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jueves, 26 de enero de 2023

(IV) Pat Walsh: Cómo planificó el establishment británico la Primera Guerra Mundial (23 de enero de 2015)

 


Continentales contra atlantistas

En su informe de diciembre de 1908 el Comité de Defensa Imperial reconoció que un bloqueo, por sí solo, funcionaría demasiado despacio a la hora de apoyar a Francia durante una guerra contra Alemania, por lo que se acordó que la Fuerza Expedicionaria Británica que se estaba creando tendría que constar de cinco divisiones, para reforzar las líneas francesas y contener a los alemanes a fin de que la Royal Navy pudiera hacer su trabajo.

Habiendo comunicado las instrucciones militares a la Marina, el CID decidió una nueva investigación, autorizada por Asquith. Esta investigación sacó a la luz la cuestión de la guerra continental y provocó un conflicto entre el almirante Fisher y el Ministerio de Guerra.

Fisher se oponía a aventuras militares en el Continente que pudieran llevar a un compromiso ilimitado, distrayendo a la Royal Navy británica de su tarea principal. La Marina estaba preocupada por esta intervención militar, ya que implicaba un compromiso con la guerra terrestre en conjunción con los aliados y una relegación de la Royal Navy al papel de adjunto. Significaba algo sin precedentes en la historia británica: un plan militar definitivo que vinculaba a Gran Bretaña a la guerra continental, aparentemente por insistencia de los franceses, amenazando la libertad de acción de la Marina.

Fisher sostenía que su Armada podía destruir Alemania por sí sola, dada la vulnerabilidad de ese país a la guerra económica, que él y sus oficiales habían investigado. Sin embargo, tras varias reuniones del CID, se aprobó el plan elaborado en las conversaciones secretas, en el que el Estado Mayor había asegurado a los franceses una fuerza expedicionaria de 160.000 hombres. Tenía, por supuesto, la salvedad de que las contingencias acordadas con los franceses estaban sujetas a una decisión tomada en ese momento por el Gobierno de turno. Una salvedad que Grey utilizó más tarde para insistir en que había mantenido "la libertad de acción británica".

Pero a todos los efectos una guerra que implicaría tanto el envío de una fuerza expedicionaria al continente, como la guerra económica de la Royal Navy para destruir a Alemania, se había previsto por el Estado británico.

Fisher se opuso a la participación continental en el Comité de Necesidades Militares en diciembre de 1908. Argumentó que no le preocupaba que Francia cayera en manos de Alemania y creía que tal eventualidad permitiría a su armada ejercer una mayor presión económica sobre Alemania, mediante un bloqueo en todo el continente. La geografía había bendecido a Inglaterra con una posición favorable para hacerlo.

Fisher escribió a Hankey: "Verás, mi querido Hankey... La Providencia ha dispuesto que seamos una isla y que todas nuestras posesiones sean principalmente islas y, por tanto, 130.000 hombres proporcionan una ejército invencible para la supremacía inexpugnable del Imperio Británico, mientras que se necesitan 4 millones de alemanes para hacer lo mismo con Alemania". (Avner Offer, The First World War An Agrarian Interpretation, p. 287)

Fisher y Hankey creían que Gran Bretaña, al hacer la guerra a Alemania exclusivamente a través de su Armada, podía garantizar que sus industrias no tuvieran que ser privadas de trabajadores, como tendrían que hacer los alemanes para defender sus fronteras terrestres. Y sólo un error insensato que implicara un gran compromiso terrestre continental, necesariamente alimentado en el tiempo por la imposición del servicio militar obligatorio, alteraría este escenario.

Hankey consideraba que la expedición continental, planeada en secreto por el Gobierno, era una apuesta peligrosa que se volvería en contra de los liberales y, en última instancia, permitiría a los unionistas imponer el servicio militar obligatorio, que ellos favorecían. Desde la Guerra de los Boers se había producido una división política, en la que los unionistas habían empezado a desear un gran ejército mediante la conscripción, como una necesidad de la época, por primera vez en la historia del Estado británico. En el otro bando permaneció el tradicional anticonscripcionismo, algo que más tarde llevó al liberalismo a aliarse con la Marina y convirtió a los amantes de la paz en animadores del bloqueo a civiles.

