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sábado, 13 de mayo de 2023

James Corbett (corbettreport.com, 19 de marzo de 2023) El disenso como locura (II): los teóricos de la conspiración son declarados locos

 


En "El disenso como locura: la militarización de la psiquiatría", conté la larga y sórdida historia de cómo se ha utilizado el estudio de la mente para suprimir la oposición política y someter a segmentos rebeldes de la población, no sólo en los "estados enemigos" de la Rusia soviética, la Alemania nazi o la Cuba comunista, sino también en Inglaterra, Estados Unidos y el resto del "Occidente libre y democrático". También analicé ejemplos concretos de cómo se logró esto y di los nombres de algunas de las figuras que tuvieron algo que ver en la forja de esta arma psiquiátrica.
Con esa historia en mente, esta semana exploraré cómo se ha entrenado al público para aceptar la patologización de los disidentes más molestos, los realistas de la conspiración. También explicaré cómo ya se ha apretado el gatillo de este arma psiquiátrica y cómo está afectando a aquellos que se atreven a cuestionar los motivos de nuestros aspirantes a gobernantes.
¿Están preparados? Empecemos…

Patologizando la conspiración
Uno de los artículos más populares que se han escrito en las últimas décadas se titula "¿Por qué la gente cree en conspiraciones?".
Comienza señalando el preocupante aumento del número de personas que creen en teorías descabelladas y extravagantes sobre cómo la gente en posiciones de poder conspira para mantener su influencia y aumentar su riqueza.
El autor del artículo cita a un psicólogo que explica que las personas bienintencionadas, pero emocionalmente inestables, suelen aferrarse a estas fantasiosas teorías conspirativas porque ayudan a estas pobres almas engañadas a dar sentido al mundo y les ofrecen una sensación de control sobre un mundo incontrolable.
A continuación el artículo ofrece consejos a quienes intentan desengañar de sus ideas delirantes a quienes han caído en estas patrañas conspirativas. Ese consejo resulta ser la misma advertencia que se da a alguien que se encuentra con un animal salvaje en la selva: no se enfrente al objetivo directamente ni lo haga enojar; háblele en tonos suaves y finja escuchar lo que dice y retírese si parece que se está preparando para atacar.
Pero este artículo suele terminar con una nota positiva: si el teórico de la conspiración con el que estás hablando aún no ha perdido el contacto con la realidad, puede que sea posible convencerlo de que baje de la cornisa. Puedes crear suavemente cierta disonancia cognitiva en su mente, señalando que todas las conspiraciones que se han producido en la historia han sido expuestas por denunciantes y reportadas por periodistas y por lo tanto no existe tal cosa como una conspiración secreta. Si están en su sano juicio, esto será suficiente. Su confundido amigo verá la luz y aprenderá a confiar de nuevo en el gobierno y en la autoridad.
¿Quieres leer este artículo? ¿Quieres un enlace? Pues no tengo un enlace para ti; tengo docenas.
Verás, lo curioso de este artículo "¿Por qué la gente cree en conspiraciones?" es que no se ha escrito sólo una o dos veces. Ha sido escrito cientos de veces por cientos de periodistas diferentes y ha sido publicado por la BBC y FiveThirtyEight y Vox y la American Psychological Association y The New York Times y PsychCentral y Addiction Center y LSU y Technology Review y National Geographic y verywellmind.com y Business Insider y Psychology Today y Harvard y LiveScience y Scientific [sic] American y NBC News y The Conversation y Intelligencer y Time y The Guardian y Popular Mechanics e incluso la más prestigiosa de las instituciones periodísticas, goop.com (¡Sí, goop = patán!)
y no sólo en forma escrita. También es un vídeo que han presentado la CBC y Channel 4 y CNBC y Channel 4 (otra vez) y DNews y StarTalk y 60 Minutes y Time y DNews (otra vez) y Big Think y Al Jazeera y The Weekly y Tech Insider y Inverse y Dr. Todd Grande y euronews y CBS News y The University of Chicago.
Ah, ¿y he mencionado que también es un podcast? Bueno, lo es, y ha sido producido por Ava Lassiter y NPR y Radio Times y NPR (otra vez) y LSE y Bill Gates y NPR (una y otra vez) y The Anthill y Speaking of Psychology y NPR (una y otra vez) y Big Brains y NPR (una y otra vez).
Entonces, ¿está empezando a sopesar la hipótesis de que puede haber algún gran plan en marcha? ¿Te encuentras especulando que tal vez (sólo tal vez) podría haber un esfuerzo coordinado para patologizar a los teóricos de la conspiración con el fin de justificar su encierro en celdas acolchadas?

