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sábado, 13 de mayo de 2023

James Corbett (12 de marzo de 2023) El disenso como locura (I): la militarización de la psicología

 


"Un proyecto de ley del estado de Washington enviará a los opositores políticos a psiquiatría", titula recientemente Kurt Nimmo's Substack.

El proyecto de ley en cuestión, Washington State Legislature House Bill 1333, "Establishing the domestic violent extremism commission" (Creación de la comisión sobre extremismo violento doméstico), según sus críticos "criminalizará el pensamiento y la expresión bajo una categoría inventada de delitos llamada 'extremismo violento doméstico'" y permitiría al fiscal general del estado "procesar a algunas personas por palabras y discursos, en lugar de por actos violentos".
Aunque no hay nada en el propio proyecto de ley que declare que los "enemigos políticos" del Estado serán enviados a "pabellones psiquiátricos", la idea de que psicólogos y psiquiatras puedan ser empleados en esa "comisión de extremismo violento doméstico" para diagnosticar a los disidentes políticos algún tipo de trastorno mental no está excluído.
De hecho existe una larga y preocupante historia de utilización de la psiquiatría como arma para silenciar a quienes son declarados enemigos del Estado. Y, lo que es aún más preocupante, los últimos acontecimientos han demostrado que (lejos de ser una reliquia del pasado) la patologización de la disidencia política se está extendiendo más que nunca.

Los malos viejos tiempos
La historia de la psicología es, en gran medida, la historia de los castigos crueles e inusuales impuestos por los gobernantes a los disidentes políticos.
Que la psicología siempre ha sido una herramienta útil para que la clase dominante la blandiera contra los disidentes puede parecer una observación controvertida a primera vista. Pero esto es precisamente lo que nos dicen las fuentes más importantes del establishment… cuando hablan de los enemigos del establishment.
En 1983, por ejemplo, al Dr. Walter Reich se le concedió un espacio periodístico privilegiado en el periódico más importante de Estados Unidos, The New York Times, por un extenso reportaje sobre "El mundo de la psiquiatría soviética". Tras informar de que el congreso de la Asociación Mundial de Psiquiatría, celebrado en Hawai en 1977, había votado a favor de condenar "el abuso sistemático de la psiquiatría con fines políticos en la U.R.S.S.", Reich señala que "la preocupación occidental por los abusos psiquiátricos en la Unión Soviética no había hecho más que aumentar" desde la votación en el congreso y que "los rusos corrían el riesgo de ser suspendidos o incluso expulsados de la organización psiquiátrica internacional".
A continuación Reich dedica la mayor parte del resto de su artículo de 6.000 palabras a contrastar el enfoque estadounidense de la salud mental (en el que "el tratamiento psiquiátrico se ha vuelto lo suficientemente aceptable durante las últimas décadas como para que las personas con problemas emocionales lo busquen"), con el enfoque soviético (en el que "es más probable que la necesidad de atención psiquiátrica se considere motivo de vergüenza").
Los soviéticos, se nos dice, habían tomado el honorable estudio de la mente humana y lo habían convertido en un arma, transformándolo en un instrumento de opresión política.
Durante años, los psiquiatras soviéticos habían sido acusados en Occidente de diagnosticar como enfermos mentales a disidentes políticos, que sabían que estaban mentalmente sanos. Según los críticos occidentales y los disidentes soviéticos, la K.G.B. (especialmente después de que en 1967 se hiciera cargo de ella Yuri V. Andropov, ahora el máximo dirigente soviético) había remitido regularmente a disidentes a psiquiatras para que les hicieran tales diagnósticos, con el fin de evitar juicios públicos embarazosos y desacreditar la disidencia como producto de mentes enfermas. Una vez en los hospitales psiquiátricos, normalmente instituciones especiales para criminales dementes, se decía que los disidentes eran tratados con especial crueldad; por ejemplo, se les administraban inyecciones que provocaban abscesos, convulsiones y torpor, o se les envolvía en lonas húmedas que se encogían fuertemente al secarse.
Para que el lector no tenga ninguna duda sobre su mensaje, Reich lo expone claramente más adelante en la obra: "La experiencia de la psiquiatría soviética tiene mucho que enseñar", nos dice, "sobre la vulnerabilidad de la psiquiatría al mal uso dondequiera que se practique".
Sin duda Reich no se equivoca. Los horrores del sistema psiquiátrico soviético (en el que a los disidentes políticos se les diagnosticaba rutinariamente "esquizofrenia lenta", los hospitales psiquiátricos se utilizaban como prisiones temporales durante los periodos de protesta y a los rebeldes problemáticos se les mantenía en coma inducido médicamente o en estados catatónicos inducidos por fármacos durante largos periodos de tiempo) han sido bien documentados en numerosas fuentes de la corriente dominante, tanto populares como académicas. Pero estos horrores tuvieron su expresión más conmovedora en las palabras de Alexander Solzhenitsyn:

