En "El disenso como locura: la militarización de la
psiquiatría", conté la larga y
sórdida historia de cómo se ha utilizado el estudio de la mente
para suprimir la oposición política y
someter a segmentos rebeldes de la población, no sólo en los
"estados enemigos" de la Rusia soviética, la Alemania nazi
o la Cuba comunista, sino también en Inglaterra, Estados Unidos y
el resto del "Occidente libre y
democrático". También analicé ejemplos
concretos de cómo se logró esto y
di los nombres de algunas de las figuras que tuvieron algo que ver en
la forja de esta arma psiquiátrica.
Con esa historia en
mente, esta semana exploraré cómo se ha
entrenado al público para aceptar la patologización de los
disidentes más molestos, los realistas de la
conspiración. También explicaré cómo ya se ha apretado el gatillo
de este arma psiquiátrica y
cómo está afectando a aquellos que se atreven a cuestionar los
motivos de nuestros aspirantes a gobernantes.
¿Están
preparados? Empecemos…
Patologizando la
conspiración
Uno de los artículos más populares
que se han escrito en las últimas décadas se titula "¿Por
qué la gente cree en conspiraciones?".
Comienza
señalando el preocupante aumento del número de personas que creen
en teorías descabelladas y
extravagantes sobre cómo la gente en posiciones de poder conspira
para mantener su influencia y
aumentar su riqueza.
El autor del artículo cita a un
psicólogo que explica que las personas bienintencionadas, pero
emocionalmente inestables, suelen aferrarse a estas fantasiosas
teorías conspirativas porque ayudan a estas pobres almas engañadas
a dar sentido al mundo y
les ofrecen una sensación de control sobre un mundo
incontrolable.
A continuación el artículo ofrece
consejos a quienes intentan desengañar de sus ideas delirantes a
quienes han caído en estas patrañas conspirativas. Ese consejo
resulta ser la misma advertencia que se da a alguien que se encuentra
con un animal salvaje en la selva: no se enfrente al objetivo
directamente ni lo haga enojar; háblele en tonos suaves y
finja escuchar lo que dice y
retírese si parece que se está preparando para atacar.
Pero
este artículo suele terminar con una nota positiva: si el teórico
de la conspiración con el que estás hablando aún no ha perdido el
contacto con la realidad, puede que sea posible convencerlo de que
baje de la cornisa. Puedes crear suavemente cierta disonancia
cognitiva en su mente, señalando que todas las conspiraciones que se
han producido en la historia han sido expuestas por denunciantes y
reportadas por periodistas y
por lo tanto no existe tal cosa como una conspiración secreta. Si
están en su sano juicio, esto será suficiente. Su
confundido amigo verá la luz y
aprenderá a confiar de
nuevo en el gobierno y
en la autoridad.
¿Quieres leer este
artículo? ¿Quieres un enlace? Pues no tengo un enlace para ti;
tengo docenas.
Verás, lo curioso de este artículo "¿Por
qué la gente cree en conspiraciones?" es que no se ha escrito
sólo una o dos veces. Ha sido escrito cientos de veces por cientos
de periodistas diferentes y
ha sido publicado por la BBC y
FiveThirtyEight y
Vox y
la American Psychological Association y
The New York Times y
PsychCentral y
Addiction Center y
LSU y
Technology Review y
National Geographic y
verywellmind.com y
Business Insider y
Psychology Today y
Harvard y
LiveScience y
Scientific [sic]
American y
NBC News y
The Conversation y
Intelligencer y
Time y
The Guardian y
Popular Mechanics e incluso la más prestigiosa de las
instituciones periodísticas, goop.com (¡Sí, goop =
patán!)
y
no sólo en forma escrita. También es un vídeo que han presentado
la CBC y
Channel 4 y
CNBC y
Channel 4 (otra vez) y
DNews y
StarTalk y
60 Minutes y
Time y
DNews (otra
vez) y
Big Think y
Al Jazeera y
The Weekly y
Tech Insider y
Inverse y
Dr. Todd Grande y
euronews y
CBS News y
The University of Chicago.
Ah, ¿y
he mencionado que también es un podcast? Bueno, lo es, y
ha sido producido por Ava Lassiter y
NPR y
Radio Times y
NPR (otra
vez) y
LSE y
Bill Gates y
NPR (una
y
otra
vez) y
The Anthill y
Speaking of Psychology y
NPR (una
y
otra
vez) y
Big Brains y
NPR (una
y
otra vez).
