"Un proyecto de ley del estado de Washington enviará a los
opositores políticos a psiquiatría", titula recientemente
Kurt Nimmo's Substack.
El proyecto de ley en
cuestión, Washington State Legislature House Bill 1333,
"Establishing the domestic violent extremism commission"
(Creación de la comisión sobre extremismo violento doméstico),
según sus críticos "criminalizará el pensamiento y la
expresión bajo una categoría inventada de delitos llamada
'extremismo violento doméstico'" y
permitiría al fiscal general del estado "procesar
a algunas personas por
palabras y discursos, en
lugar de por actos violentos".
Aunque no
hay nada en el propio proyecto de ley que declare que los "enemigos
políticos" del Estado serán enviados a "pabellones
psiquiátricos", la idea de que psicólogos y psiquiatras puedan
ser empleados en esa "comisión de extremismo violento
doméstico" para diagnosticar a los disidentes políticos algún
tipo de trastorno mental no está excluído.
De hecho
existe una larga y preocupante historia de utilización de la
psiquiatría como arma para silenciar a quienes son declarados
enemigos del Estado. Y, lo que es aún más preocupante, los últimos
acontecimientos han demostrado que (lejos de ser una reliquia del
pasado) la patologización de la disidencia política se está
extendiendo más que nunca.
Los malos viejos
tiempos
La historia de la psicología es, en gran
medida, la historia de los castigos crueles e inusuales impuestos por
los gobernantes a los disidentes políticos.
Que la
psicología siempre ha sido una herramienta útil para que la clase
dominante la blandiera contra los disidentes puede parecer una
observación controvertida a primera vista. Pero esto es precisamente
lo que nos dicen las fuentes más importantes del establishment…
cuando hablan de los enemigos del establishment.
En 1983,
por ejemplo, al Dr. Walter Reich se le concedió un espacio
periodístico privilegiado en el periódico más importante de
Estados Unidos, The New York Times, por un extenso
reportaje sobre "El mundo de la psiquiatría soviética".
Tras informar de que el congreso de la Asociación Mundial de
Psiquiatría, celebrado en Hawai en 1977, había votado a favor de
condenar "el abuso sistemático de la psiquiatría con fines
políticos en la U.R.S.S.", Reich señala que "la
preocupación occidental por los abusos psiquiátricos en la Unión
Soviética no había hecho más que aumentar" desde la votación
en el congreso y que "los rusos corrían el riesgo de ser
suspendidos o incluso expulsados de la organización psiquiátrica
internacional".
A continuación Reich dedica la mayor
parte del resto de su artículo de 6.000 palabras a contrastar el
enfoque estadounidense de la salud mental (en el que "el
tratamiento psiquiátrico se ha vuelto lo suficientemente aceptable
durante las últimas décadas como para que las personas con
problemas emocionales lo busquen"), con el enfoque soviético
(en el que "es más probable que la necesidad de atención
psiquiátrica se considere motivo de vergüenza").
Los
soviéticos, se nos dice, habían tomado el honorable estudio de la
mente humana y lo habían convertido en un arma, transformándolo en
un instrumento de opresión política.
Durante años, los
psiquiatras soviéticos habían sido acusados en Occidente de
diagnosticar como enfermos mentales a disidentes políticos, que
sabían que estaban mentalmente sanos. Según los críticos
occidentales y los disidentes soviéticos, la K.G.B. (especialmente
después de que en 1967 se hiciera cargo de ella Yuri V. Andropov,
ahora el máximo dirigente soviético) había remitido regularmente a
disidentes a psiquiatras para que les hicieran tales diagnósticos,
con el fin de evitar juicios públicos embarazosos y desacreditar la
disidencia como producto de mentes enfermas. Una vez en los
hospitales psiquiátricos, normalmente instituciones especiales para
criminales dementes, se decía que los disidentes eran tratados con
especial crueldad; por ejemplo, se les administraban inyecciones que
provocaban abscesos, convulsiones y torpor, o se les envolvía en
lonas húmedas que se encogían fuertemente al secarse.
Para
que el lector no tenga ninguna duda sobre su mensaje, Reich lo expone
claramente más adelante en la obra: "La
experiencia de la psiquiatría soviética tiene mucho que enseñar",
nos dice, "sobre la vulnerabilidad de la psiquiatría al mal
uso dondequiera que se practique".