El encarcelamiento de personas sanas y librepensadoras en manicomios es un asesinato espiritual, es una variación de la cámara de gas, incluso más cruel; la tortura de las personas eliminadas es más malévola y más prolongada. Al igual que las cámaras de gas, estos crímenes nunca serán olvidados y los implicados en ellos serán condenados para siempre durante su vida y después de su muerte.
Como observa correctamente Reich en su informe, la patologización soviética de la disidencia sirve de hecho como advertencia de que la psiquiatría es vulnerable a ser mal utilizada "dondequiera que se practique." Pero, por una curiosa coincidencia, estas preocupaciones sólo parecen surgir cuando la psiquiatría está siendo "mal utilizada" en países que están en la lista de enemigos del Departamento de Estado de EEUU.

Por lo tanto no hay escasez de fuentes que le informarán acerca de:

  • los abusos de los psiquiatras nazis, que formaron parte de los comités de planificación del programa de eutanasia y esterilización Aktion T4 y que dirigieron el horrible (y fallido) intento del régimen nazi de erradicar la esquizofrenia matando sistemáticamente a la población esquizofrénica de Alemania;

  • los abusos que los psiquiatras japoneses infligieron a sus pacientes durante e inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, que provocaron un número anormalmente elevado de muertes de pacientes;

  • el uso por parte del gobierno revolucionario cubano de fármacos psicotrópicos y terapia electroconvulsiva para obtener información, castigar, desmoralizar, coaccionar, someter, aterrorizar y causar daños psicológicos a quienes consideraban una amenaza para la seguridad del Estado;

  • … y un sinfín de ejemplos similares de abusos psiquiátricos por parte de gobiernos en guerra o en el punto de mira del gobierno estadounidense.

Sin embargo, a menudo se excluyen de este análisis los terribles abusos que los psiquiatras occidentales han infligido a sus pacientes en nombre de la seguridad del Estado.
Por ejemplo, aunque los libros de historia condenan con razón los horrores del programa nazi de esterilización eugenésica, rara vez exploran las raíces de ese programa. Resulta que esas raíces estaban en el Instituto Kaiser Wilhelm de Antropología, Herencia Humana y Eugenesia, financiado por la Fundación Rockefeller. Es más, Ernst Rüdin (director del también financiado por la Fundación Rockefeller Instituto Kaiser Wilhelm de Psiquiatría y uno de los arquitectos clave del programa eugenésico alemán) modeló la legislación eugenésica nazi a partir de la propia "Ley Modelo de Esterilización Eugenésica" estadounidense.
De hecho, el primer profesor de psicología de Estados Unidos, James McKeen Cattell, ayudó a llevar la pseudociencia eugenésica a las costas de Estados Unidos. Tras entablar amistad con Francis Galton, el progenitor de la eugenesia, durante un viaje a Inglaterra en 1887, Cattell regresó a Estados Unidos entusiasmado con la idea. Más tarde escribió una carta a Galton en la que se jactaba: "Estamos siguiendo en América sus consejos y su ejemplo".
Aún más atrás en la historia, Benjamin Rush (uno de los padres fundadores de Estados Unidos y el hombre oficialmente reconocido por la Asociación Americana de Psiquiatría como el "padre de la psiquiatría americana") hizo contribuciones tempranas a la militarización de la psiquiatría inventando una serie de trastornos mentales para patologizar la disidencia. El más notable de estos trastornos inventados era la "anarchia" (https://quod.lib.umich.edu/e/evans/N17140.0001.001/1:21?rgn=div1;view=fulltext ), un tipo de locura que Rush definió como "un exceso de la pasión por la libertad", que "no podía ser eliminado por la razón, ni refrenado por el gobierno" y "amenazaba con hacer abortar la bondad del cielo hacia los Estados Unidos".
¿Y qué prescribía este "padre de la psiquiatría estadounidense" a quienes consideraba que sufrían enfermedades mentales? Bueno, para empezar, "trataba a sus pacientes con oscuridad, confinamiento solitario y una técnica especial consistente en obligar al paciente a permanecer erguido durante dos o tres días seguidos, clavándole puntas afiladas para impedir que se durmiera, una técnica tomada de un procedimiento británico para domar caballos". También inventó dos dispositivos mecánicos para el tratamiento de los dementes: una "silla tranquilizante", en la que el cuerpo del paciente "se inmoviliza con correas en los hombros, brazos, cintura y pies y se utiliza un aparato parecido a una caja para confinar la cabeza", y un "girador", "que era una tabla horizontal en la que se ataba a los pacientes tórpidos y se les hacía girar para estimular la circulación sanguínea".

