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sábado, 22 de octubre de 2016

Marc Angenot “El siglo de las religiones seculares: esbozo de historia conceptual” XI

http://marcangenot.com/.../Le_siecle_des_religions_politiques.pdf

Objeciones

No hay hoy quien no reconozca a posteriori que el marxismo era una “neo-religión” y que fue una “fe pervertida”; ¡incluso lo hace Alexander Yakovlev, último ideólogo en jefe de la URSS y hasta ahora guardián del socialismo científico!63 Por lo demás tal unanimidad puede resultar sospechosa. “Religión secular/política” sigue siendo un concepto cargado de intenciones polémicas latentes. Concepto de geometría variable, ya que sirve a periodizaciones históricas divergentes y a hermenéuticas de la modernidad que son resueltamente incompatibles y antagonistas. Dicho esto, la tesis de las religiones políticas tiene, sin embargo, sus méritos. En particular contradice la tesis aporéticaA de Hannah Arendt de la “banalidad del mal”: Eichmann es un personaje banal, paro la gnosis totalitaria de los nazis no es tan “banal” y fue aparentemente una condición necesaria, si no suficiente, de la barbarie y las masacres nacionalsocialistas. Sin embargo la tesis suscita reservas por diversas razones. Ante todo da lugar a una “explicación” penetrada por el deseo de convencer de que el mal moderno procede de cierta fuente a la vez delimitada y bizarra, de cierta mentalidad extrema y arcaica, de un retorno de la credulidad reprimida y no de gentes “normales” y del espíritu racionalista y secular en cuanto tal. Sin duda es posible recurrir de forma intuitiva a analogías (que pueden ser chocantes y que lo son por su acumulación y sus convergencias) entre los movimientos políticos totalitarios y las iglesias y religiones reveladas de antaño. Se puede hablar de liturgias de masas, de rituales, de culto (“de la personalidad”), de peregrinajes (a los mausoleos de las momias revolucionarias), de conversión, de sagrado y de absoluto, de fe, de comunión, de militantismo (vieja catacresisB, de origen eminentemente religioso, adoptada en el siglo XIX por el Movimiento obrero), de búsqueda de la salvación, de promesa de un “paraíso en la Tierra”, del Partido como iglesia, como clero, como orden monástico o como secta, de textos sagrados, de dogmas, de ortodoxias, de cismas y de herejías, de excomuniones, de elegidos y condenados, de ascesisB militante, de fanatismo, de sumisión perinde ac cadáver D, de gnosisE, de mesianismo, maniqueísmo, milenarismo, etc. Nadie duda de que en ciertos contextos estas palabras, estas catacresis semi-secularizadas pueden tener una fuerza heurística y servir para poner de manifiesto una cierta continuidad histórica persistente. No obstante en historia de las ideas una etapa delimitada, la de las ideologías totales, no es en ningún caso explicable con categorías propias de la etapa anterior ni por nociones transhistóricas (que están fuera de los límites de la historia). Las isomorfiasF que sugieren una aproximación a profundizar no prueban nada en sí mismas. Tales catacresis –que por lo demás conservan, se diga lo que se diga, un aire irónico-político debido a su largo uso por los liberales contra los supuestos “materialistas” de la extrema izquierda– pueden proporcionar, de manera excesivamente fácil, la impresión de comprender fenómenos complejos cuya analogía religiosa, que señala funciones similares en contextos heterogéneos, disimula otros aspectos concretos y propiamente “modernos” del fenómeno estudiado y aleja de preguntarse de qué experiencias sociales, de qué conflictos y de qué disposiciones mentales desvanecidas nacían esas “conversiones” y esas “creencias” totales. Las religiones políticas no apelan a una revelación, sino a una (falsa) ciencia; no se han propagado como las religiones reveladas, sino como organizaciones modernas, movimientos de masas organizados a partir de un modelo tan militar como sectario. Hay algunas razones para pensar que la expresión “religión secular” utilizada como explicación definitiva de las desgracias de la modernidad, más que explicar lo que hace es sustituir el problema por un enunciado –de la misma forma que la etiqueta “creencia”, aplicada a las convicciones de los demás, sirve para expresar con una palabra opaca mi incomprensión de estas convicciones y la distancia que hay entre tales convicciones y lo que yo estimo que es el (mi) “conocimiento”. Sin duda para François Furet, como para muchos otros hoy, la difunta idea comunista no es más que el Pasado de una ilusión, pero qué extraña ilusión la que ha movilizado a millones de hombres y mujeres que han vivido y muerto por ella; es esta singularidad, este escándalo lo que la fórmula “religión secular” cree poder explicar en tantos ensayos contemporáneos. La cuestión sigue siendo evidenciar, antes de servirse de ella, qué ayuda a entender la nueva categoría. ¿Por qué es más útil para comprender que las expresiones “Grandes relatos” o “Ideologías” (en el significado por excelencia de las palabras, que es una explicación del pasado y del presente a la luz de un porvenir verdadero)? La terrible interrupción de la Primera Guerra mundial, ruptura tanto política y social como espiritual, “embrutecimiento