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sábado, 18 de febrero de 2023

(I) Nicolás Martínez Lage: Carroll Quigley y la sociedad secreta de la élite (The Network).

 


La coronación de Carlos III representa la etapa final del sueño de Cecil Rhodes, aquel brutal regente del sur de África, que en septiembre de 1877 escribía el primero de una serie de testamentos legando su inmensa fortuna para el establecimiento, promoción y desarrollo de una sociedad secreta, cuyo verdadero fin y objeto será la extensión del dominio británico en todo el mundo y, especialmente, la ocupación por parte de colonos británicos de todo el continente de África, Tierra Santa, el valle del Éufrates, toda América del Sur y las islas del Pacífico no poseídas hasta entonces por Gran Bretaña, todo el archipiélago malayo, el litoral de China y Japón y la recuperación final de los Estados Unidos de América, como parte integral del Imperio Británico y, finalmente, la fundación de un poder tan grande como para hacer imposibles las guerras y promover los mejores intereses de la humanidad.

Esta es la historia de un prominente intelectual de la élite, el profesor de historia de la Ivy League Carroll Quigley, quien estudió durante 20 años y tuvo acceso directo durante dos a los archivos secretos de la rama americana de la sociedad secreta de Cecil Rhodes, el Consejo de Relaciones Exteriores. De su trabajo surgieron los libros Tragedia y Esperanza y The Anglo-American Establishment: From Rhodes to Cliveden (https://www.amazon.com/Anglo-American-Establishment-Carroll-Quigley/dp/0945001010 ). La obra de Quigley no es un libro más en la versión conspirativa de la historia, sino que está contada desde el punto de vista de los propios conspiradores. Para apreciar la dimensión de su prestigio, el día que Bill Clinton consiguió la nominación a la presidencia dedicó un especial agradecimiento a su mentor, el profesor Quigley. Basado en su reputación como miembro de la élite universitaria, Quigley fue seleccionado por los miembros de una sociedad secreta anónima, a la que Quigley bautizaría más tarde como La Red (The Network), para actuar como su historiador oficial. Conozco las operaciones de esta red porque las he estudiado durante 20 años y se me permitió durante dos años, a principio de la década del 60, examinar sus documentos y registros secretos. Lo que no esperaba La Red era que Quigley hiciera público su trabajo. Sería de esperar que la existencia de un grupo, que pudiera contar como propios esos logros, sería un tema conocido entre los estudiosos de la historia. En este caso no es así. Tragedia y Esperanza sería el resultado de ese trabajo. Un voluminoso tratado de historia que cubre el período de 1880 a 1963. Una lectura densa destinada al círculo académico, compuesta en un 95% de economía política y diplomacia, con la evolución del dinero como eje. Es completamente imposible entender la historia del siglo XX sin comprender el papel que jugó el dinero en los asuntos internos y en los asuntos exteriores, así como el papel que jugaron los banqueros en la vida económica y en la vida política. Aspiraron a establecer dinastías de banqueros internacionales y tuvieron al menos tanto éxito en esto como muchos de los gobernantes políticos. Los nombres de algunas de estas familias de banqueros: Rarin, Lazard, Erlanger, Warburg, Schoder, Seligman, Speyers, Mirabaud, Mallet, Fould y, sobre todo, Rothschild y Morgan, son familiares a todos y deberían serlo aún más, pero escondido en el otro 5% del libro encontrará declaraciones verdaderamente impactantes sobre cómo funciona realmente nuestro mundo y cómo se ejerce el poder en él. Existe y ha existido durante una generación, una red internacional de anglófilos que opera, hasta cierto punto, en la forma en que la derecha radical cree que actúan los comunistas… De hecho esta red, que podemos identificar como los Grupos de la Mesa Redonda, no tiene aversión a cooperar con los comunistas o cualquier otro grupo y lo hace con frecuencia. Lo inusual en este tipo de material es que Quigley se reconoce afín a los conspiradores, se reconoce como parte de esa élite: no le tengo aversión