El aprendiz de Rush, el médico y crítico declarado de la teoría de los gérmenes Samuel Cartwright, hizo su propia contribución a ese campo inventando un trastorno que denominó "drapetomanía, o la enfermedad que hace que los negros esclavos huyan":
En la mayoría de los casos la causa que induce al negro a huir de la servidumbre es tanto una enfermedad de la mente como cualquier otra especie de alienación mental y mucho más curable, por regla general. Con las ventajas de un consejo médico apropiado, seguido estrictamente, esta práctica problemática que muchos negros tienen de huir, puede prevenirse casi por completo, aunque los esclavos estén situados en las fronteras de un estado libre, a tiro de piedra de los abolicionistas.
Sí, la historia de la psiquiatría está repleta de ejemplos de disidentes políticos, poblaciones revoltosas u otros "indeseables sociales" a los que se tachaba de locos y se enviaba al manicomio... o algo peor.
Pero muchos se inclinarían a argumentar que eso era antes y que ahora es diferente. Seguro que la psiquiatría ya no se utiliza para reprimir la disidencia, ¿verdad?…

Los nuevos malos tiempos
…¡Claro que sí! Y no me refiero sólo a la represión psiquiátrica en una dictadura retrógrada y malvada como Rusia (aunque sin duda eso también se da).
No, una vez más es el Occidente "liberal", "ilustrado", "libre y democrático" el que lidera la militarización psiquiátrica contra las masas. E increíblemente los que empuñan esta arma psiquiátrica no tratan de ocultar el hecho, sino que han buscado activamente codificarlo en su "biblia".
Desde 1952, la Asociación Americana de Psiquiatría ha publicado el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales o DSM, como guía para la clasificación y el diagnóstico de los problemas de salud mental. Comúnmente conocido como la biblia del diagnóstico psiquiátrico, el DSM, según la propia APA, "es la clasificación estándar de los trastornos mentales utilizada por los profesionales de la salud mental en Estados Unidos y contiene un listado de criterios diagnósticos para cada trastorno psiquiátrico reconocido por el sistema sanitario estadounidense".
Los críticos llevan mucho tiempo cuestionando la influencia que ha tenido Big Pharma a la hora de presionar a la APA para que diagnostique cada vez más conductas como "anormales", con el fin de prescribir intervenciones farmacéuticas a un porcentaje cada vez mayor de la población.
Las preocupaciones sobre la influencia de Big Pharma en la creación del DSM no son triviales. En 2012 un estudio dirigido por la investigadora de la Universidad de Massachusetts-Boston Lisa Cosgrove señaló que el 69% de los miembros del grupo de trabajo del DSM-5 tenían vínculos con la industria farmacéutica, incluido el trabajo remunerado como consultores y portavoces de los fabricantes de medicamentos. En ciertos paneles, el conflicto de intereses era aún más profundo: el 83% de los miembros del panel que trabajaba en los trastornos del estado de ánimo tenía vínculos con la industria farmacéutica y el 100% (todos y cada uno de los miembros) del panel de trastornos del sueño tenía "vínculos con las empresas farmacéuticas que fabrican los medicamentos utilizados para tratar estos trastornos o con empresas que prestan servicios a la industria farmacéutica".
Si el objetivo de los miembros de este grupo de trabajo es asegurarse de que se vendan cada vez más productos farmacéuticos, entonces han tenido un éxito notable. Encuestas recientes indican que uno de cada seis adultos estadounidenses toma un medicamento psiquiátrico, como un antidepresivo o un sedante. Preocupantemente, el número de niños a los que se recetan antipsicóticos como Adderall y Ritalin ha seguido aumentando década tras década.
Pero aún más preocupante es la forma en que se ha justificado este aumento de las prescripciones de antipsicóticos: la invención de un nuevo "trastorno mental" llamado Trastorno de Oposición Desafiante.
El psicólogo clínico Bruce Levine, que ha pasado décadas dando la voz de alarma sobre las formas en que su profesión está siendo utilizada para reprimir la disidencia política legítima, explica en su libro de 2018 Resisting Illegitimate Authority:
A partir de 1980, para los niños incumplidores, que no están involucrados en ninguna práctica ilegal, la APA (en su manual de diagnóstico DSM-III) creó el diagnóstico de trastorno disruptivo "trastorno negativista desafiante" (TOD). Para el diagnóstico de TOD, un joven sólo necesita cuatro de los ocho síntomas siguientes durante seis meses: pierde los nervios con frecuencia; es susceptible o se enfada con facilidad; está enfadado y resentido con frecuencia; discute a menudo con las figuras de autoridad; desafía o se niega activamente a cumplir las peticiones de las figuras de autoridad o las normas; molesta deliberadamente a los demás; culpa a menudo a los demás de sus errores o mal comportamiento; es rencoroso o vengativo al menos dos veces en los últimos seis meses.