Sin duda Reich
no se equivoca. Los horrores del sistema psiquiátrico soviético (en
el que a los disidentes políticos se les diagnosticaba
rutinariamente "esquizofrenia lenta", los
hospitales psiquiátricos se utilizaban como prisiones temporales
durante los periodos de protesta y a los rebeldes problemáticos se
les mantenía en coma inducido médicamente o en estados
catatónicos inducidos por fármacos durante largos periodos de
tiempo) han sido bien documentados en numerosas fuentes de la
corriente dominante, tanto populares como académicas. Pero estos
horrores tuvieron su expresión más conmovedora en las palabras de
Alexander Solzhenitsyn:
El encarcelamiento
de personas sanas y librepensadoras en manicomios es un asesinato
espiritual, es una variación de la cámara de gas, incluso más
cruel; la tortura de las personas eliminadas es más malévola y más
prolongada. Al igual que las cámaras de gas, estos crímenes nunca
serán olvidados y los implicados en ellos serán condenados para
siempre durante su vida y después de su muerte.
Como
observa correctamente Reich en su informe, la patologización
soviética de la disidencia sirve de hecho como advertencia de que la
psiquiatría es vulnerable a ser mal utilizada "dondequiera que
se practique." Pero, por una curiosa coincidencia, estas
preocupaciones sólo parecen surgir cuando la psiquiatría está
siendo "mal utilizada" en países
que están en la lista de enemigos del Departamento de Estado de
EEUU.
Por lo tanto no hay escasez de fuentes que le informarán acerca de:
los abusos de los psiquiatras nazis, que formaron parte de los comités de planificación del programa de eutanasia y esterilización Aktion T4 y que dirigieron el horrible (y fallido) intento del régimen nazi de erradicar la esquizofrenia matando sistemáticamente a la población esquizofrénica de Alemania;
los abusos que los psiquiatras japoneses infligieron a sus pacientes durante e inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, que provocaron un número anormalmente elevado de muertes de pacientes;
el uso por parte del gobierno revolucionario cubano de fármacos psicotrópicos y terapia electroconvulsiva para obtener información, castigar, desmoralizar, coaccionar, someter, aterrorizar y causar daños psicológicos a quienes consideraban una amenaza para la seguridad del Estado;
… y un sinfín de ejemplos similares de abusos psiquiátricos por parte de gobiernos en guerra o en el punto de mira del gobierno estadounidense.
Sin
embargo, a menudo se excluyen de este análisis los terribles abusos
que los psiquiatras occidentales han infligido a sus pacientes en
nombre de la seguridad del Estado.
Por ejemplo, aunque los
libros de historia condenan con razón los horrores del programa nazi
de esterilización eugenésica, rara vez exploran las raíces de ese
programa. Resulta que esas raíces estaban en el Instituto
Kaiser Wilhelm de Antropología, Herencia Humana y Eugenesia,
financiado por la Fundación Rockefeller.
Es más, Ernst Rüdin (director del también financiado por la
Fundación Rockefeller Instituto Kaiser
Wilhelm de Psiquiatría y uno de los arquitectos clave
del programa eugenésico alemán) modeló la legislación eugenésica
nazi a partir de la propia "Ley Modelo de Esterilización
Eugenésica" estadounidense.
De hecho, el
primer profesor de psicología de Estados Unidos, James McKeen
Cattell, ayudó a llevar la pseudociencia eugenésica a las
costas de Estados Unidos. Tras entablar amistad con Francis
Galton, el progenitor de la eugenesia, durante un viaje a
Inglaterra en 1887, Cattell regresó a Estados Unidos entusiasmado
con la idea. Más tarde escribió una carta a Galton en la que se
jactaba: "Estamos siguiendo en América
sus consejos y su ejemplo".
Aún más
atrás en la historia, Benjamin Rush (uno de los padres
fundadores de Estados Unidos y el hombre oficialmente reconocido por
la Asociación Americana de Psiquiatría como el "padre de la
psiquiatría americana") hizo contribuciones tempranas a la
militarización de la psiquiatría inventando una serie de
trastornos mentales para patologizar la disidencia. El más
notable de estos trastornos inventados era la "anarchia"
(https://quod.lib.umich.edu/e/evans/N17140.0001.001/1:21?rgn=div1;view=fulltext
), un tipo de locura que Rush definió como "un
exceso de la pasión por la libertad", que "no
podía ser eliminado por la razón, ni refrenado por el gobierno"
y "amenazaba con hacer abortar la bondad del cielo hacia los
Estados Unidos".