La orientación atlantista de la Marina y la oposición de los liberales al reclutamiento militar hicieron que la guerra británica tuviera un enfoque anticivil en el bloqueo. La guerra de los liberales supuso que la Royal Navy matara a civiles alemanes, mientras Francia y Rusia libraban la mayor parte de los combates. Y cuando las fuerzas militares de los aliados de Gran Bretaña no fueron suficientes para derrotar a Alemania, los países neutrales fueron atraídos a la guerra con promesas irredentistas, para evitar más coacción en Inglaterra, a pesar de la "guerra por la civilización".

Hankey defendió el enfoque tradicional e indirecto de la guerra: responsabilidad y compromiso limitados por parte de Gran Bretaña, que hacían posible la retirada militar, como en el pasado, conservando la posibilidad de limitar los daños. Comprendía las limitaciones de Inglaterra a la hora de hacer la guerra, que no siempre se percibía favorablemente ni en los momentos álgidos de la fanfarronería imperial. Sabía que los ingleses constituían una pequeña parte de la humanidad, que ya no se reproducían a un ritmo lo suficientemente rápido como para seguir conquistando colonias. Y se dio cuenta de que, aunque la nación se sintiera a gusto con la guerra, no era particularmente buena en el arte militar en sí. Así que deseaba desangrar lentamente a Alemania hasta la muerte con el mínimo riesgo, para estar más seguro que arrepentido cuando estallaran las hostilidades.

El almirante Fisher pensaba de forma similar. Consideraba el compromiso continental una "idiotez suicida" y temía las consecuencias de "casacas rojas británicas en la frontera de los Vosgos".

A pesar de todo Hankey tenía clara una cosa:

"Nuestra política puede haber sido buena o mala; eso podría discutirse. Pero hay dos críticas que no se pueden hacer al Gobierno de Asquith: que no tenía política o que no se llegó a ella tras la investigación más exhaustiva" (p. 76).

El libro de la guerra

A partir de 1910 la tarea de planificar la guerra económica pasó de la Marina a Hankey en el Comité de Defensa Imperial. Y a partir de este momento Hankey lanzó un plan de movilización naval que rivalizaba con el plan de expedición continental de Haldane que había encontrado allí.

Como parte de esto, el CID emprendió una serie de investigaciones en las que participaron una amplia variedad de expertos en muchas áreas dentro del Estado, para establecer directrices para la guerra económica. Estas investigaciones produjeron volúmenes comparables en extensión a los libros azules parlamentarios. Se establecieron directrices específicas para la construcción de la maquinaria necesaria para poner en marcha el bloqueo.

Después de que el conflicto entre los Continentalistas del Ejército y los Atlantistas de la Marina se calmara, a finales de 1909, Hankey dirigió la siguiente fase de planificación y preparación para la Guerra, incluyendo las siguientes investigaciones y acciones: "… la compilación del Libro de Guerra, siendo ésta la primera referencia al tema; medidas de presión económica comenzando, con una investigación de nuestra política sobre la cuestión de los 'días de gracia' a los buques mercantes enemigos, a la que seguiría la consideración de cuestiones como el acaparamiento de materias primas en la guerra y el bloqueo financiero; la captura de colonias enemigas; la cooperación de los Dominios en el Comité de Defensa Imperial para el estudio de estas y otras cuestiones similares; también inteligencia, tratamiento de extranjeros y nuestra propia posición económica... A principios de marzo de 1910 se iniciaron investigaciones sobre las siguientes cuestiones: la defensa del Canal de Suez; el transporte de refuerzos militares en tiempo de guerra; la censura de prensa y postal... el tratamiento de los buques mercantes neutrales y enemigos en tiempo de guerra y, en junio de 1910, la defensa y el ataque de las comunicaciones por cable" (The Supreme Command, pp. 85-6).

