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domingo, 14 de mayo de 2023

James Corbett (corbettreport.com, 16 de abril de 2023) El disenso como locura (IV): Escapando del manicomio

 


En la serie "El disenso como locura", hemos estado explorando el nexo entre psicología y política.

En la Parte 1 de esta serie, "La militarización de la psicología", detallé el proceso por el cual la profesión psiquiátrica se ha convertido en un instrumento para reprimir y marginar a los disidentes políticos.

En la Parte 2, "Locos teóricos de la conspiración", documenté cómo esta psicología armada se ha esgrimido contra los teóricos de la conspiración, patologizando a aquellos que tratan de señalar las verdades obvias sobre acontecimientos mundiales como el 11-S y la estafemia.

En la Parte 3, "Proyecciones de los psicópatas", documenté la psicopatología de aquellos en posiciones de poder político y señalé cómo la sociedad misma está siendo deformada para reflejar la propia psique retorcida de esos psicópatas.

Por último, en la conclusión de esta semana de la serie, abordaré la cuestión más importante de todas: ¿cómo podemos escapar del manicomio construido por los psicópatas políticos?

Patocracia (gobierno de los psicopátas)

La propaganda estatista en Occidente intenta convencernos de que vivimos en una democracia, ejemplificando el famoso ideal de Abraham Lincoln de "gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo".

Pero esto oculta abuso mediante engaños (gaslighting). En realidad, vivimos en una patocracia (pathocracy) que, parafraseando a Lincoln, podría definirse como "el gobierno de los psicópatas, por los psicópatas, para los psicópatas".

Aunque "patocracia" sigue siendo un concepto extraño para muchos, ya es un fenómeno bien establecido y documentado. El término fue acuñado por Andrew Lobaczewski (un psicólogo polaco cuya vida se vio marcada por su experiencia al crecer primero bajo el yugo de la brutal ocupación nazi y luego bajo el igualmente brutal régimen soviético) en su libro Political Ponerology.

Lobaczewski define la patocracia como un sistema de gobierno "en el que una pequeña minoría de psicópatas toma el control de una sociedad de gente normal". A continuación, en un capítulo de la Ponerología Política dedicado al tema, describe cómo se desarrollan las patocracias, cómo consolidan el poder y cómo engañan, engatusan, intimidan e inducen de cualquier otro modo a los no psicópatas a participar en su locura.

¿Cómo puede superarse la aversión natural de los soldados a apretar el gatillo contra completos desconocidos? ¿Cómo pueden los médicos, que han jurado no hacer daño, participar en la locura fraudulenta de los últimos años? ¿Cómo se puede inducir a policías normales y corrientes, de clase trabajadora, a golpear brutalmente a manifestantes pacíficos? Estas son las preguntas que mantienen en vela tanto a los patócratas en el poder como a los que buscan escapar de la patocracia, aunque por razones muy diferentes.

Afortunadamente no tenemos que reflexionar sobre estas cuestiones en el vacío. De hecho, las condiciones para crear un entorno en el que una persona normal puede ser inducida a participar en actos malvados han sido estudiadas, catalogadas y debatidas por psicólogos durante casi un siglo. No es sorprendente, sin embargo, que esta investigación, aparentemente destinada a comprender mejor cómo las personas pueden protegerse contra tal manipulación, haya sido utilizada como arma por los patócratas y utilizada para perfeccionar la creación de sistemas para volver más obedientes a los seguidores del orden. De hecho, este era en parte el objetivo de los conocidos pero casi totalmente malinterpretados experimentos de Milgram (de los que hablaremos más adelante).

Llegados a este punto de nuestra exploración, por fin empezamos a comprender en toda su magnitud el problema que plantean los psicópatas en posiciones de poder político, empresarial y financiero. El problema no es sólo que la psicología se ha convertido en un arma contra aquellos de nosotros que participan en la disidencia política. El problema no es simplemente que este sistema para suprimir y patologizar la disidencia haya sido creado por gentes literalmente psicópatas y sus lacayos sociópatas. El problema es que el propio Estado es psicópata y está deformando activamente la moral de individuos mentalmente sanos, haciendo que adopten rasgos psicopáticos a cambio de recompensas materiales y posiciones de autoridad. Ese es el problema de la patocracia.

Una vez que nos damos cuenta de la gravedad de esta situación, se nos plantea una pregunta obvia: ¿podemos librarnos del yugo de los psicópatas políticos y derrocar su patocracia? Como de costumbre, la calidad de nuestra respuesta a esta pregunta depende directamente de la profundidad de nuestra comprensión del problema subyacente.