¿Y qué prescribía este "padre
de la psiquiatría estadounidense" a quienes consideraba que
sufrían enfermedades mentales? Bueno, para empezar, "trataba
a sus pacientes con oscuridad, confinamiento solitario y una técnica
especial consistente en obligar al paciente a permanecer erguido
durante dos o tres días seguidos, clavándole puntas afiladas para
impedir que se durmiera, una técnica tomada de un procedimiento
británico para domar caballos". También inventó
dos dispositivos mecánicos para el tratamiento de los dementes: una
"silla tranquilizante", en la que el cuerpo del paciente
"se inmoviliza con correas en los
hombros, brazos, cintura y pies y se utiliza un aparato parecido a
una caja para confinar la cabeza", y un
"girador", "que
era una tabla horizontal en la que se ataba a los pacientes tórpidos
y se les hacía girar para estimular la circulación sanguínea".
El aprendiz de Rush,
el médico y crítico declarado de la teoría de los gérmenes Samuel
Cartwright, hizo su propia contribución a ese campo inventando un
trastorno que denominó "drapetomanía,
o la enfermedad que hace que los negros esclavos huyan":
En
la mayoría de los casos la causa que induce al negro a huir de
la servidumbre es tanto una enfermedad de la mente como
cualquier otra especie de alienación mental y mucho más curable,
por regla general. Con las ventajas de un consejo médico apropiado,
seguido estrictamente, esta práctica problemática que muchos negros
tienen de huir, puede prevenirse casi por completo, aunque los
esclavos estén situados en las fronteras de un estado libre, a tiro
de piedra de los abolicionistas.
Sí, la historia de
la psiquiatría está repleta de ejemplos de disidentes políticos,
poblaciones revoltosas u otros "indeseables sociales" a los
que se tachaba de locos y se enviaba al manicomio... o algo
peor.
Pero muchos se inclinarían a argumentar que eso era
antes y que ahora es diferente. Seguro que la psiquiatría ya no se
utiliza para reprimir la disidencia, ¿verdad?…
Los
nuevos malos tiempos
…¡Claro que sí! Y no me
refiero sólo a la represión psiquiátrica en una dictadura
retrógrada y malvada como Rusia (aunque sin duda eso también se
da).
No, una vez más es el Occidente "liberal",
"ilustrado", "libre y democrático" el que lidera
la militarización psiquiátrica contra las masas. E increíblemente
los que empuñan esta arma psiquiátrica no tratan de ocultar el
hecho, sino que han buscado activamente codificarlo en su
"biblia".
Desde 1952, la Asociación
Americana de Psiquiatría ha publicado el Manual
Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales o DSM,
como guía para la clasificación y el diagnóstico de los problemas
de salud mental. Comúnmente conocido como la biblia del diagnóstico
psiquiátrico, el DSM, según la propia APA, "es la
clasificación estándar de los trastornos mentales utilizada por los
profesionales de la salud mental en Estados Unidos y contiene un
listado de criterios diagnósticos para cada trastorno psiquiátrico
reconocido por el sistema sanitario estadounidense".
Los
críticos llevan mucho tiempo cuestionando la influencia que ha
tenido Big Pharma a la
hora de presionar a la APA para que diagnostique cada vez más
conductas como "anormales", con el fin de prescribir
intervenciones farmacéuticas a un porcentaje cada vez mayor de la
población.
Las preocupaciones sobre la influencia de Big
Pharma en la creación del DSM no son triviales. En
2012 un estudio dirigido por la investigadora de la Universidad de
Massachusetts-Boston Lisa Cosgrove señaló que el 69% de los
miembros del grupo de trabajo del DSM-5 tenían vínculos con la
industria farmacéutica, incluido el trabajo remunerado como
consultores y portavoces de los fabricantes de medicamentos. En
ciertos paneles, el conflicto de intereses era aún más profundo: el
83% de los miembros del panel que trabajaba en los trastornos del
estado de ánimo tenía vínculos con la industria farmacéutica y el
100% (todos y cada uno de los miembros) del panel de trastornos del
sueño tenía "vínculos con las empresas farmacéuticas que
fabrican los medicamentos utilizados para tratar estos trastornos o
con empresas que prestan servicios a la industria farmacéutica".