¿Le parece interesante que los términos "teoría de la conspiración" y "trastorno mental" quedaran unidos para siempre en el imaginario público, cuando Richard Hofstadter escribió su infame ensayo de 1964 "El estilo paranoico en la política estadounidense" en Harper's Magazine? ¿O que el pasaje más recordado de ese ensayo es aquel en el que describe el "estilo mental", detrás del movimiento político populista de su época, como propenso a la conspiración, como "estilo paranoico", porque "ninguna otra palabra evoca adecuadamente la sensación de exageración acalorada, suspicacia y fantasía conspirativa que tengo en mente"? ¿O que sus advertencias a ese "diagnóstico" (a saber, que "no estoy hablando en un sentido clínico, sino tomando prestado un término clínico para otros fines" y que "no tengo ni la competencia ni el deseo de clasificar a ninguna figura del pasado o del presente como lunáticos certificables") se hayan olvidado en gran medida?
Entonces los dinosaurios de los medios de comunicación y sus "expertos" psiquiátricos tienen un mensaje para usted: "¡Cállate, teórico de la conspiración! o te pondremos una camisa de fuerza".
¿No me crees? Pues…
Primero vinieron a por los que buscaban la verdad
Por supuesto, la idea de que los que creen en las teorías de la conspiración están mentalmente enfermos no es nueva.
No hay más que ver cómo se trataba el tema en Barney Miller, una popular comedia de televisión estadounidense de finales de los setenta que se centraba en las hazañas de un grupo de detectives en una comisaría del Departamento de Policía de Nueva York. En un episodio de 1981, un hombre es detenido por irrumpir en las oficinas de la Comisión Trilateral porque, como explica en un apasionado discurso ritmado extrañamente por risas enlatadas, "lo que en realidad están tramando es un plan para colocar a sus propios miembros leales en puestos de poder en este país; trabajar para borrar las fronteras nacionales y crear una comunidad internacional y, con el tiempo, instaurar un gobierno mundial con David Rockefeller al mando". A continuación el hombre presenta sus pruebas de esta conspiración en forma de artículos en publicaciones periódicas como Conspiracy Review y Suppressed Truth Round-up. La reacción burlona de Barney Miller (junto con la siempre presente pista de risas) es suficiente para que el espectador entienda que este ladrón (y, por implicación, cualquiera que albergue opiniones similares sobre la Comisión Trilateral u otras instituciones globalistas) es un criminal delirante que merece ser encerrado por esas creencias.
O tomemos la idea del "sombrero de papel de aluminio". Como bien explican los periodistas de Vice, el concepto de llevar un sombrero de papel de aluminio para proteger el cerebro del control mental del gobierno se introdujo en la cultura popular a través del relato de Julian Huxley de 1927, "El rey del cultivo de tejidos" (https://en.wikipedia.org/wiki/The_Tissue-Culture_King ). En el relato de Huxley se utilizan "gorros de papel de aluminio" para mitigar los efectos del experimento de hipnosis telepática de un científico loco. Desde entonces el "loco con sombrero de papel de aluminio" se ha convertido en un tropo omnipresente de la cultura pop, empleado por guionistas de televisión perezosos como una forma fácil de señalar a la audiencia que alguien sufre delirios paranoicos sobre vastas conspiraciones gubernamentales.
Por ejemplo, el asesor del presidente Lyndon Johnson, John P. Roche, escribió una carta al Times Literary Supplement que fue recogida y publicada por Time en enero de 1968. En la carta, Roche rechaza las teorías conspirativas sobre el asesinato de JFK como el evangelio de "un sacerdocio de paranoicos marginales" y declara que tales teorías son "un asalto a la cordura de la sociedad estadounidense y yo creo en su cordura fundamental".
O tomemos los diversos ejemplos de patologización de la teoría de la conspiración señalados por Lance deHaven-Smith en su clásico de nuestros días, Conspiracy Theory in America:
Al principio las teorías de la conspiración no eran objeto de burla y hostilidad. Hoy en día, sin embargo, la etiqueta de teoría de la conspiración se emplea de forma rutinaria para descartar una amplia gama de sospechas antigubernamentales como síntomas de un pensamiento deficiente similar a la superstición o a una enfermedad mental. Por ejemplo, en un enorme libro publicado en 2007 sobre el asesinato del presidente Kennedy, el ex fiscal Vincent Bugliosi afirma que las personas que dudan del informe de la Comisión Warren están "tan chifladas como un billete de tres dólares en sus creencias y paranoias". Del mismo modo, en su libro recientemente publicado Among the Truthers (Harper's, 2011), el periodista canadiense Jonathan Kay se refiere a los teóricos de la conspiración del 11-S como "paranoicos políticos" que han "perdido su control sobre el mundo real." En su popular libro Wingnuts, el periodista John Avlon se refiere a los conspiracionistas como "moonbats", "Hatriots", "wingnuts" y "Fright Wing".