a la mayoría de sus objetivos y durante gran parte de mi vida he estado cerca de ellos y de muchos de sus instrumentos. Me he opuesto tanto en el pasado como recientemente a algunas de sus políticas, en particular a su creencia de que Inglaterra era una potencia atlántica más que Europea y debía estar aliada o incluso federada con Estados Unidos y permanecerá aislada de Europa. Pero en general mi principal diferencia de opinión es su deseo de permanecer desconocidos, ya que creo que su papel en la historia es lo suficientemente significativo como para ser conocidos. Pero Quigley pronto entendería que La Red no esperaba que sus secretos salieran al público. Poco después de que la primera edición de Tragedia y Esperanza se agotara, La Red ordenó destruir las placas para que no pudiera ser reeditado por la editorial. Afortunadamente ediciones piratas siguieron circulando y mantuvieron vivo el mensaje de Carroll Quigley: poderosas influencias en este país quieren que yo, o al menos mi trabajo, sea eliminado. La élite había quedado expuesta. Los círculos financieros de Londres y de la parte este de los Estados Unidos reflejan una de las influencias más poderosas en la historia del mundo en el siglo XX. Los dos extremos de este eje de habla inglesa han sido llamados a veces, quizás en tono de burla, el establishment angloamericano. Hay de todas maneras cierto grado de verdad detrás de la broma. Una verdad que muestra una estructura de poder muy real. Esta es la estructura de poder que la derecha radical de los Estados Unidos ha estado atacando desde hace años, con la convicción de que están atacando a los comunistas. Tras su muerte sería publicado The Anglo-American Establishment: From Rhodes to Cliveden, donde Quigley completa varios de los puntos pendientes de Tragedia y Esperanza y, tras sufrir ser cancelado por La Red, afirma lo siguiente: ningún país que valore su seguridad debe permitir que un pequeño número de hombres pueda ejercer tal poder en la administración y la política, tener un control casi completo sobre la publicación de los documentos relacionados con sus acciones y ejercer tal influencia sobre los medios de información que crean la opinión pública. Tal poder, cualesquiera que sean sus objetivos, es demasiado para ser confiado sin problema alguno a un grupo en particular. Pero toda historia tiene un comienzo y en este caso nos tenemos que remontar a Londres en 1860. Es en el seno del Imperio Británico donde dos visiones del mundo están en pugna; los que argumentan que el Imperio es inmoral, caro e innecesario, encabezados por William Gladstone... y del otro lado aquellos que reclaman su expansión (su representante fue el miembro del Partido Conservador, protegido de la casa Rothschild y confidente de la Reina Victoria, Benjamin Disraeli). Después de 1870 se hizo cada vez más evidente que, por muy caras que fueran las colonias para un gobierno, podrían ser fantásticamente rentables para las personas y empresas apoyadas por dichos gobiernos. Además, con la expansión de la democracia, la creciente influencia de la prensa y la necesidad de contribuciones de campaña, las personas que obtuvieron fantásticas ganancias en aventuras en el extranjero, pudieron obtener el apoyo favorable de sus gobiernos, distribuyendo una parte de esas ganancias a los gastos de los políticos. Los imperialistas, preocupados por el avance en la opinión pública de los argumentos morales de Gladstone, crearon el Real Instituto Colonial (https://en.wikipedia.org/wiki/Royal_Commonwealth_Society ) y los intelectuales allí reunidos resolvieron tomar el punto fuerte del argumento de sus rivales, la visión moral, y utilizarla para justificar sus fines imperialistas. Esta nueva doctrina sería llamada el nuevo imperialismo. El nuevo imperialismo, después de 1870, era muy diferente al que los Little Englander (https://en.wikipedia.org/wiki/Little_Englander# ) se habían opuesto. El principal cambio fue que estaba justificado por cuestiones de deber moral y reforma social y no como el anterior, por la actividad misionera y las ventajas materiales. Creada la nueva doctrina, era necesario propagarla entre los