Entonces, ¿está empezando a
sopesar la hipótesis de que puede haber algún gran plan en marcha?
¿Te encuentras especulando que tal vez (sólo tal vez) podría haber
un esfuerzo coordinado para patologizar a los teóricos de la
conspiración con el fin de justificar su encierro en celdas
acolchadas?
¿Le parece
interesante que los términos "teoría
de la conspiración" y "trastorno
mental" quedaran unidos para siempre en el
imaginario público, cuando Richard Hofstadter escribió su
infame ensayo de 1964 "El
estilo paranoico en la política estadounidense" en
Harper's Magazine? ¿O que el pasaje más recordado de ese
ensayo es aquel en el que describe el "estilo
mental", detrás del movimiento político
populista de su época, como propenso a la conspiración, como
"estilo paranoico",
porque "ninguna otra palabra evoca adecuadamente la sensación
de exageración acalorada, suspicacia y fantasía conspirativa que
tengo en mente"? ¿O que sus advertencias a ese
"diagnóstico"
(a saber, que "no estoy
hablando en un sentido clínico, sino tomando prestado
un término clínico para otros fines" y que "no
tengo ni la competencia ni el deseo de clasificar a
ninguna figura del pasado o del presente como lunáticos
certificables") se hayan olvidado en gran medida?
Entonces
los dinosaurios de los medios de comunicación y sus "expertos"
psiquiátricos tienen un mensaje para usted: "¡Cállate,
teórico de la conspiración! o te pondremos una camisa de
fuerza".
¿No me crees? Pues…
Primero
vinieron a por los que
buscaban la verdad
Por
supuesto, la idea de que los que creen en las teorías de la
conspiración están mentalmente enfermos no es nueva.
No
hay más que ver cómo se trataba el tema en Barney Miller,
una popular comedia de televisión estadounidense de finales de los
setenta que se centraba en las hazañas de un grupo de detectives en
una comisaría del Departamento de Policía de Nueva York. En un
episodio de 1981, un hombre es detenido
por irrumpir en las oficinas de la Comisión Trilateral
porque, como explica en un apasionado discurso ritmado extrañamente
por risas enlatadas, "lo que en realidad están tramando es
un plan para colocar a sus propios miembros leales en puestos de
poder en este país; trabajar para borrar las fronteras nacionales y
crear una comunidad internacional y, con el tiempo, instaurar un
gobierno mundial con David Rockefeller al mando". A
continuación el hombre presenta sus pruebas de esta conspiración en
forma de artículos en publicaciones periódicas como Conspiracy
Review y Suppressed Truth Round-up. La reacción
burlona de Barney Miller (junto con la siempre presente pista de
risas) es suficiente para que el espectador entienda que este ladrón
(y, por implicación, cualquiera que albergue opiniones similares
sobre la Comisión Trilateral u otras instituciones globalistas) es
un criminal delirante que merece ser encerrado por esas creencias.
O
tomemos la idea del "sombrero de
papel de aluminio". Como bien explican los
periodistas de Vice, el concepto de llevar un sombrero
de papel de aluminio para proteger el cerebro del control mental del
gobierno se introdujo en la cultura popular a través del relato de
Julian Huxley de 1927,
"El rey del cultivo de tejidos"
(https://en.wikipedia.org/wiki/The_Tissue-Culture_King
). En el relato de Huxley se utilizan "gorros de papel de
aluminio" para mitigar los efectos del experimento de hipnosis
telepática de un científico loco. Desde entonces el "loco con
sombrero de papel de aluminio" se ha convertido en un tropo
omnipresente de la cultura pop, empleado por guionistas de televisión
perezosos como una forma fácil de señalar a la audiencia que
alguien sufre delirios paranoicos sobre vastas conspiraciones
gubernamentales.
Por ejemplo, el asesor del presidente
Lyndon Johnson, John P. Roche, escribió una carta al
Times Literary Supplement que fue recogida y publicada
por Time en enero de 1968. En la carta, Roche rechaza
las teorías conspirativas sobre el asesinato de JFK como el
evangelio de "un sacerdocio de paranoicos marginales" y
declara que tales teorías son "un asalto a la cordura de la
sociedad estadounidense y yo creo en su cordura fundamental".