Ciertamente no faltan comentaristas que perpetúan la idea de que la teoría de la conspiración es una forma de enfermedad mental. Pero no fue hasta la era del pánico de la paranoia terrorista posterior al 11-S, que acompañó al auge del Estado de Seguridad Nacional, cuando se apretó el gatillo del arma psiquiátrica.
Por supuesto, la década posterior al 11-S estuvo repleta de académicos, periodistas y tertulianos de diversas tendencias que confundían la teoría de la conspiración con la enfermedad mental, exactamente igual que había ocurrido en la era anterior al 11-S. Haciendo caso a la orden de Bush el Joven de "no tolerar en ningún caso las escandalosas teorías conspirativas sobre los atentados del 11 de septiembre", comentaristas políticos de todas las tendencias iniciaron una campaña de vitriolo contra los buscadores de la verdad sobre el 11-S, que empezó a elevar la retórica de la conspiración y la demencia a nuevas cotas.
La "broma" de Bill Maher de que los que defienden la verdad deberían "dejar de pedirme que plantee este ridículo tema en el programa y empezar a preguntar a su médico si el Paxil (paroxetina, un inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina) es adecuado para ustedes" ayudó a fertilizar el terreno para gente como el columnista del Winnipeg Sun Stephen Ripley, que entonces "diagnosticó" que los que defienden la verdad sobre el 11-S sufrían de "delirios paranoicos". Estos pronunciamientos prepararon al público para fulminar a los tertulianos de televisión, tanto de la izquierda como de la derecha del espectro político, que discutían que el "radicalismo letal de las teorías de la conspiración" es un peligro para la sociedad y que los locos de la verdad que perpetúan estos delirios deben ser tratados como terroristas en potencia.
Pero la campaña para demonizar a los buscadores de la verdad (truthers) sobre el 11-S como delincuentes psicológicamente perturbados y potencialmente violentos, a los que hay que sacar de las calles, no se ha quedado en palabras duras y retórica fuerte. Las instituciones y las autoridades han empezado ahora a intentar declarar literalmente locos a los eso truthers y a otros "teóricos de la conspiración" como forma de silenciar la disidencia política.

