elevado
exponencialmente la intensidad de tales denuncias mediáticas, casi
igualando la histeria que nuestro país experimentó hace dos décadas
tras el atentado del 11-S en Nueva York. Larry Romanoff ha
proporcionado un útil catálogo de algunos ejemplos.
Hasta
hace poco esta demonización extrema de Putin se limitaba en gran
medida a los demócratas y centristas, cuya extraña narrativa del
Rusiagate
le había acusado de instalar a Donald
Trump en la Casa Blanca.
Pero la reacción se ha vuelto ahora totalmente bipartidista, con el
entusiasta partidario
de Trump Sean Hannity
utilizando recientemente su programa en horario de máxima audiencia
de FoxNews para
pedir la muerte de Putin,
un grito al que pronto se unió el senador Lindsey
Graham, el republicano de
mayor rango en el Comité Judicial del Senado. Se trata de amenazas
sorprendentes contra un hombre cuyo arsenal nuclear podría aniquilar
rápidamente a la mayor parte de la población estadounidense y la
retórica parece no tener precedentes en nuestra historia de
posguerra. Ni siquiera en los días más oscuros de la Guerra Fría
recuerdo que se dirigieran tales sentimientos públicos contra la
URSS o sus máximos dirigentes comunistas.
En
muchos aspectos la reacción occidental al ataque de Rusia ha estado
más cerca de una declaración de guerra que de una mera vuelta a la
confrontación de la Guerra Fría. Las enormes reservas de divisas de
Rusia en el extranjero han sido confiscadas y congeladas, sus líneas
aéreas civiles excluidas de los cielos occidentales y sus
principales bancos desconectados de las redes financieras mundiales.
Se han confiscado propiedades de acaudalados ciudadanos rusos, se ha
prohibido a la selección nacional de fútbol participar en la Copa
del Mundo y se ha despedido al director ruso de la Filarmónica de
Múnich por negarse a denunciar a su propio país.
Tales
represalias internacionales contra Rusia y contra rusos individuales
parecen extremadamente desproporcionadas. Hasta ahora los combates en
Ucrania han infligido un mínimo de muerte o destrucción, mientras
que las otras grandes guerras de las dos últimas décadas, muchas
de ellas de origen estadounidense, han matado a millones
de personas y destruido completamente varios países, como Irak,
Libia y Siria. Pero el dominio mundial de la propaganda
mediática estadounidense ha orquestado una respuesta
popular muy diferente, produciendo este notable crescendo
de odio.
De hecho el paralelismo más cercano
que se me ocurre sería la hostilidad estadounidense dirigida contra
Adolf Hitler y la Alemania nazi tras el estallido de la Segunda
Guerra Mundial, como indican las comparaciones generalizadas entre la
invasión de Ucrania por Putin y el ataque de Hitler a Polonia en
1939. Una simple búsqueda en Google de "Putin y Hitler"
arroja decenas de millones de páginas web, con resultados que van
desde el titular de un artículo del Washington Post
hasta los tuits de la estrella de la música pop Stevie Nicks.
Ya en 2014 Andrew Anglin, del Daily Stormer,
había documentado el meme emergente "Putin
es el nuevo Hitler".
Aunque enormemente
populares, tales analogías Putin-Hitler difícilmente han quedado
sin respuesta y algunos medios de comunicación, como el London
Spectator, han discrepado enérgicamente, argumentando que
los objetivos estratégicos de Putin han sido bastante limitados y
razonables.
Muchos analistas estratégicos de mente sobria
han planteado esta misma cuestión en profundidad y muy de vez en
cuando sus opiniones contrarias han logrado colarse a través del
bloqueo mediático.