Levine continúa señalando que la primera línea de este asalto a la psique humana son los niños a los que se les diagnostica un trastorno mental por mostrar un comportamiento infantil previamente normal:
En 2012, la revista Archives of General Psychiatry informó de que, entre 1993 y 2009, se había multiplicado por siete el número de niños de 13 años o menos a los que se prescribían fármacos antipsicóticos, y que los trastornos del comportamiento perturbador, como el TOD y la EC, eran los diagnósticos más comunes en los niños medicados con antipsicóticos, representando el 63% de los medicados.
Pero la patologización de quienes muestran signos de "oposición desafiante" no se limita a los niños. Levine también observa, citando su propia experiencia clínica:
Entre las personas con las que he hablado que han sido diagnosticadas previamente con enfermedades psiquiátricas, me sorprende cuántas de ellas, en comparación con la población general, son esencialmente antiautoritarias. Por desgracia para ellos, los profesionales que les han diagnosticado no lo son.
Como veremos la semana que viene, el uso de la psicología como arma contra los librepensadores independientes que tienden a cuestionar la autoridad no se debe a una vaga y amorfa preocupación por un despilfarro de las grandes farmacéuticas que está perjudicando a la gente. Más bien, esta arma se está utilizando ahora contra los críticos de la agenda de bioseguridad y otros que se atreven a señalar que el emperador transhumano globalista no lleva ropa.
Pero si es cierto que el estudio de la mente se ha convertido en un arma y que esa arma se está desplegando contra los realistas de la conspiración, la pregunta obvia entonces es. . .

¿Quién cargó el arma?
En octubre de 1945 George Brock Chisholm (el hombre que llegaría a ser el primer Director General de la Organización Mundial de la Salud y presidente la Federación Mundial de Salud Mental) pronunció una conferencia increíblemente sincera en la que expuso sus planes para dirigir la profesión de la psiquiatría en una nueva y audaz dirección.
Publicada en 1946 con el título "The Reestablishment of Peacetime Psychiatry" (El restablecimiento de la psiquiatría en tiempos de paz), la conferencia incluye la proclamación de que los psiquiatras deberían encargarse de liberar por completo a la población del concepto del bien y del mal: "Si la raza ha de liberarse de su agobiante carga del bien y del mal, deben ser los psiquiatras quienes asuman la responsabilidad principal. Es un reto que hay que afrontar".
Como era de esperar, la llamada a la acción de Chisholm fue secundada por los militares británicos. El "reto" de "liberar a la raza" de la "carga paralizante del bien y del mal" fue asumido por un psiquiatra militar británico, el coronel John Rawlings Rees, primer presidente de la Federación Mundial de Salud Mental de Chisholm y presidente del infame Instituto Tavistock de 1933 a 1947.
En 1940, Rees pronunció un discurso en la reunión anual del Consejo Nacional de Higiene Mental del Reino Unido en el que expuso, en términos previsiblemente militaristas, cómo debía llevarse a cabo este ambicioso plan de reforma de la psique pública. En "Strategic Planning for Mental Health" (Planificación estratégica para la salud mental), Rees, tras afirmar que los psiquiatras del consejo "podemos destacar justificadamente nuestro punto de vista particular con respecto al desarrollo adecuado de la psique humana, aunque nuestros conocimientos sean incompletos", afirma que deben intentar que ese punto de vista "impregne todas las actividades educativas de nuestra vida nacional".