Si
el objetivo de los miembros de este grupo de trabajo es asegurarse de
que se vendan cada vez más productos farmacéuticos, entonces han
tenido un éxito notable. Encuestas recientes indican que uno de cada
seis adultos estadounidenses toma un medicamento psiquiátrico, como
un antidepresivo o un sedante. Preocupantemente, el número de niños
a los que se recetan antipsicóticos como Adderall
y Ritalin ha seguido aumentando
década tras década.
Pero aún más preocupante es la
forma en que se ha justificado este aumento de las prescripciones de
antipsicóticos: la invención de un nuevo "trastorno mental"
llamado Trastorno de Oposición
Desafiante.
El psicólogo clínico Bruce
Levine, que ha pasado décadas dando la voz de alarma sobre las
formas en que su profesión está siendo utilizada para reprimir la
disidencia política legítima, explica en su libro de 2018 Resisting
Illegitimate Authority:
A partir de 1980, para
los niños incumplidores, que no están involucrados en ninguna
práctica ilegal, la APA (en su manual de diagnóstico DSM-III) creó
el diagnóstico de trastorno disruptivo "trastorno negativista
desafiante" (TOD). Para el diagnóstico de TOD, un joven sólo
necesita cuatro de los ocho síntomas siguientes durante seis meses:
pierde los nervios con frecuencia; es susceptible o se enfada con
facilidad; está enfadado y resentido con frecuencia; discute a
menudo con las figuras de autoridad; desafía o se niega activamente
a cumplir las peticiones de las figuras de autoridad o las normas;
molesta deliberadamente a los demás; culpa a menudo a los demás de
sus errores o mal comportamiento; es rencoroso o vengativo al menos
dos veces en los últimos seis meses.
Levine continúa
señalando que la primera línea de este asalto a la psique humana
son los niños a los que se les diagnostica un trastorno mental por
mostrar un comportamiento infantil previamente normal:
En
2012, la revista Archives of General Psychiatry informó de que,
entre 1993 y 2009, se había multiplicado por siete el número de
niños de 13 años o menos a los que se prescribían fármacos
antipsicóticos, y que los trastornos del comportamiento perturbador,
como el TOD y la EC, eran los diagnósticos más comunes en los niños
medicados con antipsicóticos, representando el 63% de los
medicados.
Pero la patologización de quienes muestran
signos de "oposición desafiante" no se limita a los niños.
Levine también observa, citando su propia experiencia
clínica:
Entre las personas con las que he hablado que
han sido diagnosticadas previamente con enfermedades psiquiátricas,
me sorprende cuántas de ellas, en comparación con la población
general, son esencialmente antiautoritarias. Por desgracia para
ellos, los profesionales que les han diagnosticado no lo son.
Como
veremos la semana que viene, el uso de la psicología como arma
contra los librepensadores independientes que tienden a cuestionar la
autoridad no se debe a una vaga y amorfa preocupación por un
despilfarro de las grandes farmacéuticas que está perjudicando a la
gente. Más bien, esta arma se está utilizando ahora contra los
críticos de la agenda de bioseguridad y otros que se atreven a
señalar que el emperador transhumano globalista no lleva ropa.
Pero
si es cierto que el estudio de la mente se ha convertido en un arma y
que esa arma se está desplegando contra los realistas de la
conspiración, la pregunta obvia entonces es. . .
¿Quién
cargó el arma?
En octubre de 1945 George Brock
Chisholm (el hombre que llegaría a ser el primer Director
General de la Organización Mundial de la Salud y presidente la
Federación Mundial de Salud Mental) pronunció una conferencia
increíblemente sincera en la que expuso sus planes para dirigir la
profesión de la psiquiatría en una nueva y audaz
dirección.
Publicada en 1946 con el título "The
Reestablishment of Peacetime Psychiatry" (El
restablecimiento de la psiquiatría en tiempos de paz), la
conferencia incluye la proclamación de que los psiquiatras deberían
encargarse de liberar por completo a la población del concepto del
bien y del mal: "Si la raza ha de
liberarse de su agobiante
carga del bien y del mal,
deben ser los psiquiatras quienes asuman la responsabilidad
principal.
Es un reto que hay que afrontar".
Como era
de esperar, la llamada a la acción de Chisholm fue secundada por los
militares británicos. El "reto" de "liberar a
la raza" de la "carga paralizante del bien y del
mal" fue asumido por un psiquiatra militar británico, el
coronel John Rawlings Rees, primer presidente de la Federación
Mundial de Salud Mental de Chisholm y presidente
del infame Instituto Tavistock de 1933 a 1947.