El Libro de Guerra era una especie de manual de instrucciones, que contenía detalladas series de disposiciones, constantemente actualizadas, para indicar a todos lo que debían hacer en cada Departamento del Gobierno cuando se declarara la Guerra a Alemania. De este modo todos sabrían cuáles eran sus tareas individuales, que debían realizar junto con los demás, qué otras cosas debían hacerse simultáneamente y los plazos acordados y específicos permitidos para hacer las cosas: "Cada pieza de legislación, cada conjunto de instrucciones, cada orden, carta, cable, telegrama, incluyendo los dirigidos a las flotas, estaciones militares, los Dominios, la India y las Colonias (algunos bajo la forma de instrucciones pendientes de activación) fueron redactados y mantenidos listos para su emisión. Todos los documentos necesarios, las órdenes del Consejo y las proclamas se imprimían o mecanografiaban y el sistema se llevó tan lejos que el Rey nunca se trasladaba sin llevar consigo los que requirieran su firma inmediata.

"El conjunto se mantenía continuamente al día por un pequeño cuerpo permanente, para hacer frente a los cambios y adiciones que se requerían de vez en cuando.

"Todos estos asuntos tuvieron que ser elaborados mediante el ejercicio de la previsión y la imaginación, ya que no habíamos tenido la experiencia de una gran guerra durante casi un siglo" (Government Control in War, p. 27).

Todo el producto de este trabajo se recogió en los borradores de las Órdenes del Consejo, que se publicaron tras la declaración de guerra británica a Alemania, en agosto de 1914.

Hankey consideró que el Primer Ministro, Asquith, estaba plenamente justificado en su autobiografía cuando escribió: "Sería injusto afirmar que en esa fecha (agosto de 1909) el Gobierno no había investigado todo el terreno que abarcaba una posible guerra con Alemania: la posición naval, las posibilidades de bloqueo, el problema de la invasión, el problema continental, el problema egipcio" (Government Control in War, p. 26).

Hankey dividió la planificación de la guerra en 3 fases: La "fase de inicio" durante el periodo Balfour (1904-5). La segunda fase, de 1906 a agosto de 1909, llamada la "fase de la política". Y por último la tercera fase de "planes y preparativos para dar efecto a la política", que duró hasta agosto de 1914. En este periodo tanto la Marina como la Oficina de Guerra coordinaron y perfeccionaron sus preparativos conjuntos para la guerra contra Alemania.

Las cosas se recipitaron tras la crisis de Agadir en 1911. En agosto de 1911 Asquith convocó una reunión del CID para considerar la posibilidad de dar apoyo armado a Francia. Aquí se produjo otro enfrentamiento entre la Marina y el Ejército, cuando la Marina insistió en que no podía llevar la Fuerza Expedicionaria a Francia si se estaba movilizando al mismo tiempo para su propia guerra contra Alemania. Había hecho sus planes y no podía hacer ambas cosas.

En la reunión Henry Wilson esbozó el plan que había hecho para el desembarco y el posicionamiento de la BEF (British Expeditionary Force) en el ala izquierda de los franceses, con un despliegue impresionante. Sir Arthur Wilson, en su mucho menos impresionante presentación, respondiendo por el Almirantazgo, abandonó la idea original de la objeción a la Fuerza Expedicionaria y se opuso completamente a tal idea, avanzando un plan para pequeños desembarcos anfibios del Ejército en la costa norte alemana, en apoyo del bloqueo naval. Hankey estaba perturbado por la pobre actuación de Sir Arthur en nombre de la Armada, que daba la impresión de haber cocinado su plan durante la cena, en comparación con el plan enormemente detallado que Henry Wilson había elaborado y mostrado.

Bell concluyó: "El Comité de Defensa Imperial no emitió ningún juicio colectivo sobre los dos planes que fueron así presentados. Sin embargo se puede concluir, por todo lo que ha sido escrito por personas que estuvieron presentes, que la reunión fue el final de una vieja era y el comienzo de una nueva, porque los líderes del ejército ciertamente abandonaron la reunión satisfechos, ya que su plan de hacer la guerra en el continente había sido respaldado por el gobierno" (The Blockade of Germany, p. 29).