Aunque FoxNews se ha convertido en uno
de los medios más rabiosamente hostiles a Rusia, una reciente
entrevista con uno de sus invitados habituales ofreció una
perspectiva muy diferente. El coronel Douglas Macgregor había
sido uno de los principales asesores del Pentágono y explicó con
contundencia que Estados Unidos se había pasado casi quince años
ignorando las interminables advertencias de Putin de que no toleraría
la entrada de Ucrania en la OTAN ni el despliegue de misiles
estratégicos en su frontera. Nuestro gobierno no había prestado
atención a sus líneas rojas explícitas, por lo que Putin se vio
finalmente obligado a actuar, lo que provocó la calamidad actual.
El profesor John
Mearsheimer, de la Universidad de Chicago, uno de nuestros
politólogos más distinguidos, llevaba muchos años exponiendo
exactamente estos mismos argumentos y culpando a Estados Unidos y a
la OTAN de la crisis ucraniana, pero sus advertencias habían sido
totalmente ignoradas por nuestros dirigentes políticos y los medios
de comunicación. Su conferencia de una hora explicando estas
desagradables realidades había permanecido desapercibida en Youtube
durante seis años, atrayendo relativamente poca atención, pero de
repente explotó en popularidad en las últimas semanas a medida que
se desarrollaba el conflicto y ahora ha alcanzado una audiencia
mundial de más de 29 millones de personas. Sus otras conferencias en
Youtube, algunas bastante recientes, han sido vistas por otros
millones de personas.
Esta enorme atención mundial obligó
finalmente a nuestros medios de comunicación a tomar nota y el New
Yorker solicitó una entrevista con Mearsheimer, lo que le permitió
explicar a su incrédulo interlocutor que las
acciones estadounidenses habían provocado claramente el conflicto.
Un par de años antes, ese mismo entrevistador había ridiculizado al
profesor Cohen por dudar de la realidad del Rusiagate, pero esta vez
parecía mucho más respetuoso, quizá porque el equilibrio de poder
mediático se había invertido; la base de 1,2 millones de
suscriptores de su revista se veía empequeñecida por la audiencia
global que escuchaba las opiniones del entrevistado.
Por
qué John Mearsheimer culpa a Estados Unidos de la crisis en
Ucrania
Isaac Chotiner - The New Yorker - 1 de marzo de 2022
(https://www.newyorker.com/news/q-and-a/why-john-mearsheimer-blames-the-us-for-the-crisis-in-ukraine
)
Durante su larga y distinguida carrera en la CIA, el ex
analista Ray McGovern había dirigido la Rama de Política
Soviética y también había servido como Informador Presidencial,
por lo que en otras circunstancias él o alguien como él estaría
actualmente asesorando al presidente Joe Biden. En cambio hace unos
días se unió a Mearsheimer para presentar sus puntos de vista en un
debate por vídeo organizado por el Comité para la República. Ambos
destacados expertos coincidieron en que Putin
había sido empujado más allá de todos los límites razonables,
provocando la invasión.
Antes de 2014 nuestras relaciones
con Putin habían sido razonablemente buenas. Ucrania servía de
Estado neutral intermedio entre Rusia y los países de la OTAN, con
la población dividida a partes iguales entre los elementos de
tendencia rusa y los de tendencia occidental y su gobierno electo
oscilaba entre los dos bandos.
Pero mientras la atención
de Putin se centraba en los Juegos Olímpicos de Sochi de 2014, un
golpe pro OTAN derrocó al gobierno prorruso elegido
democráticamente, con claras pruebas de que Victoria Nuland y
los demás neoconservadores agrupados en torno a la secretaria de
Estado Hillary Clinton lo habían orquestado. La península
ucraniana de Crimea contiene la crucial base naval rusa de Sebastopol
y sólo la rápida actuación de Putin permitió que permaneciera
bajo control ruso, al tiempo que prestaba apoyo a los enclaves
prorrusos separatistas de la región de Donbass. El acuerdo de Minsk
firmado posteriormente por el gobierno ucraniano concedió autonomía
a estas últimas zonas, pero Kiev se negó a cumplir sus compromisos
y, en su lugar, siguió bombardeando la zona, infligiendo graves
bajas a los habitantes, muchos de los cuales tenían pasaporte ruso.