En
1940, Rees pronunció un discurso en la reunión anual del Consejo
Nacional de Higiene Mental del Reino Unido en el que expuso, en
términos previsiblemente militaristas, cómo debía llevarse a cabo
este ambicioso plan de reforma de la
psique pública. En "Strategic Planning for
Mental Health" (Planificación estratégica para la
salud mental), Rees, tras afirmar que los psiquiatras del consejo
"podemos destacar justificadamente nuestro punto de vista
particular con respecto al desarrollo adecuado de la psique humana,
aunque nuestros conocimientos sean incompletos", afirma
que deben intentar que ese punto de vista "impregne
todas las actividades educativas de nuestra vida nacional".
A
continuación, lanza una sorprendente confesión:
Hemos
hecho un ataque provechoso
a una serie de profesiones. Las dos
más fáciles de ellas son, naturalmente, la
profesión docente y la Iglesia;
las dos más difíciles
son el derecho y la medicina.
[…] ¡Si queremos infiltrarnos en las actividades profesionales y
sociales de otras personas creo que debemos
imitar a los totalitarios
y organizar algún tipo de actividad
de quinta columna!
A continuación
Rees proclama descaradamente que "el Parlamento, la Prensa y
otras publicaciones son los medios más obvios para hacer llegar
nuestra propaganda", antes de recordar una vez más a su
auditorio la necesidad del secretismo si se quiere que este plan para
influir en el desarrollo de la psique pública tenga éxito: "A
mucha gente no le gusta que la 'salven',
la 'cambien'
o la sanen'",
comenta.
Entonces, ¿qué pretendían realmente Rees y sus
compañeros de viaje con su campaña de "quinta columna"
para "atacar" a las profesiones y hacer propaganda entre el
público? Sus verdaderas intenciones se revelan a través de su
trabajo para el ejército británico (incluido el presunto
envenenamiento e hipnotización de Rudolf Hess, el Führer adjunto
del partido nazi, que fue capturado y retenido por los británicos
durante décadas tras realizar un vuelo en solitario aún
inexplicable a Escocia en 1941) y a través de su trabajo en el
Instituto Tavistock, donde intentó moldear la opinión pública del
Reino Unido a su gusto.
Como explicaba la
revista The Campaigner en una resumen de Tavistock
publicado en 1978: "El tema de todo el trabajo conocido de
Rees es el desarrollo de los usos de
la psiquiatría como arma de la clase dominante."
Ese trabajo, detalla el artículo, incluía asesorar a los superiores
de Rees sobre cómo "pueden conseguir
estructurar adecuadamente la situación de un individuo o grupo
estresado, inducir a la víctima o víctimas a desarrollar por sí
mismas un tipo especial de 'formación de reacción' a través de la
cual llegan 'democráticamente' precisamente a las actitudes y
decisiones que los dictadores desearían imponerles."
En
otras palabras, el trabajo de Rees se centraba en el método
Problema-Reacción-Solución
de control social de masas con el que los lectores de
THE CORBETT REPORT estarán ya muy familiarizados. No debe
sorprender, pues, saber que las investigaciones de Rees influyeron
mucho en las operaciones de un joven servicio de inteligencia en
ciernes que se estaba formando entonces en Estados Unidos: la Agencia
Central de Inteligencia.
De hecho la CIA
siempre ha estado interesada en utilizar la psiquiatría como arma
para lograr el éxito en sus operaciones encubiertas. De hecho la CIA
incluso anuncia abiertamente oportunidades de trabajo para
psiquiatras que "ayuden a la misión de la CIA allí donde se
cruza con cuestiones psiquiátricas y de comportamiento más
amplias."
Pero cuando la mayoría de la gente
piensa en la CIA y en la psiquiatría armada, piensa en MKUltra
y en el control mental.
Como admite incluso el artículo
de Wikipedia sobre el tema, el "Proyecto MKUltra"
de la CIA fue "un programa ilegal de experimentación humana
diseñado y llevado a cabo por la Agencia Central de Inteligencia de
Estados Unidos (CIA), destinado a desarrollar procedimientos e
identificar fármacos que pudieran utilizarse en interrogatorios para
debilitar a las personas y forzar confesiones mediante el lavado de
cerebro y la tortura psicológica."