O
tomemos los diversos ejemplos de patologización de la teoría de la
conspiración señalados por Lance deHaven-Smith en su clásico
de nuestros días, Conspiracy Theory in America:
Al
principio las teorías de la conspiración no eran objeto de burla y
hostilidad. Hoy en día, sin embargo, la etiqueta de teoría de la
conspiración se emplea de forma rutinaria para descartar una amplia
gama de sospechas antigubernamentales como síntomas de un
pensamiento deficiente similar a la superstición o a una enfermedad
mental. Por ejemplo, en un enorme libro publicado en 2007 sobre el
asesinato del presidente Kennedy, el ex fiscal Vincent Bugliosi
afirma que las personas que dudan del informe de la Comisión Warren
están "tan chifladas como un billete de tres dólares en sus
creencias y paranoias". Del mismo modo, en su libro
recientemente publicado Among the Truthers (Harper's,
2011), el periodista canadiense Jonathan Kay se refiere a los
teóricos de la conspiración del 11-S como "paranoicos
políticos" que han "perdido su control sobre el
mundo real." En su popular libro Wingnuts, el
periodista John Avlon se refiere a los conspiracionistas como
"moonbats", "Hatriots", "wingnuts"
y "Fright Wing".
Ciertamente no
faltan comentaristas que perpetúan la idea de que la teoría de la
conspiración es una forma de enfermedad mental. Pero no fue hasta la
era del pánico de la paranoia terrorista posterior al 11-S, que
acompañó al auge del Estado de Seguridad Nacional, cuando se apretó
el gatillo del arma psiquiátrica.
Por supuesto, la década
posterior al 11-S estuvo repleta de académicos, periodistas y
tertulianos de diversas tendencias que confundían la teoría de la
conspiración con la enfermedad mental, exactamente igual que había
ocurrido en la era anterior al 11-S. Haciendo caso a la orden de Bush
el Joven de "no tolerar en ningún caso las
escandalosas teorías conspirativas sobre los atentados del 11 de
septiembre", comentaristas políticos de todas las
tendencias iniciaron una campaña de vitriolo contra los buscadores
de la verdad sobre el 11-S, que empezó a elevar la retórica de la
conspiración y la demencia a nuevas cotas.
La "broma"
de Bill Maher de que los que defienden la verdad deberían
"dejar de pedirme que plantee este ridículo tema en el
programa y empezar a preguntar a su médico si el Paxil (paroxetina,
un inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina) es
adecuado para ustedes" ayudó a fertilizar el terreno para
gente como el columnista del Winnipeg Sun Stephen
Ripley, que entonces "diagnosticó" que los que
defienden la verdad sobre el 11-S sufrían de "delirios
paranoicos". Estos pronunciamientos prepararon al público
para fulminar a los tertulianos de televisión, tanto de la izquierda
como de la derecha del espectro político, que discutían que el
"radicalismo letal de las teorías de la
conspiración" es un peligro para la sociedad y que los
locos de la verdad que
perpetúan estos delirios deben ser tratados como terroristas
en potencia.
Pero la campaña para
demonizar a los buscadores
de la verdad (truthers)
sobre el 11-S como delincuentes psicológicamente perturbados y
potencialmente violentos, a los que hay que sacar de las calles, no
se ha quedado en palabras duras y retórica fuerte. Las instituciones
y las autoridades han empezado ahora a intentar declarar literalmente
locos a los eso truthers y a otros "teóricos de la
conspiración" como forma de silenciar la disidencia
política.
La locura del
coronavirus
El
público en general ha sido condicionado por más de medio siglo de
propaganda para ver a los teóricos de la conspiración como
paranoicos delirantes y potencialmente peligrosos. Muchas personas
probablemente se alegrarían de que los conspiracionistas fueran
internados en una institución psiquiátrica por sus teorías
"chifladas". Sin duda también los que ocupan puestos de
poder político se alegrarían de poder ejercer ese poder.
Sólo
hay un problema para quienes esperan una redada de teóricos de la
conspiración: muchos países han adoptado normas que (al menos sobre
el papel) hacen imposible internar a alguien en un centro
psiquiátrico sin su consentimiento, a menos que suponga un riesgo
demostrable e inmediato de daño para sí mismo o para los demás. Al
fin y al cabo estos países no son la Rusia soviética.