Por ejemplo, recientemente en la sección de comentarios de The Corbett Report, el suscriptor aka TruthSeeker enmarcó el problema de derrocar la patocracia de esta manera: "quizá podamos encontrar la manera de eliminar a los psicópatas de todos los puestos de poder". A primera vista esta sugerencia parece una línea de acción razonable. Después de todo, si pudiéramos encontrar una manera de "eliminar a los psicópatas de todos los puestos de poder", eso resolvería automáticamente el problema de la psicopatía política, ¿no? Pero, como señaló G. Jinping, también suscriptor de The Corbett Report, en su respuesta a TruthSeeker:

Tendremos que idear una solución (para sacar a los psicópatas del poder) que tenga en cuenta que el número dos, el número tres, etc. … son probablemente también psicópatas que están en una etapa previa a su ascenso a la cima. Tal vez podríamos elegir nombres al azar de la guía telefónica, ¡si todavía tuviéramos guías telefónicas! En serio, se trata de un problema insoluble, que sólo puede abordarse con la descentralización del poder. No espero que eso ocurra pronto. De hecho, como bien observa G. Jinping, el problema es más profundo de lo que muchos están dispuestos a creer.

La propuesta de TruthSeeker sólo sería viable si hubiera unos pocos psicópatas aislados que hubieran ascendido a puestos de poder político. Pero si de hecho hay muchos psicópatas que compiten entre sí por el control político, entonces tenemos que entender que eliminar a los psicópatas políticos actuales, simplemente abriría la puerta a que otros ocuparan esos puestos vacantes. Peor aún, dada la naturaleza psicopática de la estructura de poder tal y como existe, el propio sistema garantiza que los psicópatas y sociópatas, que por definición no muestran remordimientos ni escrúpulos morales a la hora de hacer daño a los demás, acaben ganando la feroz batalla por ocupar los puestos más altos de la jerarquía política.

Sólo cuando damos un paso atrás e interrogamos al sistema político en su conjunto podemos apreciar que la propia existencia de esos escaños de poder, desde los que un puñado de individuos puede gobernar sobre las masas, es en sí misma una construcción de la patocracia. A menos y hasta que esos puestos de poder sean eliminados por completo, nunca nos libraremos de la lucha por el dominio que recompensa a los psicópatas con el control sobre los demás. La eliminación de esos puestos de poder, sin embargo, no ocurrirá hasta que derroquemos el supuesto subyacente de que ante todo la centralización del poder es necesaria. Y lamentablemente, como bien observa G. Jinping, dado el estado relativamente infantil del desarrollo político de la humanidad, no deberíamos esperar que el Anillo del Poder sea arrojado a las llamas del Monte del Destino en breve.

Así que, para aquellos de nosotros, individuos moralmente sanos, que actualmente vivimos bajo el gobierno de los psicópatas, la pregunta sigue siendo: ¿qué podemos hacer para derrocar la patocracia? Resulta que la respuesta a esa pregunta puede ser mucho más sencilla de lo que pensamos.

Cortacircuitos

En la década de 1960 el psicólogo Stanley Milgram se propuso estudiar hasta qué punto la obediencia ciega de las personas a la autoridad percibida influye en su comportamiento. Con este objetivo Milgram comenzó su siniestro estudio de la obediencia, el 7 de agosto de 1961.

Los resultados de estos experimentos, bien conocidos por el público en general, demuestran que se puede inducir a personas normales y corrientes a administrar descargas eléctricas potencialmente mortales a completos desconocidos, sólo porque lo diga una figura de autoridad. Este hallazgo se suele resumir con el hecho de que la friolera del 65% de los participantes en el estudio original de 40 personas estaban dispuestos a administrar una descarga de 450 voltios (lo que se les hizo creer que podía ser una descarga potencialmente letal) a una persona visiblemente angustiada, sin más justificación que la indicación de una persona con bata de laboratorio y un sujetapapeles.

Los experimentos de Milgram, uno de los estudios psicológicos más famosos del siglo XX, han generado un sinfín de debates, controversias y escrutinios. Los críticos de los experimentos, promovidos por la NPR (National Public Radio), que sostienen que la mayoría de los participantes en el estudio sabían que la situación era falsa y que desobedecieron incluso más a menudo de lo que se dijo, se enfrentan a menudo a los defensores del experimento, que señalan correctamente que las impactantes conclusiones de los experimentos se han reproducido de forma independiente una y otra vez en países de todo el mundo. En una reproducción especialmente retorcida, los investigadores incluso intentaron asegurarse de que ningún sujeto sospechara que el experimento era falso, administrando descargas eléctricas reales a simpáticos cachorros.