A continuación, lanza una sorprendente confesión:
Hemos hecho un ataque provechoso a una serie de profesiones. Las dos más fáciles de ellas son, naturalmente, la profesión docente y la Iglesia; las dos más difíciles son el derecho y la medicina. […] ¡Si queremos infiltrarnos en las actividades profesionales y sociales de otras personas creo que debemos imitar a los totalitarios y organizar algún tipo de actividad de quinta columna!

A continuación Rees proclama descaradamente que "el Parlamento, la Prensa y otras publicaciones son los medios más obvios para hacer llegar nuestra propaganda", antes de recordar una vez más a su auditorio la necesidad del secretismo si se quiere que este plan para influir en el desarrollo de la psique pública tenga éxito: "A mucha gente no le gusta que la 'salven', la 'cambien' o la sanen'", comenta.
Entonces, ¿qué pretendían realmente Rees y sus compañeros de viaje con su campaña de "quinta columna" para "atacar" a las profesiones y hacer propaganda entre el público? Sus verdaderas intenciones se revelan a través de su trabajo para el ejército británico (incluido el presunto envenenamiento e hipnotización de Rudolf Hess, el Führer adjunto del partido nazi, que fue capturado y retenido por los británicos durante décadas tras realizar un vuelo en solitario aún inexplicable a Escocia en 1941) y a través de su trabajo en el Instituto Tavistock, donde intentó moldear la opinión pública del Reino Unido a su gusto.