Diana Johnstone ha caracterizado acertadamente nuestra
política como años de acoso al oso ruso.
Como han
argumentado persuasivamente Mearsheimer, McGovern y otros
observadores, Rusia sólo invadió Ucrania después de que los
dirigentes norteamericanos ignoraran o desestimaran las interminables
provocaciones y advertencias. Quizá la gota que colmó el vaso fue
la reciente declaración pública del presidente ucraniano Volodymyr
Zelenskyy de que pretendía adquirir armas nucleares. ¿Cómo
reaccionaría Estados Unidos si un gobierno proamericano elegido
democráticamente en México hubiera sido derrocado en un golpe de
Estado respaldado por China y el nuevo gobierno mexicano, ferozmente
hostil, hubiera pasado años matando a ciudadanos estadounidenses en
su país para, finalmente, anunciar sus planes de adquirir un arsenal
nuclear?
Además algunos analistas, como el economista
Michael Hudson, han sospechado firmemente que elementos
estadounidenses provocaron deliberadamente la invasión rusa por
razones geoestratégicas y Mike Whitney avanzó
argumentos similares en una columna que se volvió superviral,
acumulando más de 800.visualizaciones. El gasoducto Nord
Stream 2, que transportaba gas natural ruso a
Alemania, se había terminado por fin el año pasado y estaba a punto
de entrar en funcionamiento, lo que habría aumentado enormemente la
integración económica euroasiática y la influencia rusa en Europa,
eliminando al mismo tiempo un mercado potencial para el gas natural
estadounidense, más caro. El ataque ruso y la consiguiente histeria
masiva de los medios de comunicación han excluido ahora esa
posibilidad.
Así pues, aunque fueron las tropas rusas las
que cruzaron la frontera ucraniana, se puede afirmar con rotundidad
que sólo lo hicieron tras las provocaciones más extremas y puede
que éstas tuvieran la intención
deliberada de producir exactamente ese resultado. A
veces las partes responsables de iniciar una guerra no son
necesariamente las que finalmente disparan el primer tiro.
Hitler y los
orígenes de la Segunda Guerra Mundial
Irónicamente
los argumentos de Mearsheimer y otros de que Putin fue provocado en
gran medida o incluso manipulado para atacar Ucrania plantean ciertos
paralelismos históricos intrigantes. Las legiones de occidentales
ignorantes, que confían sin pensar en nuestros falsos medios de
comunicación, pueden estar denunciando a Putin como "otro
Hitler", pero creo que sin darse cuenta pueden haber dado con la
verdad.
Hace un par de meses leí por fin el
extraordinario volumen de 2011 de Gerd Schultze-Rhonhof en el
que analiza los años previos al estallido de la Segunda Guerra
Mundial, una obra que recomiendo encarecidamente. El autor desarrolló
su carrera como militar profesional de pleno derecho, alcanzando el
grado de general de división en el ejército alemán antes de
retirarse y su relato evocó inquietantes paralelismos con el actual
conflicto con Rusia.
Como la mayoría de nosotros sabemos,
la Segunda Guerra Mundial comenzó cuando Alemania atacó Polonia en
1939 por Danzig, una ciudad fronteriza casi totalmente alemana
controlada por los polacos.
Pero menos conocido es que
Hitler había hecho en realidad enormes esfuerzos para evitar la
guerra y resolver esa disputa, dedicando muchos meses a negociaciones
infructuosas y ofreciendo condiciones extremadamente razonables. De
hecho el dictador alemán había hecho numerosas concesiones que
ninguno de sus predecesores democráticos de Weimar había estado
dispuesto a considerar, pero todas ellas fueron rechazadas, al tiempo
que aumentaban las provocaciones hasta que la guerra con Polonia
pareció la única opción posible. Y al igual que en el caso de
Ucrania, es casi seguro que elementos políticamente influyentes de
Occidente buscaron provocar esa guerra, utilizando Danzig como la
chispa que encendiera el conflicto de forma muy parecida a como puede
haberse utilizado el Donbass para forzar la mano de Putin.