Hay mucho que el
público todavía no sabe sobre este proyecto, sus programas
precursores, el Proyecto Bluebird
y el Proyecto ARTICHOKE, y
las profundidades a las que se hundieron los agentes del gobierno
estadounidense para descubrir formas de manipular, fundir, borrar o
reprogramar la psique de los individuos. Pero lo que sabemos sobre el
programa es suficientemente escalofriante.
Una serie de
experimentos dirigidos por Sidney Gottlieb, consistió en
administrar LSD a estadounidenses involuntarios, entre ellos enfermos
mentales, presos, drogadictos y prostitutas. Esto incluía la
"Operación Clímax de Medianoche",
en la que hombres desprevenidos eran drogados y atraídos a pisos
francos de la CIA por prostitutas en nómina de la CIA. Su actividad
sexual era vigilada detrás de espejos unidireccionales y se
utilizaba para estudiar el efecto del chantaje sexual y el uso de
sustancias que alteran la mente en operaciones de campo.
Otro
experimento, denominado MKULTRA
Subproyecto 68, fue supervisado por el estimado
psiquiatra Dr. Ewen Cameron. En este subproyecto el Dr.
Cameron utilizó LSD, drogas paralizantes, terapia de electroshock y
comas inducidos por drogas para intentar borrar los recuerdos de los
pacientes y reprogramar su psique. Cuando salió a la luz, el
programa fue identificado como un intento de perfeccionar los métodos
de tortura médica con el fin de extraer información de fuentes no
dispuestas y fue condenado. Las demandas judiciales relacionadas con
la experimentación descaradamente ilegal llevada a cabo por Cameron
continúan en la era actual.
Aunque el MKUltra "terminó
oficialmente" tras su revelación en la década de 1970, la CIA
no ha dejado de emplear psiquiatras para encontrar formas nuevas e
innovadoras de atormentar psicológicamente a sus oponentes.
En
mayo de 2002, Martin Seligman, influyente profesor
estadounidense de psicología y ex presidente de la Asociación
Estadounidense de Psicología, pronunció una
conferencia en la Base Naval de San Diego explicando cómo sus
investigaciones podían ayudar al personal estadounidense a (en sus
propias palabras) "resistir la
tortura y eludir con éxito los interrogatorios de sus
captores."
Entre el centenar de
asistentes a la conferencia había un entusiasta del trabajo de
Selgiman: El Dr. Jim Mitchell, un militar retirado y psicólogo
que había contratado los servicios de formación de la CIA. Aunque
Seligman no tenía ni idea de ello en aquel momento, Mitchell fue
(como sabemos ahora) uno de los arquitectos clave del programa ilegal
de tortura de la CIA.
Naturalmente el interés de Mitchell
en la charla de Seligman no era cómo podría aplicarse para ayudar
al personal estadounidense a superar la indefensión aprendida y
resistir la tortura, sino cómo podría utilizarse para inducir la
indefensión aprendida en un objetivo de la CIA y potenciar la
tortura. Resulta que la teoría de Mitchell (que "producir
indefensión aprendida en un sujeto de interrogatorio de Al
Qaeda podría garantizar que
accediera a las exigencias de su captor") era falsa.
Interrogadores más experimentados se opusieron en su momento,
señalando que la tortura sólo induciría a un prisionero a decir lo
que su captor quiere, no lo que sabe.
Lo que esos
interrogadores no entendían era que extraer
confesiones falsas de los prisioneros era
en realidad el objetivo
del programa de tortura de la CIA. Después de todo,
fueron las "confesiones" obtenidas bajo tortura las que
constituyeron la espina dorsal del Informe de la Comisión del
11-S, con una cuarta parte de todas las notas a pie de página
del informe procedentes de testimonios de tortura.
Lo
peor está por llegar…
Sí, desde los
experimentos de control mental hasta los programas de tortura,
pasando por el lavado de cerebro y la lobotomización, no cabe duda
de que los gobiernos, los ejércitos y las agencias de inteligencia
de todas las grandes naciones han dedicado considerables recursos a
la militarización de la psiquiatría en el transcurso del siglo
pasado.
Pero resulta que una de las técnicas más simples
y fáciles para controlar la disidencia es simplemente patologizarla.
Como estamos empezando a ver, el simple hecho de declarar que la
resistencia al statu quo es una forma de trastorno mental puede ser
una herramienta excepcionalmente poderosa para silenciar a la
oposición.
THE CORBETT REPORT
https://corbettreport.substack.com/p/dissent-into-madness-the-weaponization
No hay comentarios:
Publicar un comentario