Sin embargo lo que casi todo el mundo pasa por alto de los experimentos de Milgram es que no se trataba de un experimento que se realizara una sola vez con un grupo de 40 participantes para obtener un resultado final. De hecho Milgram realizó el experimento un total de 17 veces con 17 grupos distintos de 40 a 60 sujetos de prueba y en cada repetición del estudio empleó un conjunto de variaciones experimentales.

En una variación cambió el lugar del estudio, del campus de la Universidad de Yale a un edificio de oficinas en ruinas. En otra variante los sujetos podían dar instrucciones a un ayudante para que les diera las descargas, en lugar de pulsar el interruptor ellos mismos. En otra variante el actor con bata de laboratorio, que hacía de "experimentador", fue llamado por motivos de trabajo y sustituido por un hombre normal vestido de traje de calle. Y en otra variante más el sujeto de la prueba se veía obligado a esperar a que otro actor se convirtiera en "profesor" y realizara el experimento antes de asumir él mismo el papel.

Cada variación produjo resultados muy diferentes. Por ejemplo, cuando el sujeto de pruebas podía dar instrucciones a otra persona para que le diera las descargas, en lugar de hacerlo él mismo, el porcentaje de participantes dispuestos a dar la descarga máxima (supuestamente potencialmente letal) ascendía a un increíble 92,5%. Cuando el experimento tuvo lugar en un edificio de oficinas, en lugar de en el campus de Yale, el número de participantes dispuestos a administrar la descarga máxima descendió al 48%. Y cuando el sujeto de la prueba veía a otras personas asumir el papel de "profesor" antes que él y observaba que se negaban a obedecer la orden del experimentador de administrar las descargas, la disposición de ese sujeto a administrar la descarga máxima caía en picado hasta el 10%. Permítanme decirlo de otro modo para los que se atascan al pensar. Cuando el sujeto de prueba veía que alguien desobedecía al experimentador, él mismo se negaba a seguir adelante con el experimento el 90% de las veces. Esta es la sorprendente conclusión que ha sido borrada de la mayoría de los relatos de los experimentos de Milgram: la desobediencia, una vez modelada, se convierte en una opción en la mente del público.

Es crucial comprender este punto porque, exactamente como Étienne de La Boétie señaló hace casi 500 años, un pequeño grupo de tiranos, por muy psicopáticamente amenazadores que sean, son incapaces de administrar una tiranía por sí solos. Requieren la participación activa de un número mucho mayor de obedientes cumplidores de órdenes. De hecho, es importante tomar conciencia del hecho de que ninguno de los peores excesos de la patocracia en los últimos tiempos habría sido posible sin la participación activa de vastas franjas de la población. Los llamados "mandatos" de las vacunas no fueron logrados por un psicópata en una posición de autoridad política, ni siquiera por un grupo de psicópatas. Fueron facilitados por los médicos que participaron en las campañas de vacunación en contra de su propia experiencia, juicio y formación, los empresarios que impusieron requisitos de vacunación a sus empleados, los propietarios de negocios que implementaron controles de certificados de vacunación en sus locales, los agentes de policía que encerraron a los no vacunados a centros de cuarentena, los trabajadores que mantuvieron esos centros de cuarentena en funcionamiento, los jueces y abogados que secundaron todas estas acciones, etc.

Lo mismo vale para cualquier cantidad de abusos patocráticos a los que hemos sido sometidos en los últimos años. Estos programas sólo pueden llevarse a cabo cuando la mayoría del pueblo acata sus órdenes y cumple así su papel en la operación. Al igual que en la época de La Boétie, nuestra servidumbre a la patocracia es, en gran medida, una servidumbre voluntaria nacida de la obediencia. Combinando la visión de La Boétie con los resultados experimentales menos conocidos de Milgram, encontramos un modelo para derrotar a la patocracia: actos de desobediencia muy visibles.

Pero ¿es esto cierto? ¿Puede un solo acto de desobediencia derribar realmente una patocracia? Una vez más no tenemos que especular sobre esta posibilidad en el vacío. Gracias a las maravillas de la tecnología moderna, podemos ver una grabación de un acontecimiento de este tipo en tiempo real.