La Marina, al negarse a coordinarse con el plan general, sufrió como consecuencia un escarmiento por parte del Gobierno. Asquith envió a Churchill al Almirantazgo como Primer Lord del Mar para poner a la Marina en forma y hacer que se ajustara a la dirección general de la política. Sir Arthur Wilson abandonó el Almirantazgo y se creó un nuevo Estado Mayor Naval. El almirante Wilson no creía en el bloqueo como arma decisiva, por lo que no pudo apoyarlo con el entusiasmo que lo hizo su predecesor, el almirante Fisher. Esto provocó su caída en 1911.

Churchill trabajó entonces en estrecha colaboración con Seely, el nuevo Ministro de Guerra y luego con Asquith [cuando Seely fue sacrificado en el Motín de Curragh (https://en.wikipedia.org/wiki/Curragh_incident ) y el Primer Ministro se convirtió en su propio Ministro de Guerra, para mantener las cosas "en casa"] con el fin de poner en marcha la gran estrategia acordada.

La base del plan de guerra británico se estableció para prevenir una rápida victoria alemana. Se emplearía una Fuerza Expedicionaria de tamaño suficiente para mantener sobre el terreno a las fuerzas terrestres del frente occidental alemán, de modo que el Bloqueo pudiera hacer su trabajo durante meses o años, si fuera necesario.

La posición de los Países Bajos era problemática para el Bloqueo. La neutralidad supondría un problema para la Royal Navy, ya que Alemania podría abastecerse a través de Bélgica y Holanda. El CID, con Asquith en la presidencia, decidió que si cualquiera de los dos países se mantenía neutral habría que racionarlos para evitar que los suministros acabaran en Alemania. Sin embargo el resultado más beneficioso sería involucrarlos en la Guerra de un modo u otro. Así que se convirtió en objetivo atraer a Alemania hacia, al menos, Bélgica, para impedir su neutralidad y limitar los puertos neutrales abiertos a Alemania. Esto lo consiguió Grey en julio/agosto de 1914, al negarse a exponer a Berlín la verdadera posición de Inglaterra.

La guerra del Imperio

Uno de los elementos más importantes en la preparación de una guerra mundial era la necesidad de conseguir que el resto del Imperio se uniera a la gran estrategia contra Alemania. La estrategia de Hankey implicaba la plena utilización del Imperio en la Guerra y esto significaba la novedad de informar a los Gobiernos de los Dominios del Plan para la Guerra (que aún se ocultaba al Gabinete británico).

Esto se hizo durante las Conferencias Imperiales de 1907 y 1909 cuando se discutió la cooperación militar entre Londres y los Dominios Blancos y, finalmente, en 1911, cuando las Colonias fueron "consideradas de nuestra entera confianza en tales cuestiones" (The Supreme Command, p. 128).

Las Colonias eran vitales para la guerra económica contra Alemania ya que suministraban una cantidad de los suministros de Alemania y estaban bien situadas para interrumplir su comercio y aislar sus pocos territorios de ultramar. Hankey tenía mentalidad de Imperio. Sus padres eran australianos y su mujer sudafricana.

Conseguir que los Dominios Blancos participaran en los Planes de Guerra se convirtió en su objetivo para obtener la "Organización de Guerra del Imperio Británico". Quería que se establecieran servicios de Inteligencia Colonial para rastrear la navegación y el comercio alemanes, de modo que la Armada y las flotas de los Dominios pudieran destruir el comercio alemán con ultramar. Las ideas de Hankey fueron expuestas en detalle a los representantes coloniales por Asquith, Grey y McKenna en la Conferencia Imperial de 1911.

Edward Grey también pronunció un discurso muy significativo ante los líderes de los Dominios, que los incitó a regresar a sus Colonias y a prepararse para las operaciones militares, que se emprenderían contra Alemania en África y el Pacífico tras la Declaración de Guerra.

Hankey señala significativamente que en el discurso de Grey a la Conferencia Imperial "encontramos la causa subyacente de nuestra intervención en las Grandes Guerras de 1914 y 1939" (p. 129).

Lo esencial del discurso de Grey es el Equilibrio de Poder. Dijo que Gran Bretaña siempre estaría dispuesta a involucrarse en una guerra con una potencia o grupo de potencias europeas, que tuvieran la ambición de una "política napoleónica". Con ello quería decir que se libraría una guerra preventiva contra cualquier potencia que Inglaterra creyera que intentaba unir a Europa, de modo que Gran Bretaña ya no tuviera aliados en el continente a los que recurrir en su tradicional política de Equilibrio de Poderes. El desarrollo de lo que Grey llamó "una gran combinación en Europa, fuera de la cual nos quedaríamos sin amigos" era una situación que no iba a permitir que se desarrollara sin guerra.

