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jueves, 4 de mayo de 2023

James Corbett (21 de febrero de 2016) La conspiración de la Primera Guerra Mundial – TERCERA PARTE PARTE – UN NUEVO ORDEN MUNDIAL

 


Una semana de lluvia, viento y niebla espesa a lo largo del Frente Occidental finalmente se interrumpe y por un momento se hace el silencio en las colinas al norte de Verdún. Ese silencio se rompe a las 7:15 de la mañana, cuando los alemanes lanzan una descarga de artillería que anuncia el comienzo de la mayor batalla que el mundo haya visto jamás.

"Miles de proyectiles vuelan en todas direcciones, algunos silbando, otros aullando, otros gimiendo a baja altura y todos los sonidos uniéndose en un rugido infernal. De vez en cuando pasa un obús por el aire, haciendo un ruido como el de un gigantesco automóvil. Con un tremendo estruendo, un proyectil gigante estalla muy cerca de nuestro puesto de observación, rompiendo el cable telefónico e interrumpiendo toda comunicación con nuestras baterías. Un hombre sale inmediatamente a reparar el daño, arrastrándose sobre su estómago a través de todo este lugar de minas y proyectiles que estallan. Parece imposible que pueda escapar de la lluvia de bombas, que supera todo lo imaginable; nunca ha habido tal bombardeo en la guerra. Nuestro hombre parece estar envuelto en las explosiones y se refugia de vez en cuando en los cráteres de los proyectiles que agujerean el suelo; finalmente llega a un lugar menos expuesto, repara sus cables y luego, como sería una locura intentar volver, se instala en un gran cráter y espera a que pase la tormenta.

Más allá, en el valle, masas oscuras se mueven sobre el suelo cubierto de nieve. Es la infantería alemana que avanza en formación compacta a lo largo del terreno del ataque. Parecen una gran alfombra gris que se desenrolla sobre el territorio. Llamamos por teléfono a las baterías y comienza el baile. La vista es infernal. A lo lejos, en el valle y en las laderas, los regimientos se despliegan y, a medida que se despliegan, llegan tropas frescas. Se oye un silbido sobre nuestras cabezas. Es nuestro primer proyectil. Cae justo en medio de la infantería enemiga. Llamamos por teléfono, informando a nuestras baterías de su impacto y un diluvio de proyectiles pesados cae sobre el enemigo. Su posición se vuelve crítica. A través de los cristales podemos ver hombres enloquecidos, hombres cubiertos de tierra y sangre, cayendo unos sobre otros. Cuando la primera oleada del asalto es diezmada, el suelo está salpicado de montones de cadáveres, pero la segunda oleada ya está empujando".

El relato de este anónimo oficial de Estado Mayor francés sobre la ofensiva de artillería que inició la batalla de Verdún (que narra la escena en la que un heroico oficial de comunicaciones francés repara la línea telefónica con las baterías de artillería francesas, permitiendo un contraataque contra la primera oleada de infantería alemana) aporta una dimensión humana a un conflicto que escapa a la comprensión humana. Sólo la salva inicial de esa descarga de artillería -(en la que participaron 1.400 cañones de todos los tamaños) arrojó la asombrosa cifra de 2,5 millones de proyectiles sobre un frente de 10 kilómetros cerca de Verdún, en el noreste de Francia, durante cinco días de carnicería casi ininterrumpida, convirtiendo una campiña por lo demás adormecida en una pesadilla apocalíptica de agujeros de obús, cráteres, árboles arrancados y pueblos en ruinas.

Cuando la batalla terminó, 10 meses más tarde, había ocasionado un millón de bajas. Un millón de historias de valentía rutinaria, como la del oficial de comunicaciones francés. Y Verdún no fue ni mucho menos la única señal de que la versión majestuosa y aséptica de la guerra del siglo XIX era cosa del pasado. Carnicerías similares tuvieron lugar en el Somme, en Gallipoli, en Vimy Ridge, en Galitzia y en otros cientos de campos de batalla. Una y otra vez los generales metían a sus hombres en picadoras de carne y una y otra vez los cadáveres yacían esparcidos en medio de esa carnicería.