Sin
embargo, como bien sabrán los lectores de estas páginas, este tipo
de normas y salvaguardias sólo son fiables en la medida en que lo
sea la integridad de quienes se supone que
deben defenderlas y hacerlas cumplir. Y, por desgracia
para nosotros, esos mismos funcionarios
suelen saltárselas a la torera a instancias de los políticos
poderosos.
Se podrían citar aquí muchos
ejemplos de teóricos de la conspiración retenidos contra su
voluntad para una evaluación psiquiátrica, pero un caso de los
archivos de The Corbett Report servirá para aclarar el
punto. Es el caso de Claire Swinney, una periodista
neozelandesa que en 2006 fue (según sus propias palabras) "retenida
en un pabellón psiquiátrico y llamada 'delirante' por decir que el
11-S fue un trabajo desde dentro". La historia de
Swinney (que relató en una entrevista en The Corbett Report en 2009)
es notable por varias razones. En primer
lugar su estremecedor relato de la rapidez con que una
serie de problemas y preocupaciones aparentemente inconexos (una
serie de amenazas que había recibido por su intrépida información
sobre las grandes farmacéuticas y su defensa de la verdad sobre el
11-S en la prensa neozelandesa, un ataque de insomnio, un comentario
fuera de lugar que fue malinterpretado como una declaración suicida)
se convirtieron en una confinamiento forzado en un pabellón
psiquiátrico. En segundo lugar,
está su revelación de que quienes se suponía que actuaban en su
interés (un agente de policía, varios trabajadores sociales, el
psiquiatra jefe del psiquiátrico) ni siquiera la escucharon cuando
intentó presentar pruebas de su creencia de que el 11-S fue un
trabajo desde dentro. Pero para quienes creen en las salvaguardias
legales que existen para impedir el abuso del arma psiquiátrica, el
hecho más preocupante de todos es que la extraordinaria experiencia
de 11 días de Swinney en confinamiento psiquiátrico forzado (un
confinamiento que incluía medicación forzada) se produjo en
contravención directa de las propias
leyes del gobierno neozelandés. De hecho no sólo la
Ley de Salud Mental del país establece claramente que la reclusión
psiquiátrica forzada no está permitida si se basa únicamente en
las creencias políticas de una persona, sino que, como señala
Swinney, el personal médico que autorizó su reclusión ni siquiera
conocía esta disposición. La reclusión psiquiátrica obligatoria
de una persona sin antecedentes de enfermedad mental por el mero
hecho de expresar su creencia en la verdad sobre el 11-S ya es
bastante chocante. El hecho de que esta
detención no se produjera en
Estados Unidos ni
inmediatamente después
de los hechos, sino en Nueva
Zelanda, unos cinco
años después, no tiene
justificación.
Lamentablemente no se trata de
un incidente aislado. A medida que nos adentramos en la era de la
bioseguridad las autoridades de todo el mundo se esfuerzan por sentar
el precedente de que las personas que se
resisten a los dictados de las
autoridades
médicas pueden ser
diagnosticadas como enfermas
mentales, despojadas
de sus credenciales profesionales
e incluso detenidas.
Un
ejemplo de este fenómeno, que debería resultar familiar a la
audiencia de The Corbett Report, es el de la Dra. Meryl
Nass. La Dra. Nass es una especialista en medicina interna con 42
años de experiencia médica a la que la Junta de Licencias
Médicas, el regulador médico del estado de Maine, suspendió
su licencia médica
por negarse a seguir la
línea aprobada por el gobierno
en relación con los tratamientos con COVID-19.
Increíblemente, además de suspender su licencia médica, los
reguladores estatales
también le ordenaron someterse
a una evaluación psiquiátrica
por el delito de
pensamiento de no
creer en la narrativa COVID del gobierno.
Sin
embargo una de las historias más sorprendentes de intimidación
psiquiátrica a un escéptico de COVID es la del Dr. Thomas
Binder. El Dr. Binder es cardiólogo y ejerce la medicina privada
en Suiza desde hace 24 años. Como Taylor Hudak informó para
The Last American Vagabond a finales del año pasado,
la vida del Dr. Binder dio un vuelco en 2020 cuando descubrió que no
podía quedarse de brazos cruzados mientras toda la profesión médica
perdía la cabeza.