También dio un buen argumento liberal para actuar de forma agresiva y preventiva. Si esa unión de Europa se produjera, sin una intervención británica para evitarla, Inglaterra tendría que imponer mediante los barcos no una situación de dos potencias, sino una situación de cinco potencias para "mantener la supremacía en el mar". (Gran Bretaña, al aceptar la apuesta de Grey, perdió posteriormente la supremacía en el mar y multiplicó por diez el déficit de su balanza de pagos, quedando financieramente paralizada por la necesidad de vigilar el mundo que había ganado tras vencer en su Gran Guerra).

Pero en 1911 todos los presentes comprendieron que Grey hablaba de una guerra contra Alemania.

Hankey relató lo que hizo a continuación el Primer Ministro: "Asquith hizo entonces un detallado recuento de las principales investigaciones del Comité, incluyendo una espeluznante descripción del Libro de Guerra, que sólo se había comenzado a redactar unas semanas antes" y pidió a las Colonias que tomaran "medidas similares" para prepararse para esa guerra (p. 131 ).

Hanley consideró este momento de la "mayor importancia", cuando el Imperio "alcanzó la más completa confianza en política exterior, naval y militar. Se les había ofrecido un puesto en el órgano, que en la práctica ejercía el Mando Supremo en la labor de los preparativos defensivos" (p. 132)

Hankey señaló que "en todos los Dominios se hicieron preparativos de defensa antes de la guerra, que se correspondían, mutatis mutandis, con los nuestros" ("Government Control in War", p. 28).

Por supuesto, cuando Hankey decía "preparativos de defensa" se refería a preparativos para la guerra. En el léxico imperial el ataque era la mejor y única forma de defensa y la prevención era superior a la cura.

Hankey describió entonces el plan de guerra imperialista liberal revelado a los Dominios Blancos: "Las Investigaciones Continentales habían indicado que la pequeña pero eficiente fuerza que podíamos enviar a Francia... no sería en absoluto insignificante cuando se pusiera en una balanza de fuerzas casi equilibradas y que, psicológicamente, su influencia sería muy grande en proporción a su tamaño. Otras investigaciones habían puesto de relieve la gran influencia de la fuerza marítima para agotar los recursos de nuestro enemigo mediante el bloqueo y el cierre de sus suministros" (The Supreme Command, p. 137).

La polémica de la Declaración de Londres

A partir de 1907 el Gobierno liberal se esforzó por emprender la codificación del derecho del mar, sometiéndolo a un Tribunal Internacional. Esto comenzó en la Conferencia de Paz de La Haya de 1907 y continuó en la Conferencia Naval de Londres del año siguiente, que emitió la Declaración de Londres en 1909. La Declaración provocó un gran debate en Gran Bretaña entre quienes creían que era una medida útil para proteger el comercio y los suministros de alimentos británicos en tiempos de guerra y quienes consideraban que podía limitar el poder de la Royal Navy frente al enemigo.

Se produjo una extraña situación en la que el Parlamento, a través de la Cámara de los Lores, rechazó la Declaración, mientras que el Gobierno liberal indicó que se sentía en la obligación legal de acatarla, ya que la había negociado.

Grey consideraba que el derecho marítimo existente convenía a los intereses británicos y estaba dispuesto a reforzarlo. Convertida en la potencia dominante del mundo, Inglaterra había concedido derechos marítimos en la Declaración de París durante la década de 1850. La exclusión de los alimentos del contrabando convenía a Inglaterra más que a cualquier otra nación, ya que dependía más para su alimentación que cualquier otro Estado del mundo en esa época.

En la Conferencia de La Haya, la Declaración británica obtuvo el apoyo para la creación de un Tribunal Internacional de Apresamientos y trató de definir la ley del contrabando de forma más sistemática.