Pero, ¿cómo se produjo tal derramamiento de sangre? ¿Con qué fin? ¿Qué significó la Primera Guerra Mundial?

La explicación más sencilla es que la mecanización de los ejércitos del siglo XX había cambiado la propia lógica de la guerra. En esta lectura de la historia, los horrores de la Primera Guerra Mundial fueron el resultado de la lógica dictada por la tecnología con la que se luchó.

Era la lógica de los cañones de asedio que bombardeaban al enemigo a más de 100 kilómetros de distancia. Fue la lógica del gas venenoso, encabezado por Bayer y su Escuela de Guerra Química de Leverkusen. Fue la lógica del tanque, el avión, la ametralladora y todos los demás instrumentos mecanizados de destrucción que hicieron de la matanza masiva un hecho cotidiano de la guerra.

Pero ésta es sólo una respuesta parcial. En esta "Gran Guerra" no sólo intervino la tecnología. La estrategia militar y las batallas con millones de bajas no fueron las únicas formas en que la Primera Guerra Mundial cambió el mundo para siempre. Al igual que el inimaginable asalto de artillería de Verdún, la Primera Guerra Mundial desgarró todas las realidades del Viejo Mundo, dejando a su paso un páramo humeante. Un páramo que podría convertirse en un Nuevo Orden Mundial.

Para los aspirantes a ingenieros sociales, la guerra (con todos los horrores que conlleva) era la forma más fácil de demoler las viejas tradiciones y creencias que se interponían entre ellos y sus objetivos. Cecil Rhodes y su camarilla inicial de conspiradores lo reconocieron muy pronto. Como hemos visto, fue menos de una década después de la fundación de la sociedad de Cecil Rhodes para lograr la "paz del mundo" que esa visión fue modificada para incluir la guerra en Sudáfrica y, luego, modificada de nuevo, para incluir involucrar al Imperio Británico en una guerra mundial. Muchos otros se convirtieron en participantes voluntarios en esa conspiración, porque ellos también podían beneficiarse de la destrucción y el derramamiento de sangre.

Y la forma más fácil de entender esta idea es en su nivel más literal: el beneficio.

La guerra es un negocio. Siempre lo ha sido. Es posiblemente el más antiguo, sin duda el más rentable y seguramente el más cruel. Es el único de alcance internacional. Es el único en el que los beneficios se calculan en dólares y las pérdidas en vidas.

Creo que la mejor manera de describir un chanchullo es como algo que no es lo que parece a la mayoría de la gente.
Sólo un pequeño grupo, una "élite" encubierta sabe de qué se trata. Se lleva a cabo en beneficio de muy pocos y a expensas de muchos. Con la guerra, unos pocos hacen grandes fortunas.

En la Primera Guerra Mundial, un puñado obtuvo los beneficios del conflicto.
Al menos 21.000 nuevos millonarios y multimillonarios se hicieron en Estados Unidos durante la Guerra Mundial. Tantos dejaron constancia de sus enormes ganancias de sangre en sus declaraciones de la renta. Cuántos otros millonarios de guerra falsificaron sus declaraciones de la renta, nadie lo sabe.