El 21 de diciembre de 1989, el dictador rumano Nicolae Ceaușescu tomó la Plaza del Palacio para dirigirse al pueblo rumano. Al principio el discurso fue como todos los que había pronunciado a lo largo de los años. Habló de los éxitos de la revolución socialista rumana y cantó las alabanzas de la "sociedad socialista multilateralmente desarrollada" que había surgido bajo su brutal reinado. Pero entonces ocurrió algo extraordinario. Alguien abucheó. El abucheo fue recogido por otros y se convirtió en abucheo generalizado. La multitud coreó "¡Timișoara!", en referencia a la masacre de disidentes políticos perpetrada días antes por las fuerzas de seguridad de Ceaușescu. El dictador, poco acostumbrado a cualquier signo de disidencia por parte de la población, sobre la que había gobernado tan brutalmente durante décadas, llamó al orden. Su esposa pidió silencio a la multitud, lo que provocó que Ceaușescu la mandara callar… y luego intentó continuar con su discurso. Pero los abucheos comenzaron de nuevo. Las imágenes del incidente, incluida la mirada de confusión de Ceaușescu al darse cuenta de que la multitud se había vuelto contra él y que la amenaza de violencia no era suficiente para dominarla, no tienen precio. Ese es el momento, grabado para la posteridad, en que el tirano se da cuenta de que el pueblo ha rechazado su tiranía. El resto de la historia (las revueltas y los disturbios, el intento de fuga de Ceaușescu y su esposa, su captura por militares desertores y su ejecución el día de Navidad) tiene su origen en ese preciso momento en el que una persona de la multitud simplemente expresó lo que el resto de la multitud sentía. Este es el disyuntor. Diciendo no a la autoridad ilegítima, resistiendo a matones y tiranos, desobedeciendo órdenes inmorales, negándonos a cumplir mandatos y exigencias injustos, facilitamos que quienes nos rodean defiendan lo que ellos también saben que es correcto.

Pero espera, la cosa se pone aún mejor…

Escapar del manicomio

Primero las buenas noticias: las patocracias son intrínsecamente inestables y están condenadas en algún momento a caer por su propio peso. De hecho, como señala Lobaczewski en su análisis del fenómeno, las patocracias, por su propia naturaleza, poseen numerosas debilidades que hacen inevitable su caída. Requieren, por ejemplo, que los puestos administrativos clave no se cubran encontrando a los hombres y mujeres más competentes entre el público en general y ascendiéndolos en función de su capacidad y méritos, sino reclutando a los lacayos más rastreros entre un grupo mucho más reducido de psicópatas y sociópatas. Esto conduce a un desfile aparentemente interminable de idiotas de baja calidad y de imbéciles insensatos e insensibles, que acaban ocupando puestos de poder, lo que degrada enormemente la eficacia y la estabilidad del Estado patocrático.

Los patócratas, como todos los psicópatas, también viven con un miedo mortal a ser descubiertos como tarados. Los estudiosos de la psicopatía llevan mucho tiempo señalando que la máscara de la cordura (la capacidad del psicópata de ocultar su defecto moral a los demás) es increíblemente importante para ellos. Después de todo, una vez identificados los psicópatas pueden ser efectivamente rechazados y "eliminados" de las posiciones de poder, como TruthSeeker sugiere más arriba. Así Lobaczewski escribe:

La gente normal aprende poco a poco a percibir los puntos débiles de tal sistema y a utilizar las posibilidades de una organización más conveniente de sus vidas. Empiezan a aconsejarse mutuamente en estas cuestiones, regenerando así lentamente los sentimientos de vínculos sociales y confianza recíproca. Se produce un nuevo fenómeno: la separación entre los patócratas y la sociedad de la gente normal. Estos últimos cuentan con la ventaja del talento, las aptitudes profesionales y un sano sentido común.

A continuación una noticia aún mejor: si es cierto que los psicópatas pueden crear una sociedad psicopática, que convierte a las personas en sociópatas, lo contrario también es cierto. Los seres humanos sanos, no tarados, con amor, empatía y compasión, pueden crear una sociedad que saque a relucir el mejor lado de la naturaleza humana. Este es el verdadero objetivo de las antiguas víctimas de los patócratas. No eliminar a los psicópatas políticos y asumir sus posiciones de poder en el sistema político psicopático que crearon, ni siquiera abolir ese sistema por completo, sino imaginar un mundo en el que la compasión, la cooperación, el amor y la empatía no sólo se fomenten, sino que se recompensen activamente. Un mundo en el que cada persona pueda llegar a dar lo mejor de sí misma.

Depende de cada uno de nosotros modelar aquello que deseamos encontrar en el mundo. Al igual que el valiente disidente, que puede romper el circuito de la tiranía expresando su oposición al tirano, nosotros también podemos convertirnos en modelos de amor, comprensión y compasión que motiven a otros a hacer lo mismo. Después de todo, si los psicópatas se han pasado siglos militarizando la psicología para controlarnos más eficazmente, ¿no podemos nosotros esgrimir nuestra comprensión de la naturaleza humana para algo bueno? ¿Y no es eso a lo que dedicarían su tiempo y sus recursos los individuos sanos y no psicópatas que forman una sociedad sana y no psicópata?

THE CORBETT REPORT

https://corbettreport.substack.com/p/dissent-into-madness-escaping-the

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