En febrero de 2020, al comienzo de la
crisis COVID-19, el Dr. Binder abogó por
el retorno de la ética y la ciencia en el campo de la
medicina. Habló
en contra de las restricciones
no científicas, los
mandatos,
las pruebas PCR defectuosas,
etc.,
en su sitio web personal y en las redes sociales. El Dr. Binder dice
que era su deber como médico informar al público de la verdad sobre
el COVID-19. El jueves 9 de abril de
2020, el Dr. Binder publicó
un texto
en su sitio web, que proporcionaba un análisis
exhaustivo de COVID-19 y las diversas medidas no científicas
aplicadas en ese momento. La entrada del blog se hizo viral,
recibiendo 20.000 visitas, y el Dr. Binder tenía la esperanza de que
su entrada pudiera calmar al público e iniciar el fin de las
restricciones y mandatos. Sin embargo el post llamó la atención de
dos colegas, que alertaron al Jefe de la Policía Estatal, alegando
que el Dr. Binder era una supuesta amenaza para sí mismo y para el
gobierno. Dos días después, el 11 de abril de 2020, víspera del
Domingo de Pascua, el Dr. Binder fue brutalmente atacado por un total
de 60 policías armados, entre
ellos 20 agentes de la unidad antiterrorista
ARGUS de la Kantonspolizei Aargau.
Para quienes
desconocen la historia de la utilización de la psiquiatría como
arma de opresión política, esto es bastante incomprensible. Pero lo
que sucedió a continuación casi desafía a la creencia, incluso
entre aquellos de nosotros que ya estamos al tanto.
Tras
estudiar las entradas del blog y los correos electrónicos de Binder,
la policía determinó que no había motivos para emitir una orden de
detención. No obstante enviaron al Dr. Binder para una evaluación
de salud mental. Increíblemente el médico encargado de la
evaluación psiquiátrica de Binder se inventó un diagnóstico de
"corona-locura"
y ordenó su ingreso en una unidad psiquiátrica. Tras un periodo de
evaluación, a Binder se le ofreció un ultimátum: permanecer
en el hospital psiquiátrico durante seis
semanas o volver a casa con
la condición de que tomara una medicación
neuroléptica.
Canarios en la
mina de carbón
Las increíbles y flagrantemente
ilegales medidas adoptadas en la detención psiquiátrica forzosa de
"teóricos de la conspiración" y disidentes políticos
como Swinney y Binder sirven para más de un propósito. Más allá
de marginar temporalmente a la persona en cuestión (tanto Swinney
como Binder volvieron a su trabajo criticando las narrativas del
gobierno tras su puesta en libertad) y más allá de poner en duda su
reputación pública asociando para siempre sus nombres a un falso
diagnóstico psiquiátrico, los que empuñan
el arma psiquiátrica consiguen algo de un valor aún
mayor cuando emplean tales tácticas. Es decir, las historias de
estas detenciones psiquiátricas sirven
de advertencia al público en general: cuando
disientes en cuestiones políticas delicadas, corres el riesgo de ser
encerrado en una institución psiquiátrica por tus creencias.
Desde
un punto de vista racional, es totalmente inverosímil encerrar en
una celda acolchada a todo aquel que suscriba una teoría de la
conspiración. Incluso las fuentes del establishment admiten de buen
grado que el 50% del público cree en alguna conspiración u otra,
incluido el 49% de los neoyorquinos que, en 2004, afirmaron que el
gobierno estadounidense "sabía de antemano que se planeaban
atentados el 11 de septiembre de 2001 o en torno a esa fecha y que
conscientemente no actuó" e incluido el enorme 81% de
estadounidenses que declararon en 2001 que creían que había una
conspiración para asesinar al presidente John F. Kennedy.
Pero por desgracia para nosotros quienes blanden este arma psiquiátrica no son racionales en absoluto. De hecho, como veremos la semana que viene, aquellos que desde el poder político pretenden diagnosticar a sus críticos con enfermedades mentales, están sufriendo ellos mismos una de las mayores psicopatologías de todas las imaginables.
THE CORBETT REPORT
https://corbettreport.substack.com/p/dissent-into-madness-crazy-conspiracy
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