¿Cuántos de estos millonarios de guerra empuñaron un fusil? ¿Cuántos de ellos cavaron una trinchera? ¿Cuántos de ellos sabían lo que era pasar hambre en una trinchera infestada de ratas? ¿Cuántos de ellos pasaron noches en vela, asustados, esquivando proyectiles, metralla y balas de ametralladora? ¿Cuántos de ellos rechazaron la bayoneta de un enemigo? ¿Cuántos de ellos resultaron heridos o murieron en combate? 
-Mayor General Smedley Butler

Siendo el marine más condecorado de la historia de los Estados Unidos en el momento de su muerte, Smedley Butler sabía de lo que hablaba. Habiendo sido testigo de la aparición de esas decenas de miles de "nuevos millonarios y multimillonarios" a partir de la sangre de sus compañeros soldados, su famoso grito de guerra, War Is A Racket (La guerra es un chanchullo), ha resonado entre el público desde que empezó (en sus propias y memorables palabras) "a intentar educar a los soldados para que dejen de ser una masa de memos".

De hecho la especulación bélica en Wall Street comenzó incluso antes de que Estados Unidos se uniera a la guerra. Aunque, como señaló Thomas Lamont, socio de J.P. Morgan, al estallar la guerra en Europa, "se instó a los ciudadanos estadounidenses a permanecer activamente neutrales, de palabra e incluso de pensamiento, nuestra empresa nunca había sido neutral ni por un momento; no sabíamos cómo serlo. Desde el principio hicimos todo lo que pudimos para contribuir a la causa de los Aliados". Cualesquiera que fueran las lealtades personales que pudieran haber motivado a los directores del banco, se trataba de una política que iba a reportar al banco Morgan unos dividendos con los que ni el más ambicioso de los banqueros podría haber soñado antes de que comenzara la guerra.

El propio John Pierpont Morgan murió en 1913 (antes de que se aprobara la Ley de la Reserva Federal, que él había promovido antes de que estallara la guerra en Europa), pero la Casa Morgan se mantuvo fuerte, con el banco Morgan, bajo la dirección de su hijo, John Pierpont Morgan Jr., manteniendo su posición como potencia financiera preeminente en Estados Unidos. El joven Morgan actuó con rapidez para aprovechar las conexiones de su familia con la comunidad bancaria londinense y el banco Morgan firmó su primer acuerdo comercial con el Consejo del Ejército Británico en enero de 1915, apenas cuatro meses después de iniciada la guerra.

Ese contrato inicial (una compra de caballos por valor de 12 millones de dólares para el esfuerzo bélico británico, que sería intermediada en Estados Unidos por la Casa Morgan) fue sólo el principio. Al final de la guerra el banco Morgan había intermediado en transacciones por valor de 3.000 millones de dólares para el ejército británico, lo que equivalía a casi la mitad de todos los suministros estadounidenses vendidos a los Aliados en toda la guerra. Mediante acuerdos similares con los gobiernos francés, ruso, italiano y canadiense, el banco negoció miles de millones más en suministros para el esfuerzo bélico aliado.

Pero este juego de financiación de la guerra no estaba exento de riesgos. Si las potencias aliadas perdían la guerra, el banco Morgan y los demás grandes bancos de Wall Street perderían los intereses de todo el crédito que les habían concedido. En 1917 la situación era desesperada. El saldo deudor del gobierno británico con Morgan ascendía a más de 400 millones de dólares y no estaba claro que fueran a ganar la guerra y mucho menos que estuvieran en condiciones de pagar todas sus deudas cuando terminara la contienda.

En abril de 1917, sólo ocho días después de que Estados Unidos declarara la guerra a Alemania, el Congreso aprobó la Ley de Préstamos de Guerra, por la que se concedía un crédito de 1.000 millones de dólares a los Aliados. El primer pago, de 200 millones de dólares, fue a parar a los británicos y toda la cantidad se entregó inmediatamente a Morgan como pago parcial de la deuda de los británicos con el banco. Pocos días después, el gobierno francés recibió 100 millones de dólares, que también fueron ingresados a las arcas de Morgan. Pero las deudas siguieron aumentando y a lo largo de 1917 y 1918 el Tesoro de EEUU (ayudado por el miembro de la Sociedad de Peregrinos y declarado anglófilo Benjamin Strong, presidente de la recién creada Reserva Federal) pagó silenciosamente las deudas de guerra de las potencias aliadas a J.P. Morgan.