jóvenes estudiantes de las clases altas para asegurar su éxito en el tiempo. Hasta 1870 no hubo cátedra de Bellas Artes en Oxford, pero ese año John Ruskin fue nombrado para esa cátedra. Ruskin golpeó Oxford como un terremoto, no tanto porque hablara de Bellas Artes, sino porque habló del Imperio y de las masas oprimidas de Inglaterra y, sobre todo, porque habló de las tres cosas como cuestiones morales. Ruskin les hablaba a los estudiantes de Oxford como miembros de una clase dominante privilegiada. Les dijo que ellos eran los poseedores de una magnífica tradición que abarcaba la educación, la belleza, el estado de derecho, la libertad, la decencia y la autodisciplina, pero que esta tradición no se podía preservar y tampoco lo merecería a menos que se pudiese extender a las clases bajas en Inglaterra y a las masas extranjeras en todo el mundo. Si esta preciosa tradición no se extendía a estas dos grandes mayorías, la minoría de la clase alta de los ingleses se desvanecería en última instancia bajo estas dos mayorías y toda su tradición se perdería. Entre los alumnos que escuchaban ávidamente los argumentos morales de Ruskin había uno que había quedado profundamente impactado por ellos, Cecil Rhodes, quien 15 años después y gracias al financiamiento del primer barón de Rothschild, consiguió convertirse en uno de los hombres más ricos del mundo, monopolizando las minas de diamantes de Sudáfrica con la De Beers Consolidated Mines. A mediados de la década de 1890 Rhodes tenía un ingreso personal de al menos un millón de libras esterlinas al año, equivalente a unos 100 millones de dólares en precios actuales, que gastaba tan libremente, para sus misteriosos propósitos, que por lo general su cuenta estaba sobregirada. Estos propósitos se centraban en su deseo de federar a los pueblos de habla inglesa y de poner bajo su control a todas las partes habitables del mundo. Rhodes creía firmemente en las ideas de Ruskin y que tan noble fin justificaba todos los medios para alcanzarlo. En su última voluntad y testamento, Rhodes escribió: afirmo que somos la mejor raza del mundo y que nuestra expansión por el mundo será lo mejor que podrá ocurrirle a la raza humana. Fantaseo con que aquellas partes del mundo que se encuentran, en la actualidad, pobladas por los ejemplares más despreciables de seres humanos, pasen a estar bajo la influencia anglosajona. A medida que iba acumulando su fortuna, Rhodes pasaría 17 años planeando cómo llevar adelante, en la práctica, su visión de la Federación Imperial. Escribía Rhodes: qué horrible pensamiento es que si no hubiéramos perdido América o si, incluso ahora, pudiéramos arreglarnos con los miembros actuales de la asamblea de los Estados Unidos y nuestra cámara de los comunes, la paz del mundo estaría asegurada por toda la eternidad. La única cosa necesaria para llevar a cabo esta idea es una sociedad secreta, que fuera absorbiendo gradualmente la riqueza del mundo para ser dedicada a tal objeto. También escribiría en Confesión de Fe: miro y leo la historia de los jesuitas. Veo lo que pudieron hacer con una mala causa y podría decir, bajo malos líderes. En el día de hoy me convertí en miembro de la orden masónica. Veo la riqueza y el poder que poseen y la influencia que tienen y pienso en su ceremonias y me pregunto… ¿cómo es que tal gran número de hombres pueden dedicarse a lo que a veces parece lo más ridículo y a ritos absurdos sin objeto y sin fin? Inspirado entonces en los modelos de organización de los jesuitas, los masones y los illuminati, sería como vería la luz la sociedad de Rhodes, lo que Quigley denominó como uno de los hechos históricos más importantes del siglo XX. Escribe Quigley: una tarde invernal de febrero de 1891 tres hombres estaban enfrascados en una conversación seria, en Londres. De esa conversación derivarían consecuencias de la mayor importancia para el Imperio Británico y para el mundo en su conjunto, porque estos hombres estaban organizando una sociedad secreta que fue, durante más de 50 años, una de las fuerzas más importantes en la formulación y ejecución de la política Imperial y exterior británica. Los tres hombres eran bien