La locura del coronavirus
El público en general ha sido condicionado por más de medio siglo de propaganda para ver a los teóricos de la conspiración como paranoicos delirantes y potencialmente peligrosos. Muchas personas probablemente se alegrarían de que los conspiracionistas fueran internados en una institución psiquiátrica por sus teorías "chifladas". Sin duda también los que ocupan puestos de poder político se alegrarían de poder ejercer ese poder.
Sólo hay un problema para quienes esperan una redada de teóricos de la conspiración: muchos países han adoptado normas que (al menos sobre el papel) hacen imposible internar a alguien en un centro psiquiátrico sin su consentimiento, a menos que suponga un riesgo demostrable e inmediato de daño para sí mismo o para los demás. Al fin y al cabo estos países no son la Rusia soviética.
Sin embargo, como bien sabrán los lectores de estas páginas, este tipo de normas y salvaguardias sólo son fiables en la medida en que lo sea la integridad de quienes se supone que deben defenderlas y hacerlas cumplir. Y, por desgracia para nosotros, esos mismos funcionarios suelen saltárselas a la torera a instancias de los políticos poderosos.
Se podrían citar aquí muchos ejemplos de teóricos de la conspiración retenidos contra su voluntad para una evaluación psiquiátrica, pero un caso de los archivos de The Corbett Report servirá para aclarar el punto. Es el caso de Claire Swinney, una periodista neozelandesa que en 2006 fue (según sus propias palabras) "retenida en un pabellón psiquiátrico y llamada 'delirante' por decir que el 11-S fue un trabajo desde dentro". La historia de Swinney (que relató en una entrevista en The Corbett Report en 2009) es notable por varias razones. En primer lugar su estremecedor relato de la rapidez con que una serie de problemas y preocupaciones aparentemente inconexos (una serie de amenazas que había recibido por su intrépida información sobre las grandes farmacéuticas y su defensa de la verdad sobre el 11-S en la prensa neozelandesa, un ataque de insomnio, un comentario fuera de lugar que fue malinterpretado como una declaración suicida) se convirtieron en una confinamiento forzado en un pabellón psiquiátrico. En segundo lugar, está su revelación de que quienes se suponía que actuaban en su interés (un agente de policía, varios trabajadores sociales, el psiquiatra jefe del psiquiátrico) ni siquiera la escucharon cuando intentó presentar pruebas de su creencia de que el 11-S fue un trabajo desde dentro. Pero para quienes creen en las salvaguardias legales que existen para impedir el abuso del arma psiquiátrica, el hecho más preocupante de todos es que la extraordinaria experiencia de 11 días de Swinney en confinamiento psiquiátrico forzado (un confinamiento que incluía medicación forzada) se produjo en contravención directa de las propias leyes del gobierno neozelandés. De hecho no sólo la Ley de Salud Mental del país establece claramente que la reclusión psiquiátrica forzada no está permitida si se basa únicamente en las creencias políticas de una persona, sino que, como señala Swinney, el personal médico que autorizó su reclusión ni siquiera conocía esta disposición. La reclusión psiquiátrica obligatoria de una persona sin antecedentes de enfermedad mental por el mero hecho de expresar su creencia en la verdad sobre el 11-S ya es bastante chocante. El hecho de que esta detención no se produjera en Estados Unidos ni inmediatamente después de los hechos, sino en Nueva Zelanda, unos cinco años después, no tiene justificación.
Lamentablemente no se trata de un incidente aislado. A medida que nos adentramos en la era de la bioseguridad las autoridades de todo el mundo se esfuerzan por sentar el precedente de que las personas que se resisten a los dictados de las autoridades médicas pueden ser diagnosticadas como enfermas mentales, despojadas de sus credenciales profesionales e incluso detenidas.
Un ejemplo de este fenómeno, que debería resultar familiar a la audiencia de The Corbett Report, es el de la Dra. Meryl Nass. La Dra. Nass es una especialista en medicina interna con 42 años de experiencia médica a la que la Junta de Licencias Médicas, el regulador médico del estado de Maine, suspendió su licencia médica por negarse a seguir la línea aprobada por el gobierno en relación con los tratamientos con COVID-19. Increíblemente, además de suspender su licencia médica, los reguladores estatales también le ordenaron someterse a una evaluación psiquiátrica por el delito de pensamiento de no creer en la narrativa COVID del gobierno.
Sin embargo una de las historias más sorprendentes de intimidación psiquiátrica a un escéptico de COVID es la del Dr. Thomas Binder. El Dr. Binder es cardiólogo y ejerce la medicina privada en Suiza desde hace 24 años. Como Taylor Hudak informó para The Last American Vagabond a finales del año pasado, la vida del Dr. Binder dio un vuelco en 2020 cuando descubrió que no podía quedarse de brazos cruzados mientras toda la profesión médica perdía la cabeza.
En febrero de 2020, al comienzo de la crisis COVID-19, el Dr. Binder abogó por el retorno de la ética y la ciencia en el campo de la medicina. Habló en contra de las restricciones no científicas, los mandatos, las pruebas PCR defectuosas, etc., en su sitio web personal y en las redes sociales. El Dr. Binder dice que era su deber como médico informar al público de la verdad sobre el COVID-19. El jueves 9 de abril de 2020, el Dr. Binder publicó un texto en su sitio web, que proporcionaba un análisis exhaustivo de COVID-19 y las diversas medidas no científicas aplicadas en ese momento. La entrada del blog se hizo viral, recibiendo 20.000 visitas, y el Dr. Binder tenía la esperanza de que su entrada pudiera calmar al público e iniciar el fin de las restricciones y mandatos. Sin embargo el post llamó la atención de dos colegas, que alertaron al Jefe de la Policía Estatal, alegando que el Dr. Binder era una supuesta amenaza para sí mismo y para el gobierno. Dos días después, el 11 de abril de 2020, víspera del Domingo de Pascua, el Dr. Binder fue brutalmente atacado por un total de 60 policías armados, entre ellos 20 agentes de la unidad antiterrorista ARGUS de la Kantonspolizei Aargau.
Para quienes desconocen la historia de la utilización de la psiquiatría como arma de opresión política, esto es bastante incomprensible. Pero lo que sucedió a continuación casi desafía a la creencia, incluso entre aquellos de nosotros que ya estamos al tanto.
Tras estudiar las entradas del blog y los correos electrónicos de Binder, la policía determinó que no había motivos para emitir una orden de detención. No obstante enviaron al Dr. Binder para una evaluación de salud mental. Increíblemente el médico encargado de la evaluación psiquiátrica de Binder se inventó un diagnóstico de "corona-locura" y ordenó su ingreso en una unidad psiquiátrica. Tras un periodo de evaluación, a Binder se le ofreció un ultimátum: permanecer en el hospital psiquiátrico durante seis semanas o volver a casa con la condición de que tomara una medicación neuroléptica.