DOCHERTY: Lo que creo que es interesante es también el punto de vista de los banqueros aquí. Estados Unidos estaba profundamente involucrado en la financiación de la guerra. Había tanto dinero que en realidad sólo podría ser reembolsado siempre y cuando Gran Bretaña y Francia ganaran. Pero si hubieran perdido, la pérdida en el principal mercado de la bolsa financiera estadounidense (sus grandes gigantes industriales) habría sido terrible. Así que Estados Unidos estaba profundamente implicado. No el pueblo, como siempre. No el ciudadano de a pie que se preocupa. Pero el establecimiento financiero que había, si se quiere, tratado todo el asunto como lo harían con un casino y había puesto todo el dinero en un extremo del tablero, necesitaba ganar la apuesta. Así que todo esto está pasando. Quiero decir, personalmente creo que el pueblo estadounidense no se da cuenta de hasta qué punto fueron engañados por sus Carnegies, sus J.P. Morgans, sus grandes banqueros, sus Rockefellers, por los multimultimillonarios que surgieron de esa guerra. Porque ellos fueron los que obtuvieron los beneficios, no aquellos que perdieron a sus hijos, perdieron a sus nietos, cuyas vidas quedaron arruinadas para siempre por la guerra.

Después de que Estados Unidos entrara oficialmente en la guerra, los buenos tiempos para los banqueros de Wall Street mejoraron aún más. Bernard Baruch, el poderoso financiero que condujo personalmente a Woodrow Wilson a la sede del Partido Demócrata en Nueva York, "como un caniche atado a una cuerda", para recibir las instrucciones pertinentes durante las elecciones de 1912, fue nombrado para dirigir la recién creada "Junta de Industrias de Guerra".

Con la histeria bélica en su punto álgido, Baruch y los demás financieros e industriales de Wall Street, que formaban parte de la junta, recibieron poderes sin precedentes sobre la fabricación y la producción en toda la economía estadounidense, incluida la capacidad de establecer cuotas, fijar precios, estandarizar productos y, como demostró una investigación posterior del Congreso, ocultar costes de modo que el público no llegara a conocer la verdadera magnitud de las fortunas que los especuladores de la guerra extraían de la sangre de los soldados muertos.

Gastando fondos del gobierno a un ritmo anual de 10.000 millones de dólares, la junta creó muchos nuevos millonarios en la economía estadounidense, millonarios que, como Samuel Prescott Bush de la infame familia Bush, casualmente formaban parte de la Junta de Industrias de Guerra. Se dice que el propio Bernard Baruch se benefició personalmente de su posición como jefe de la Junta de Industrias de Guerra por valor de 200 millones de dólares.

El grado de intervención del gobierno en la economía habría sido impensable sólo unos pocos años antes. Se creó la Junta Nacional de Trabajo de Guerra para mediar en los conflictos laborales. La Ley de Control de Alimentos y Combustible fue aprobada para dar al gobierno el control sobre la distribución y venta de alimentos y combustible. La Ley de Asignaciones del Ejército de 1916 creó el Consejo de Defensa Nacional, formado por Baruch y otros destacados financieros e industriales, que supervisaba la coordinación del sector privado con el gobierno en materia de transporte, producción industrial y agrícola, apoyo financiero a la guerra y moral pública. En sus memorias al final de su vida, Bernard Baruch se regodeaba abiertamente:

La experiencia del Consejo de Industrias de Guerra tuvo una gran influencia en el pensamiento de las empresas y el gobierno. El WIB (War Industries Board) había demostrado la eficacia de la cooperación industrial y la ventaja de la planificación y dirección gubernamentales. Ayudamos a acabar con los dogmas extremos del laissez faire, que durante tanto tiempo habían moldeado el pensamiento económico y político estadounidense. Nuestra experiencia enseñó que la dirección gubernamental de la economía no tiene por qué ser ineficiente o antidemocrática y sugirió que en tiempos de peligro era imperativa.