conocidos en Inglaterra. El líder era Cecil Rhodes, fabulosamente rico, constructor de imperios y la persona más importante de Sudáfrica; el segundo era William Stead, el más famoso y probablemente también el más sensacionalista de los periodistas de esa época; el tercero fue Reginald Brett, más tarde conocido como lord Esher, amigo y confidente de la reina Victoria y más tarde el consejero más influyente del Rey Eduardo VII y el Rey Jorge V. Los tres elaboraron un plan de organización para su sociedad secreta y una lista de los que deberían ser los miembros originales. El plan de organización preveía un círculo interno, conocido como la Sociedad de los Elegidos, y un círculo exterior, denominado la Asociación de Ayudantes. La sociedad así fundada no fue algo efímero, ya que en forma modificada existe hasta el día de hoy. Finalmente y a causa de su frágil salud Rhodes fallecería en 1902, sin herederos, y tal como era su voluntad donó su inmensa fortuna al desarrollo de esta sociedad secreta. Uno de los pocos aspectos públicos de sus testamentos sería el establecimiento de las famosas becas Rhodes y Bill Clinton, el pupilo de Carroll Quigley, sería su becario más representativo. Al respecto escribe Quigley en el libro The Anglo-American Establishment: las becas no eran más que una fachada para ocultar la sociedad secreta o, más exactamente, eran uno de los instrumentos mediante los cuales los miembros de la sociedad secreta podían llevar a cabo su propósito. Quien pasaría entonces a tomar el control de La Red sería lord Milner. Obtuvo el control de su dinero y pudo usarlo para lubricar el funcionamiento de su maquinaria de propaganda. Ambos sintieron que este objetivo podría lograrse mejor con un grupo secreto de hombres unidos entre sí, que compartieran la devoción a su causa común. Ambos sintieron que tal grupo debía alcanzar su objetivo mediante la influencia política y económica tras bambalinas y mediante el control de las agencias periodísticas, de educación y propaganda. Por eso Milner seleccionó jóvenes universitarios afines a la causa, quienes pasaron a ser conocidos como el Jardín de Infantes de Milner o Milner's Kindergarten. Dado su estrecho contacto con Oxford y con el All Souls College, la élite de la élite de Oxford, este grupo estaba en una posición ventajosa para detectar a los jóvenes universitarios más hábiles de aquella casa de estudios, es decir, para detectar a miembros de la élite que serían los líderes del mañana. Estos hombres seleccionados por Milner ganaron puestos influyentes en el gobierno y las finanzas internacionales y se convirtieron en la fuerza dominante en los asuntos exteriores e imperiales británicos hasta 1939. Organizaron grupos semisecretos, conocidos como grupos de la Mesa Redonda, en las principales dependencias británicas y en los Estados Unidos. Este fue el sistema que le permitió a La Red permanecer oculta, mientras sus fundadores ejercían un nivel de control en las sombras que, como describe Carroll Quigley, difícilmente podría ser exagerado. El verdadero poder es aquel que está en las sombras, el que no le rinde cuentas a nadie. El gobierno británico entonces era uno de los instrumentos de La Red, al igual que Oxford, el Times y el Instituto Real de Asuntos Internacionales, también conocido como Chatham House. Externamente cada uno de estos instrumentos parecía no tener conexión alguna con los otros, pero en realidad todos estaban dominados por el mismo grupo de individuos, quienes operaban para crear el actual sistema de la Commonwealth. Durante varios años, de 1910 a 1916, los grupos de la Mesa Redonda trabajaron desesperadamente tratando de encontrar una fórmula aceptable para federar el Imperio. Tres libros y muchos artículos surgieron de estas discusiones, pero gradualmente se hizo evidente que la federación no era aceptable para las dependencias de inglesa. Se decidió entonces disolver todos los lazos formales entre estas dependencias, excepto la lealtad a la corona. Esto implicó cambiar el nombre de Imperio Británico a Comonwealth of Nations, la Mancomunidad de Naciones, otorgando a las principales dependencias, incluidas la India e