de Occidente” como la califica George L. Mosse, 64 es una causa más tangible e inmediata de los movimientos “totalitarios”. El daño colonialista, el daño imperialista de la Primera Guerra mundial no fue ocasionado por los socialistas, que lo denunciaron con argumentos muy razonables,65 sino de las sociedades “burguesas” entonces calificadas como liberales. Fueron en su mayoría Estados democráticos (en el sentido que estas palabras podían tener en 1914 en Europa), no imbuidos en absoluto de religiosidad revolucionaria, los que en un enfrentamiento imperialista catastrófico inventaron esa “Movilización total”, esa “Guerra total”66 que iba a acarrear una lógica de exterminio que nuncaG había acompañado a las guerras anteriores, con sus obsoletas “leyes de la guerra”, —lógica que reduce radicalmente el umbral del horror y guerra que deja en Europa diez millones de muertos, veinte millones de heridos graves, etc.,67 que devalúa la vida humana y habitúa a la muerte y a la destrucción a varias generaciones.68 Sin duda un Lenin se muestra indiferente a los sufrimientos humanos, pero –y esto no es una conclusión apresurada con intenciones polémicas, sino una constatación– no más que un Joffre, un Foch, un Ludendorff y otros héroes patrióticos de la Gran carnicería. Sin el uso del gas, la vida de las trincheras, los parapetos de cadáveres, los fusilamientos “ejemplares”, la brutal propaganda de la Totale Mobilmachung69, no hay un Hitler. La guerra mundial no crea los esquemas mentales, los proyectos y los “valores” del totalitarismo, pero en la medida en que embruteció radicalmente al mundo occidental, creo la condición necesaria para la emergencia de los regímenes “totales”. H. Arendt insiste en que agosto de 1914 destrozó del golpe todos los valores sociales y morales de lo que se llamaba “civilización”. George L. Mosse ha consagrado su obra a mostrar cómo el espíritu de la Gran guerra, el “embrutecimiento”, el “asalvajamiento” de Occidente, se traslada a los totalitarismos posteriores a 1920.70 Por su parte Alain Brossat señala que al hacer el inventario del mal y de sus peculiaridades en el siglo XX nos estaríamos equivocando si olvidáramos que “el único uso de las armas nucleares” no fue llevado a cabo por un régimen totalitario o una (pseudo-) religión política.71 Numeroso pensadores han rechazado sin apelación tal concepto con algunos buenos argumentos: “religión secular” equivale a “rueda cuadrada”, si lo propio de la religión es la trascendencia. Se trata del problema de la extensión y comprensión semánticas del término religión, cuyas contradictorias definiciones llenan fácilmente un volumen: «¿qué es exactamente una "religión" para que tanto el cristianismo como el nazismo puedan considerarse dos ejemplos igualmente válidos de la misma?» 72 Por su parte Hannah Arendt rechazaba la idea misma de “religiones políticas”. En su momento objetó vivamente a Eric Voegelin; Arendt afirma ser incapaz de aceptar el empleo que el investigador de Baton Rouge hace de “religiones seculares”, en la medida en que los pensamientos y los regímenes totalitarios le parecían, por el contrario, el producto del último y “más peligroso” estadio del ateísmo. Ideologías sin trascendencia, “religiones” sin dios, desprovistas de respuestas a las cuestiones sobre el cosmos y la vida humana a las que la fe ha ido respondiendo desde tiempo inmemorial. El militante comunista se dice “materialista” pero, apunta irónicamente Arendt, el cientificista social americano, paradójicamente imbuido de sofística marxista, no le presta atención; ¡está convencido de que lo que las gentes piensan y afirman de sí mismos no debe ser tenido en cuenta! «Calificar de religión esta ideología totalitaria no conduce solamente a concederle un cumplido perfectamente inmerecido; esta actitud permite además perder de vista el hecho de que el bolchevismo, incluso si ha nacido de la historia de occidente, no pertenece para nada a la tradición de la duda y la secularización» en la que se integran a la vez el creyente y el ateo occidetales.73 Es que para Hannah Arendt las ideologías totalitarias y los regímenes que engendran, “intento casi deliberado de crear, en los campos de concentración y las cámaras de tortura, una especie de infierno terrestre”,74 son el producto atroz de una modernidad secular productivista, burocrática, seleccionista, expansionista… que ella condena íntegramente, y de ninguna manera una forma, ni siquiera degradada, de espíritu religioso. “Toda esta catástrofe no se habría producido si las gentes hubieran creído en Dios, o más bien en el diablo, es decir, si todavía concibieran absolutos”.75 En fin las así llamadas religiones políticas se han derrumbado –lo que también se puede considerar una fuerte objeción– sin dejar ninguna traza (como no sea anodinas supervivencias altermundialistas), mientras que las fes religiosas e incluso las creencias sectarias muestran, frente a los desmentidos y los fracasos, una “resiliencia” mucho más duradera. “Del mismo modo que la religión está construida para durar en el tiempo”, así este sucedáneo contradictorio, la religión secular, “pertenece al orden de los perecedero”.76

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