Pero la guerra no se libró simplemente para llenar los bolsillos de los ricos. Fundamentalmente era una oportunidad para cambiar la conciencia de toda una generación de hombres y mujeres jóvenes.

Para la clase de aspirantes a ingenieros sociales que surgió en la Era Progresista (desde el economista Richard T. Ely hasta el periodista Herbert Croly y el filósofo John Dewey) la "Gran Guerra" no fue una horrible pérdida de vidas ni una visión de la barbarie que era posible en la era de la guerra mecanizada, sino una oportunidad para cambiar las percepciones y actitudes de la gente sobre el gobierno, la economía y la responsabilidad social.

Dewey, por ejemplo, escribió sobre The Social Possibilities of War ("Las posibilidades sociales de la guerra"):

En todos los países en guerra ha habido la misma exigencia de que, en tiempos de gran tensión nacional, la producción para el beneficio se subordine a la producción para el uso. La posesión legal y los derechos de propiedad individual han tenido que ceder ante las exigencias sociales. La vieja concepción del carácter absoluto de la propiedad privada ha recibido en todo el mundo un golpe del que nunca se recuperará del todo.

Todos los países de todos los bandos del conflicto mundial respondieron de la misma manera: maximizando su control sobre la economía, sobre la fabricación y la industria, sobre las infraestructuras e incluso sobre las mentes de sus propios ciudadanos.

Alemania tenía su Kriegssozialismus, o socialismo de guerra, que ponía el control de toda la nación alemana, incluyendo su economía, sus periódicos y, a través del servicio militar obligatorio, su pueblo, bajo el estricto control del ejército. En Rusia los bolcheviques utilizaron este "socialismo de guerra" alemán como base para organizar la naciente Unión Soviética. En Canadá el gobierno se apresuró a nacionalizar los ferrocarriles, prohibir el alcohol, instituir la censura oficial de los periódicos, imponer el servicio militar obligatorio y, lo que es tristemente célebre, introducir un impuesto sobre la renta de las personas físicas como "medida temporal en tiempo de guerra" que continúa vigente hoy en día.

El gobierno británico pronto reconoció que el control de la economía no era suficiente. La guerra en casa significaba el control de la información. Al estallar la guerra crearon la Oficina de Propaganda de Guerra en Wellington House. El propósito inicial de la oficina era persuadir a Estados Unidos para que entrara en la guerra, pero ese mandato pronto se amplió para formar y moldear la opinión pública a favor del esfuerzo bélico y del propio gobierno.

El 2 de septiembre de 1914, el jefe de la Oficina de Propaganda de Guerra invitó a veinticinco de los autores británicos más influyentes a una reunión de alto secreto. Entre los asistentes a la reunión se encontraban: G. K. Chesterton, Ford Madox Ford, Thomas Hardy, Rudyard Kipling, Arthur Conan Doyle, Arnold Bennett y H. G. Wells. No revelado hasta décadas después de terminada la guerra, muchos de los presentes acordaron escribir material propagandístico promoviendo la posición del gobierno sobre la guerra, que el gobierno conseguiría que imprentas comerciales, incluida Oxford University Press, publicaran como obras aparentemente independientes.

En virtud del acuerdo secreto, Arthur Conan Doyle escribió ¡A las armas! John Masefield escribió Gallipoli y The Old Front Line. Mary Humphrey Ward escribió England's Effort y Towards the Goal. Rudyard Kipling escribió The New Army in Training. G. K. Chesterton escribió The Barbarism of Berlin. En total la Oficina publicó más de 1.160 panfletos propagandísticos a lo largo de la guerra.