Como explicaba la revista The Campaigner en una resumen de Tavistock publicado en 1978: "El tema de todo el trabajo conocido de Rees es el desarrollo de los usos de la psiquiatría como arma de la clase dominante." Ese trabajo, detalla el artículo, incluía asesorar a los superiores de Rees sobre cómo "pueden conseguir estructurar adecuadamente la situación de un individuo o grupo estresado, inducir a la víctima o víctimas a desarrollar por sí mismas un tipo especial de 'formación de reacción' a través de la cual llegan 'democráticamente' precisamente a las actitudes y decisiones que los dictadores desearían imponerles."
En otras palabras, el trabajo de Rees se centraba en el método Problema-Reacción-Solución de control social de masas con el que los lectores de THE CORBETT REPORT estarán ya muy familiarizados. No debe sorprender, pues, saber que las investigaciones de Rees influyeron mucho en las operaciones de un joven servicio de inteligencia en ciernes que se estaba formando entonces en Estados Unidos: la Agencia Central de Inteligencia.
De hecho la CIA siempre ha estado interesada en utilizar la psiquiatría como arma para lograr el éxito en sus operaciones encubiertas. De hecho la CIA incluso anuncia abiertamente oportunidades de trabajo para psiquiatras que "ayuden a la misión de la CIA allí donde se cruza con cuestiones psiquiátricas y de comportamiento más amplias."
Pero cuando la mayoría de la gente piensa en la CIA y en la psiquiatría armada, piensa en MKUltra y en el control mental.
Como admite incluso el artículo de Wikipedia sobre el tema, el "Proyecto MKUltra" de la CIA fue "un programa ilegal de experimentación humana diseñado y llevado a cabo por la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA), destinado a desarrollar procedimientos e identificar fármacos que pudieran utilizarse en interrogatorios para debilitar a las personas y forzar confesiones mediante el lavado de cerebro y la tortura psicológica."
Hay mucho que el público todavía no sabe sobre este proyecto, sus programas precursores, el Proyecto Bluebird y el Proyecto ARTICHOKE, y las profundidades a las que se hundieron los agentes del gobierno estadounidense para descubrir formas de manipular, fundir, borrar o reprogramar la psique de los individuos. Pero lo que sabemos sobre el programa es suficientemente escalofriante.
Una serie de experimentos dirigidos por Sidney Gottlieb, consistió en administrar LSD a estadounidenses involuntarios, entre ellos enfermos mentales, presos, drogadictos y prostitutas. Esto incluía la "Operación Clímax de Medianoche", en la que hombres desprevenidos eran drogados y atraídos a pisos francos de la CIA por prostitutas en nómina de la CIA. Su actividad sexual era vigilada detrás de espejos unidireccionales y se utilizaba para estudiar el efecto del chantaje sexual y el uso de sustancias que alteran la mente en operaciones de campo.
Otro experimento, denominado MKULTRA Subproyecto 68, fue supervisado por el estimado psiquiatra Dr. Ewen Cameron. En este subproyecto el Dr. Cameron utilizó LSD, drogas paralizantes, terapia de electroshock y comas inducidos por drogas para intentar borrar los recuerdos de los pacientes y reprogramar su psique. Cuando salió a la luz, el programa fue identificado como un intento de perfeccionar los métodos de tortura médica con el fin de extraer información de fuentes no dispuestas y fue condenado. Las demandas judiciales relacionadas con la experimentación descaradamente ilegal llevada a cabo por Cameron continúan en la era actual.
Aunque el MKUltra "terminó oficialmente" tras su revelación en la década de 1970, la CIA no ha dejado de emplear psiquiatras para encontrar formas nuevas e innovadoras de atormentar psicológicamente a sus oponentes.
En mayo de 2002, Martin Seligman, influyente profesor estadounidense de psicología y ex presidente de la Asociación Estadounidense de Psicología, pronunció una conferencia en la Base Naval de San Diego explicando cómo sus investigaciones podían ayudar al personal estadounidense a (en sus propias palabras) "resistir la tortura y eludir con éxito los interrogatorios de sus captores."
Entre el centenar de asistentes a la conferencia había un entusiasta del trabajo de Selgiman: El Dr. Jim Mitchell, un militar retirado y psicólogo que había contratado los servicios de formación de la CIA. Aunque Seligman no tenía ni idea de ello en aquel momento, Mitchell fue (como sabemos ahora) uno de los arquitectos clave del programa ilegal de tortura de la CIA.
Naturalmente el interés de Mitchell en la charla de Seligman no era cómo podría aplicarse para ayudar al personal estadounidense a superar la indefensión aprendida y resistir la tortura, sino cómo podría utilizarse para inducir la indefensión aprendida en un objetivo de la CIA y potenciar la tortura. Resulta que la teoría de Mitchell (que "producir indefensión aprendida en un sujeto de interrogatorio de Al Qaeda podría garantizar que accediera a las exigencias de su captor") era falsa. Interrogadores más experimentados se opusieron en su momento, señalando que la tortura sólo induciría a un prisionero a decir lo que su captor quiere, no lo que sabe.

Lo que esos interrogadores no entendían era que extraer confesiones falsas de los prisioneros era en realidad el objetivo del programa de tortura de la CIA. Después de todo, fueron las "confesiones" obtenidas bajo tortura las que constituyeron la espina dorsal del Informe de la Comisión del 11-S, con una cuarta parte de todas las notas a pie de página del informe procedentes de testimonios de tortura.

Lo peor está por llegar…

Sí, desde los experimentos de control mental hasta los programas de tortura, pasando por el lavado de cerebro y la lobotomización, no cabe duda de que los gobiernos, los ejércitos y las agencias de inteligencia de todas las grandes naciones han dedicado considerables recursos a la militarización de la psiquiatría en el transcurso del siglo pasado.
Pero resulta que una de las técnicas más simples y fáciles para controlar la disidencia es simplemente patologizarla. Como estamos empezando a ver, el simple hecho de declarar que la resistencia al statu quo es una forma de trastorno mental puede ser una herramienta excepcionalmente poderosa para silenciar a la oposición.

THE CORBETT REPORT

https://corbettreport.substack.com/p/dissent-into-madness-the-weaponization

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