Irlanda, su completa independencia. Estaban constantemente insistiendo en las lecciones que debían aprenderse del fracaso de la Revolución Americana y el éxito de la federación canadiense de 1867 y esperaban federar las distintas partes del imperio según pareciera factible y luego confederar todo con el Reino Unido en una sola organización. También esperaban traer a los Estados Unidos a esta organización en la medida que fuera posible, porque La Red concluyó que tomando el control de la política exterior de los Estados Unidos podía tener acceso a los recursos militares, económicos, políticos… con un beneficio adicional: todas las consecuencias de sus actos iban a estar ligados a la potencia en ascenso. Pero para ejecutar este plan era fundamental el establecimiento, tras varios intentos fallidos, de un Banco Central privado que creará dinero basado en deuda. En una inexplicable omisión Carroll Quigley apenas menciona a la Sociedad de los Peregrinos, creada en 1902 como un centro de reunión gastronómica, para acercar a los amigos del establishment angloamericano. Como curiosidad, la Reina Isabel II fue patrona de la Sociedad de los Peregrinos y el actual rey, Carlos III, es un miembro activo de ella. Compuesto primariamente de banqueros, abogados y políticos, es poco lo que se conoce sobre la Sociedad de los Peregrinos, pero jugaron un papel determinante en la creación del Sistema de la Reserva Federal. De los seis banqueros que se reunieron para darle forma al proyecto de la Fed, cinco de ellos, Nelson Aldrich, Henry Davison, Benjamín Strong, Frank Vanderlip y Paul Warburg, eran todos miembros de la Sociedad de los Peregrinos. La secreta reunión entonces, que se llevó a cabo en la isla de Jekyll, considerada durante décadas como pura teoría de la conspiración, que hoy es parte de la historia oficial, sin lugar a dudas fue netamente influida por la Sociedad de los Peregrinos. Como Explica Quigley, el poder de los banqueros de inversión sobre los gobiernos se basa en una serie de factores, de los cuales el más importante quizás es la necesidad de los gobiernos de emitir letras del Tesoro a corto plazo, así como bonos del Estado a largo plazo. Igual que los empresarios acuden a los bancos comerciales en busca de adelantos de capital corriente, para suavizar las discrepancias entre sus ingresos regulares e intermitentes y sus gastos periódicos y persistentes, como alquileres, pagos hipotecarios y salarios, así un gobierno tiene que acudir a banqueros mercantiles o instituciones controladas por ellos para equilibrar las cuentas. Como expertos en bonos gubernamentales, los banqueros internacionales no solo manejaban los adelantos necesarios, sino que brindaban asesoramiento a los funcionarios gubernamentales y, en muchas ocasiones, colocaban a sus propios miembros en puestos oficiales para hacer frente a problemas especiales. Esto es tan ampliamente aceptado, incluso hoy, que en 1961 un banquero de inversión republicano se convirtió en Secretario del Tesoro en una administración demócrata, sin comentarios significativos de ninguno de los dos partidos políticos. Dado que la mayoría de los funcionarios del gobierno se sentían ignorantes de las finanzas, buscaron el consejo de los banqueros, a quienes consideraban expertos en este campo. La historia del siglo pasado muestra que el consejo dado a los gobiernos por los banqueros, al igual que el consejo que dieron a los industriales, fue consistentemente bueno para los banqueros, pero a menudo fue desastroso para los gobiernos, los empresarios y la gente en general. Un número relativamente pequeño de banqueros ocupaba posiciones de inmensa influencia en la vida económica Europea y estadounidense. Ya en 1909 Walther Rathenau, ministro alemán de asuntos exteriores de la República de Weimar, dijo que 300 hombres, todos los cuales se conocen unos a otros, dirigen el destino económico de Europa y eligen entre ellos a sus sucesores. El 26 de septiembre de 1921 el Financial Times escribió: media docena de hombres en la parte superior de los cinco grandes bancos, podrían alterar todo el tejido de finanzas gubernamentales si se abstuvieran de renovar las