Hillaire Belloc racionalizó más tarde su trabajo al servicio del gobierno: "A veces es necesario mentir condenadamente en interés de la nación". El corresponsal de guerra William Beach Thomas no tuvo tanto éxito en la batalla contra su propia conciencia: "Estaba total y profundamente avergonzado de lo que había escrito, por la buena razón de que no era cierto… La vulgaridad de enormes encabezados y la desmesura de los propios titulos no mitigaban la vergüenza".

Pero los esfuerzos de la Oficina no se limitaron al mundo literario. El cine, las artes visuales, los carteles de reclutamiento… no se pasó por alto ningún medio para influir en los corazones y las mentes del público. En 1918 los esfuerzos del gobierno por moldear la percepción de la guerra (ahora centralizados oficialmente en un "Ministro de Información", Lord Beaverbrook) fueron los más descomunales empeños de propaganda que el mundo había visto hasta entonces. Incluso la propaganda extranjera, como el infame Tío Sam, que fue más allá de un cartel de reclutamiento para convertirse en un elemento básico de la iconografía del gobierno estadounidense, se basaba en un cartel de propaganda británico en el que aparecía Lord Kitchener.

Control de la economía. Control de la población. Control del territorio. Control de la información. La Primera Guerra Mundial fue una bendición para todos aquellos que querían consolidar el control de muchos en manos de unos pocos. Esta fue la visión que unió a todos los participantes en las conspiraciones que condujeron a la guerra misma. Más allá de Cecil Rhodes y su sociedad secreta, había una visión más amplia del control global para los aspirantes a gobernantes de la sociedad, que buscaban lo que los tiranos habían ansiado desde los albores de la civilización: el control del mundo.

La Primera Guerra Mundial no fue más que la primera salva en el intento de esta camarilla de crear no un reordenamiento de esta sociedad o de aquella economía, sino un Nuevo Orden Mundial.

GROVE: Lo que la Primera Guerra Mundial permitió a estos globalistas, estos anglófilos, estas personas que querían que la unión de los anglos reinara sobre todo el mundo, lo que les permitió hacer fue militarizar el pensamiento estadounidense. Y lo que quiero decir con esto es que había un denunciante llamado Norman Dodd. Él fue el investigador principal del comité Reese, que investigó cómo las fundaciones sin fines de lucro estaban influyendo en la educación estadounidense alejándola de la libertad. Y lo que encontraron fue que la Fundación Carnegie para la Paz Internacional estaba tratando de investigar cómo convertir a Estados Unidos en una economía de guerra, cómo tomar el aparato del Estado, cómo cambiar la educación para que la gente consuma continuamente, cómo hacer que aumente la producción de armas. Y luego, una vez que esto sucedió en la Primera Guerra Mundial, si nos fijamos en lo que sucedió en la década de 1920, tenemos gente como el Mayor General Smedley Butler denunciando que están utilizando al ejército de EEUU para promover los intereses corporativos en América Central y del Sur y haciendo algunas cosas muy destructivas a los pueblos indígenas, explicando en qué medida estas no eran realmente políticas estadounidenses antes de la Guerra Hispano-Americana en 1898. Es decir, la acción militar en el extranjero no formaba parte de la estrategia diplomática de Estados Unidos antes de nuestra relación con el Imperio Británico a finales del siglo XIX, que se intensificó tras la muerte de Cecil Rhodes. Así que lo que estas personas ganaron fue el punto de apoyo para el gobierno mundial, desde el que podrían conseguir, a través del globalismo, lo que ellos llamaron un "Nuevo Orden Mundial".

La creación de este "Nuevo Orden Mundial" no era un mero juego de salón. Significó volver a diseñar por completo el mapa. El colapso de imperios y monarquías. La transformación de la vida política, social y económica de partes enteras del globo. Gran parte de este cambio tendría lugar en París en 1919, cuando los vencedores se repartieron el botín de guerra. Pero algunos de ellos, como la caída de los Romanov y el ascenso de los bolcheviques en Rusia, tuvieron lugar durante la propia guerra.