Debemos
reconocer que, en muchos aspectos, la narrativa histórica estándar
de la Segunda Guerra Mundial no es más que una versión congelada de
la propaganda mediática de la época. Si Rusia fuera derrotada y
destruida como resultado del conflicto actual, podemos estar seguros
de que los libros de historia posteriores demonizarían por completo
a Putin y todas las decisiones que hubiera tomado.
Aunque
me impresionó mucho el análisis meticulosamente detallado de
Schultze-Rhonhof sobre las circunstancias que condujeron al estallido
de la guerra en 1939, su relato no hizo más que reforzar mis
opiniones preexistentes, que ya habían seguido líneas totalmente
similares.
Por ejemplo, en 2019 había utilizado el
polémico bestseller de Pat Buchanan de 2008 sobre la Segunda
Guerra Mundial como punto de partida para un debate muy largo y
detallado sobre los verdaderos orígenes de ese conflicto.
El
grueso del libro se centraba en los acontecimientos que condujeron a
la Segunda Guerra Mundial y esa era la parte que había inspirado
tanto horror a McConnell y sus colegas. Buchanan describió
las escandalosas disposiciones del Tratado de Versalles impuestas a
una Alemania postrada y la determinación de todos los dirigentes
alemanes posteriores de corregirlas. Pero mientras que sus
predecesores democráticos de Weimar habían fracasado, Hitler había
conseguido triunfar en gran medida mediante un farol, al tiempo que
se anexionaba la Austria alemana y los Sudetes alemanes de
Checoslovaquia, en ambos casos con el apoyo abrumador de sus
poblaciones.
Buchanan documentó esta controvertida tesis
basándose en numerosas declaraciones de destacadas figuras políticas
contemporáneas, en su mayoría británicas, así como en las
conclusiones de historiadores de la corriente dominante muy
respetados. La exigencia final de Hitler de que el 95% de la ciudad
alemana de Danzig fuera devuelta a Alemania tal y como deseaban sus
habitantes, era absolutamente razonable y sólo un terrible error
diplomático de los británicos había llevado a los polacos a
rechazar la petición, provocando así la guerra. La extendida
afirmación posterior de que Hitler pretendía conquistar el mundo
era totalmente absurda y en realidad el líder alemán había hecho
todo lo posible por evitar la guerra con Gran Bretaña o Francia. De
hecho, en general se mostraba bastante amistoso con los polacos y
había estado esperando reclutar a Polonia como aliado alemán contra
la amenaza de la Unión Soviética de Stalin.
Aunque
muchos estadounidenses se habrían escandalizado ante este relato de
los acontecimientos que condujeron al estallido de la Segunda Guerra
Mundial, la narración de Buchanan concordaba razonablemente bien con
mi propia impresión de aquel período. Como estudiante de primer año
de Harvard, había asistido a un curso introductorio de historia y
uno de los principales textos obligatorios sobre la Segunda Guerra
Mundial había sido el de A. J. P. Taylor, un reputado
historiador de la Universidad de Oxford. Su famosa obra de 1961
Orígenes de la Segunda Guerra Mundial había expuesto
de forma muy persuasiva un argumento bastante similar al de Buchanan
y yo nunca había encontrado ninguna razón para cuestionar el juicio
de mis profesores que me lo habían asignado. Así que si Buchanan
parecía simplemente secundar las opiniones de un destacado profesor
de Oxford y de miembros de la facultad de Historia de Harvard, no
entendía muy bien por qué su nuevo libro se consideraba fuera de
lugar.