Canarios en la mina de carbón
Las increíbles y flagrantemente ilegales medidas adoptadas en la detención psiquiátrica forzosa de "teóricos de la conspiración" y disidentes políticos como Swinney y Binder sirven para más de un propósito. Más allá de marginar temporalmente a la persona en cuestión (tanto Swinney como Binder volvieron a su trabajo criticando las narrativas del gobierno tras su puesta en libertad) y más allá de poner en duda su reputación pública asociando para siempre sus nombres a un falso diagnóstico psiquiátrico, los que empuñan el arma psiquiátrica consiguen algo de un valor aún mayor cuando emplean tales tácticas. Es decir, las historias de estas detenciones psiquiátricas sirven de advertencia al público en general: cuando disientes en cuestiones políticas delicadas, corres el riesgo de ser encerrado en una institución psiquiátrica por tus creencias.
Desde un punto de vista racional, es totalmente inverosímil encerrar en una celda acolchada a todo aquel que suscriba una teoría de la conspiración. Incluso las fuentes del establishment admiten de buen grado que el 50% del público cree en alguna conspiración u otra, incluido el 49% de los neoyorquinos que, en 2004, afirmaron que el gobierno estadounidense "sabía de antemano que se planeaban atentados el 11 de septiembre de 2001 o en torno a esa fecha y que conscientemente no actuó" e incluido el enorme 81% de estadounidenses que declararon en 2001 que creían que había una conspiración para asesinar al presidente John F. Kennedy.

Pero por desgracia para nosotros quienes blanden este arma psiquiátrica no son racionales en absoluto. De hecho, como veremos la semana que viene, aquellos que desde el poder político pretenden diagnosticar a sus críticos con enfermedades mentales, están sufriendo ellos mismos una de las mayores psicopatologías de todas las imaginables.

THE CORBETT REPORT

https://corbettreport.substack.com/p/dissent-into-madness-crazy-conspiracy

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