Grey consideraba que a Gran Bretaña le interesaba reforzar los derechos de los neutrales, sobre todo porque preveía que Gran Bretaña sería abastecida por los neutrales (en particular Estados Unidos) durante una guerra. Había que considerar tres perspectivas: la neutral, la defensiva y la ofensiva. En dos de ellas el refuerzo de los derechos de los neutrales redundaba en beneficio de Inglaterra. En el escenario ofensivo del bloqueo del enemigo, no. Muchos liberales querían reforzar la protección del comercio, mientras que otros lo veían como un impedimento para el poder marítimo británico, que era el poder del Reino Unidos.

La Comisión Real de Suministro de Alimentos de 1905 sólo tuvo en cuenta los puntos de vista neutral y ofensivo a la hora de elaborar la actitud de Gran Bretaña ante estas cuestiones. Esto ocurrió antes de que la guerra con Alemania estuviera plenamente formulada. El almirante Ottley, secretario del CID antes de Hankey, era de la opinión de que una definición de contrabando lo más restringida posible era buena para Gran Bretaña. El comercio alemán, debido a su acceso a puertos neutrales, al desarrollo del ferrocarril y a sus fronteras terrestres, podía acceder a las mercancías por tierra. También había que tener en cuenta el peligro de un enfrentamiento con Estados Unidos, país al que Inglaterra había empezado a ceder en 1910 en lo referente a los derechos de neutralidad.

Así que el Comité decidió mantener el bloqueo pero limitar el contrabando. Los británicos negociaron esto en 1907 en La Haya.

La posición de Grey estaba dictada por la Política General. Creía que el poder marítimo no iba a ser el único decisivo en una guerra y había empezado a prever la participación continental. En tal situación, una reducción de la capacidad naval ofensiva no era tan crucial y se consideró que valía la pena cambiar parte del poder de ataque de la Marina por la seguridad del comercio y el suministro de alimentos.

Pero había una aparente contradicción en la postura de la Marina.

El almirante Fisher, que no creía que existiera otra cosa que la guerra agresiva y desenfrenada, se oponía al deseo de Grey de codificar el derecho de la guerra en el mar. Durante los siglos anteriores, Inglaterra había quebrantado todas las normas existentes en cuanto comenzaba la guerra, sobre todo en relación con los neutrales. Por ejemplo, entró en guerra con Estados Unidos y quemó Washington para poner en su lugar a los neutrales en 1812.

Los almirantes Ottley y Slade defendieron el bloqueo total en la planificación de la guerra contra Alemania, pero concedieron restricciones en su papel de diplomáticos en las negociaciones. Parece que el Almirantazgo ayudó a negociar una nueva ley del mar con toda la intención de romperla durante la guerra que estaban planeando y siguió adelante con la negociación de la Declaración para complacer al Gobierno Liberal, sabiendo al mismo tiempo que si Inglaterra permanecía neutral se beneficiaría de la nueva ley e insistiría en ella, pero si entraba en guerra, simplemente encontraría la pretextos para de incumplirla. Como el Almirantazgo señaló en Notas sobre Contrabando, en 1908: "Cuando Gran Bretaña es beligerante se puede confiar en que velará por sus propios intereses, pero el momento peligroso para ella aparece cuando es neutral y no desea adoptar una postura tan firme que pueda verse arrastrada a la guerra. En ese momento la existencia de una clasificación de mercancías bien razonada supondrá una enorme ventaja" (p. 279).