El reciente 70
aniversario del estallido del conflicto, que consumió tantas decenas
de millones de vidas, provocó naturalmente numerosos artículos
históricos y el debate resultante me llevó a desenterrar mi viejo
ejemplar del breve volumen de Taylor, que releí por primera vez en
casi cuarenta años. Lo encontré tan magistral y persuasivo como en
mis tiempos de estudiante universitario y los elogiosos comentarios
de la portada sugerían parte de la aclamación inmediata que había
recibido la obra. The Washington Post alabó al autor
como "el historiador vivo más destacado de Gran Bretaña",
World Politics lo calificó de "poderosamente
argumentado, brillantemente escrito y siempre persuasivo", The
New Statesman, la principal revista británica de izquierdas,
lo describió como "una obra maestra: lúcido, compasivo,
bellamente escrito", y el veterano Times Literary
Supplement lo caracterizó como "sencillo, devastador,
superlativamente legible y profundamente perturbador". Como
best-seller internacional es sin duda la obra más famosa de Taylor y
puedo entender fácilmente por qué seguía estando en mi lista de
lecturas obligatorias de la universidad casi dos décadas después de
su publicación original.
Sin embargo al volver a leer el
innovador estudio de Taylor descubrí algo sorprendente. A pesar de
todas las ventas internacionales y de la aclamación de la crítica,
las conclusiones del libro pronto despertaron una tremenda hostilidad
en ciertos sectores. Las conferencias de Taylor en Oxford habían
sido enormemente populares durante un cuarto de siglo, pero como
consecuencia directa de la controversia, "el historiador vivo
más destacado de Gran Bretaña" fue expulsado sumariamente de
la facultad no mucho tiempo después. Al principio de su primer
capítulo, Taylor había señalado lo extraño que le parecía que
más de veinte años después del inicio de la guerra más
cataclísmica de la historia no se hubiera producido ninguna obra
seria que analizara detenidamente el estallido. Quizá las
represalias que encontró le llevaron a comprender mejor parte de ese
rompecabezas.
Hace muy poco releí el libro de Pat
Buchanan de 2008 que condenaba duramente a Churchill por su papel en
la cataclísmica guerra mundial e hice un descubrimiento interesante.
Irving es sin duda uno de los biógrafos de Churchill con más
autoridad, ya que su exhaustiva investigación documental es la
fuente de tantos nuevos descubrimientos y sus libros se venden por
millones. Sin embargo el nombre de Irving no aparece ni una sola vez
en el texto de Buchanan ni en su bibliografía, aunque podemos
sospechar que gran parte del material de Irving ha sido "blanqueado"
a través de otras fuentes secundarias de Buchanan. Buchanan cita
extensamente a A. J. P. Taylor, pero no menciona a Barnes, Flynn ni a
otros destacados académicos y periodistas estadounidenses que fueron
purgados por expresar opiniones contemporáneas no tan distintas de
las del propio autor.
Durante la década de 1990 Buchanan
se había convertido en una de las figuras políticas más
prominentes de Estados Unidos, con una enorme presencia en los medios
de comunicación, tanto en la prensa escrita como en la televisión y
con una candidatura notablemente fuerte para la nominación
presidencial republicana en 1992 y 1996, lo que consolidó su
estatura nacional. Pero sus numerosos enemigos ideológicos
trabajaron incansablemente para debilitarlo y en 2008 su presencia
como experto en el canal de cable MSNBC era uno de sus
últimos puntos de apoyo para mantener su presencia pública.
Probablemente reconocía que publicar una historia revisionista de la
Segunda Guerra Mundial podría poner en peligro su posición y creía
que cualquier asociación directa con figuras purgadas y
vilipendiadas, como Irving o Barnes, le llevaría sin duda al
destierro permanente de todos los medios electrónicos.
Hace
una década me había impresionado bastante la historia de Buchanan,
pero posteriormente había leído mucho sobre esa época y me
encontré algo decepcionado la segunda vez. Aparte de su tono a
menudo desenfadado, retórico y poco erudito, mis críticas más
agudas no fueron con las posiciones controvertidas que adoptó, sino
con otros temas y cuestiones controvertidos que evitó tan
cuidadosamente.