letras del tesoro. Sin lugar a dudas, para el establecimiento bancario liderado por los Rothschild era inadmisible no tener el control sobre el suministro de dinero de la potencia emergente. Pese a los reiterados intentos, una y otra vez habían fracasado con la instalación de un Banco Central privado, siendo el último el intento del proyecto del senador Nelson Aldrich, quien sería yerno de John Rockefeller hijo, y la negativa del presidente Taft a apoyarlo. El poder del dinero entonces decidió que Taft tenía que irse y que esta vez usarían las técnicas de La Red (propaganda y manipulación de la opinión pública) para concretar su plan. La elección de 1912 representó una oportunidad increíble para La Red. Aunque William Howard Taft había servido bien a los conspiradores hasta ese momento, su rechazo al plan Aldrich de la Fed constituyó una enorme transgresión para sus planes. El hombre elegido por La Red para remediar esto fue Woodrow Wilson, un profesor universitario idealista, convencido casi a un punto mesiánico de la idea de la necesidad de constitución de un gobierno mundial, que en 1887 había escrito sobre una confederación de imperios y su acuerdo con la idea del socialismo de Estado: no hay ninguna línea entre los asuntos privados y públicos que el Estado no pueda cruzar a voluntad; es muy claro que en la teoría fundamental, el socialismo y la democracia son casi, si no totalmente, una y la misma cosa. Sencillamente La Red no podía pedir mejor agente para sus planes. Ni siquiera necesitaban adoctrinarlo. Wilson ya estaba convencido de los intereses de La Red y en su ingenuidad creía que trabajaba en contra de los intereses de los banqueros, ignorando que eran ellos quienes lo controlaban y lo impulsaban hacia el salón oval, operando en los medios de comunicación, financiando los gastos de campaña y proporcionando toda la cantidad de asesores que se necesitarían para sancionar el impuesto a la renta, crear el Sistema de la Reserva Federal y, finalmente, empujar a los Estados Unidos a abandonar su tradicional postura de no intervencionismo y entrar en la Primera Guerra Mundial. Pero el primer punto era la creación de la Fed y La Red se había asegurado que el tema quedara enmarcado en términos bipartidistas. Como escribe Carroll Quigley, el argumento de que los dos partidos deberían representar ideales y políticas opuestas es una tontería; en cambio los dos partidos deben ser casi idénticos, para que el pueblo estadounidense pueda votar sin que se produzcan cambios profundos o extensos en la política. El plan anterior había sido formulado por el senador republicano Nelson Aldrich y, como todo el mundo sabía (era público y notorio) que Aldrich era un infiltrado de la red bancaria, la legislación fue rechazada simplemente por llevar su nombre, con el pueblo convencido de que los demócratas los habían protegido. Cualquier otro plan de presentar un Banco Central, pero esta vez bajo una administración demócrata, despertaría menos sospechas. La Red simplemente sacó el nombre de Aldrich del proyecto, envolvió la legislación con una retórica progresista y vendió exactamente lo mismo, pero esta vez con Wilson y la administración demócrata. Como podemos ver las mismas tácticas se repiten una y otra vez. Este es el modus operandi de la élite global. La Red no solo puso a su hombre en la Casa Blanca, sino que también le dio un controlador: el coronel Edward Mandell House, quien no era coronel… era un título falso para nombrarse con más prestigio. Wilson fue el presidente de los Estados Unidos, pero esta figura sombría de la historia, Mandell House, estuvo a su lado en cada momento. Manejando cada uno de sus movimientos y decisiones, se convirtió en el compañero constante de Wilson, al punto de tener sus propias habitaciones privadas en la Casa Blanca. Mandell House guió al presidente en todos los aspectos de la política exterior e interior, eligió al gabinete y formuló las primeras políticas de la nueva administración, fue el principal intermediario entre el presidente y sus patrocinadores de Wall Street, actuando como el presidente de facto.

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