Sin embargo en Gran Bretaña surgió una oposición muy notoria a la Declaración, que amenazaba con desvelar todos sus subterfugios. Thomas Gibson Bowles empezó a hacer preguntas muy pertinentes pero inoportunas. Bowles, analizando la situación desde Inglaterra, llegó a la conclusión de que el Imperio Británico estaba decidido a entrar en guerra con Alemania y que obviamente estaba haciendo planes para ello, aunque en secreto. Esto llevó a Bowles a considerar que el cambio de posición de Inglaterra, de ser una firme defensora de los derechos del beligerante en la guerra a aparentar ser defensora de los neutrales, era una evolución errónea provocada por varias generaciones de paz. Inglaterra, razonaba Bowles, había conseguido alcanzar su situación de supremacía en el mundo, ante todo a través de una beligerancia desenfrenada y estaba dando todas las señales de necesitar ese desenfreno y de tener la intención de seguir recurriendo a él.
Bowles pensaba que el capitalismo de manchesteriano había establecido una especie de inmunidad para el comercio inglés, frente a los inconvenientes de la guerra, mediante la firma de la Declaración de París en tiempos de la guerra de Crimea. Allí se preveía la extensión de los derechos de propiedad privada a los mares. Pero según Bowles esta inmunidad se aplicaba a la propiedad privada de unos pocos y no a la propiedad pública de muchos y planteaba la posibilidad de que, mientras el resto de la nación estaba en guerra, las clases comerciales pudieran beneficiarse continuando las relaciones comerciales sin ser molestadas con el enemigo. Bowles llegó a la conclusión de que la potencia de combate de la nación, por medio de la Royal Navy, había sido comercializada por los librecambistas en aras de la obtención de beneficios.
Para Bowles la Declaración de París representaba una especie de punto de inflexión entre la era anterior, de expansión británica sin restricciones y el período posterior, que implicaba la mera defensa del botín global en interés de unos pocos.
Bowles advirtió al Imperio que el progreso que había introducido para facilitar la expansión del Libre Comercio, tendría que dejarse de lado para librar una gran guerra que preservara su preeminencia en el mundo. El libro de Bowles "The Law of the Sea" fue escrito para impedir que se dieran más garantías a la propiedad privada en el mar, garantías que se basaban en la idea errónea de que Inglaterra podía seguir indefinidamente viviendo su idilio con el Libre Comercio. Se quejó de que el Gobierno liberal declarara que la ratificación de estas propuestas (que se habían negociado y acordado en secreto) no necesitaba la sanción del Parlamento. porque el Parlamento no podía ser totalmente eludido, ya que las propuestas implicaban la supresión de los tribunales británicos, los Tribunales del Almirantazgo, el Comité Judicial del Consejo Privado, la abolición de su jurisdicción final en materia de presas navales y su sumisión a las decisiones a un nuevo tribunal extranjero con sede en La Haya. Por lo tanto se presentó un proyecto de ley sobre las presas navales, con el fin de llevar adelante las propuestas.
En diciembre de 1911 el proyecto fue rechazado por la Cámara de los Lores, a pesar de la insistencia de Grey en que sería aprobado por la disposición de dos años, introducida en virtud de la Ley del Parlamento. Y aunque se volvió a presentar en el Parlamento, se permitió que fracasara antes de que comenzara la guerra.
Thomas Bowles había completado su popular libro con estas pertinentes observaciones: "la paz se vocea con fuerza y frecuentemente, paro la guerra se prepara con constancia y secreto y se desencadena repentinamente. La ambición acecha más depredadora que nunca, pero con suaves palabras. Simplemente la fuerza se encubre completamente con el fraude.
"Cualquier día nosotros también, con poco o ningún aviso, podemos tener que luchar por lo nuestro.
"En ese día lo único que nos servirá será nuestro poder marítimo y nuestros derechos marítimos. Lo único que detendrá a nuestro enemigo será su pleno ejercicio. Así como fueron suficientes antes, incluso contra toda Europa, seguirán siéndolo. Nada esencial ha cambiado. En ese día no nos servirá de nada tener las flotas más poderosas, si por nuestra propia insensatez hemos permitido de antemano que sean protocolizadas desde fuera de sus poderes efectivos y sometidas a un tribunal extranjero.
"¿Es tan remoto ese día que ahora y en adelante sólo debemos pensar en nuestros beneficios neutrales en la Paz y en absoluto en nuestros riesgos, derechos y poderes en la Guerra?
"Si es así ¿por qué todos estos acorazados monocalibre? ¿Por qué esta concentración actual en el Mar del Norte de flotas británicas procedentes de todas las partes del mundo? ¿Por qué el gran astillero de Rosyth? ¿Por qué esta repentina, febril y ruinosa carrera armamentística? ¿Es todo para nada? ¿Está tan lejos ese día? ¿No creen más bien, de forma bastante manifiesta, los que más saben y son más responsables, que está cerca?" (The Law of the Sea, pp. 223-4).

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