Quizá la más obvia de ellas sea la
cuestión de los verdaderos orígenes de la guerra, que asoló gran
parte de Europa, mató quizá a cincuenta o sesenta millones de
personas y dio lugar a la posterior era de la Guerra Fría, en la que
los regímenes comunistas controlaban la mitad de todo el continente
euroasiático. Taylor, Irving y muchos otros han desacreditado a
fondo la ridícula mitología de que la causa residió en el loco
deseo de Hitler de conquistar el mundo, pero si el dictador alemán
tuvo claramente una responsabilidad menor, ¿hubo realmente algún
verdadero culpable? ¿O acaso esta guerra mundial tan destructiva se
produjo de forma similar a su predecesora, que
nuestras historias convencionales
consideran debida principalmente a una colección de errores,
malentendidos
y escaladas irreflexivas?
Durante la década
de 1930 John T. Flynn fue uno de los periodistas progresistas
más influyentes de Estados Unidos y aunque había comenzado como un
firme partidario de Roosevelt y su New Deal, poco a poco se
convirtió en un agudo crítico, llegando a la conclusión de que los
diversos planes gubernamentales de FDR habían fracasado en su
intento de reactivar la economía estadounidense. Luego, en 1937, un
nuevo colapso económico volvió a disparar el desempleo a los mismos
niveles que cuando el presidente había llegado al poder, confirmando
a Flynn en su duro veredicto. Y como escribí el año pasado:
De
hecho, Flynn alega que a finales de 1937 FDR había virado hacia una
política exterior agresiva destinada a involucrar al país en una
gran guerra exterior, principalmente porque creía que era la única
vía para salir de su desesperada situación económica
y política, una estratagema no desconocida entre los líderes
nacionales a lo largo de la historia. En su columna del 5 de enero de
1938 en New Republic alertó a sus incrédulos
lectores de la inminente perspectiva de un gran despliegue militar
naval y de una guerra en el horizonte, después de que un alto asesor
de Roosevelt se jactara en privado ante él de que un gran ataque de
"keynesianismo militar"
y una gran guerra curarían los aparentemente insuperables problemas
económicos del país. En aquel momento la guerra con Japón,
posiblemente por intereses latinoamericanos, parecía el objetivo
previsto, pero el desarrollo de los acontecimientos en Europa pronto
persuadió a FDR de que fomentar una guerra general contra Alemania
era el mejor curso de acción. Las memorias y otros documentos
históricos obtenidos por investigadores posteriores parecen apoyar
en general las acusaciones de Flynn, al indicar que Roosevelt ordenó
a sus diplomáticos que ejercieran una enorme presión sobre los
gobiernos británico y polaco para evitar cualquier acuerdo negociado
con Alemania, lo que condujo al estallido de la Segunda Guerra
Mundial en 1939.
Este último punto es importante, ya
que las opiniones confidenciales de las personas más cercanas a los
acontecimientos históricos decisivos deben tener un peso probatorio
considerable. En un artículo reciente John Wear reunió las
numerosas evaluaciones contemporáneas que implicaban a FDR como una
figura fundamental en la orquestación de la guerra mundial por su
constante presión sobre los líderes políticos británicos, una
política que en privado incluso admitió que podría significar su
destitución si se revelaba. Entre otros testimonios tenemos las
declaraciones de los embajadores polaco y británico en Washington y
del embajador estadounidense en Londres, que también transmitió la
opinión coincidente del propio primer ministro Chamberlain. De
hecho, la captura y publicación por los alemanes de documentos
diplomáticos secretos polacos en 1939 ya había revelado gran parte
de esta información y William Henry Chamberlin confirmó su
autenticidad en su libro de 1950. Pero como los principales medios de
comunicación nunca se hicieron eco de esta información, estos
hechos siguen siendo poco conocidos incluso hoy en día.
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