En retrospectiva la caída del Imperio Ruso en plena Primera Guerra Mundial parece inevitable. El descontento había estado en el aire desde la derrota de Rusia ante los japoneses en 1905 y la ferocidad de los combates en el frente oriental, unida a las dificultades económicas (que afectaron con especial dureza a la superpoblada y agobiada población urbana rusa) hicieron que el país estuviera maduro para la revuelta. Esa revuelta se produjo durante la llamada "Revolución de Febrero", cuando el zar Nicolás fue expulsado del poder y se instauró en su lugar un gobierno provisional.

Pero ese gobierno provisional (que continuó la guerra a instancias de sus aliados franceses y británicos) competía por el control del país con el Soviet de Petrogrado, una estructura de poder rival creada por los socialistas en la capital rusa. La lucha por el control entre ambos organismos provocó disturbios, protestas y, en última instancia, combates callejeros. La Rusia de la primavera de 1917 era un polvorín a punto de estallar. Y en abril de ese año dos fósforos, uno llamado Vladimir Lenin y otro llamado León Trotsky, fueron arrojados directamente a ese polvorín por ambos bandos de la Gran Guerra. Vladimir Lenin, un revolucionario comunista ruso que había estado viviendo en el exilio político, en Suiza, vio en la Revolución de Febrero su oportunidad de impulsar una revolución marxista en su patria. Pero aunque por primera vez en décadas su regreso a la patria era políticamente posible, la guerra hizo que el viaje en sí fuera imposible. El célebre que se llegó a un acuerdo con el Estado Mayor alemán para permitir que Lenin y docenas de otros revolucionarios cruzaran Alemania de camino a Petrogrado.

El razonamiento de Alemania para permitir el viaje de infausta memoria en "tren sellado" de Lenin y sus compatriotas es sencillo, como cuestión de estrategia de guerra. Si una banda de revolucionarios podía volver a Rusia y empantanar al gobierno provisional, el ejército alemán, que luchaba contra ese gobierno, saldría beneficiado. Si los revolucionarios llegaban al poder y sacaban a Rusia de la guerra, tanto mejor.

Pero la curiosa otra cara de esta historia, la que demuestra cómo el revolucionario comunista compañero de Lenin, León Trotsky, fue conducido desde Nueva York (donde había estado viviendo muy por encima de sus ingresos como escritor de periódicos socialistas) a través de Canadá (donde fue detenido e identificado como revolucionario de camino a Rusia) hasta Petrogrado, es mucho más increíble. Y como era de esperar los historiadores de la Primera Guerra Mundial evitan casi siempre esta historia.

Uno de los eruditos que no rehuyó la historia fue Antony Sutton, autor de Wall Street and the Bolshevik Revolution, cuya meticulosa investigación de documentos del Departamento de Estado, registros del gobierno canadiense y otros materiales históricos reconstruyó los detalles el improbable viaje de Trotsky.

ANTONY C. SUTTON: Trotsky estaba en Nueva York. No tenía ingresos. Sumé sus ingresos durante el año que estuvo en Nueva York; fueron alrededor de seiscientos dólares; sin embargo vivía en un apartamento, tenía una limusina con chofer, tenía un refrigerador, que era muy raro en aquellos días… Dejó Nueva York y se fue a Canadá camino de la revolución. Llevaba 10.000 dólares en oro. No ganaba más de seiscientos dólares en Nueva York. Fue financiado desde Nueva York, de eso no hay duda. Los británicos lo bajaron del barco en Halifax, Canadá. Tengo los archivos canadienses; ellos sabían quién era. Sabían quién era Trotsky, sabían que iba a iniciar una revolución en Rusia. Llegaron instrucciones de Londres de llevar a Trotsky de vuelta al barco con su grupo y permitirles seguir adelante… Así que no hay duda de que Woodrow Wilson (que emitió el pasaporte para Trotsky), los banqueros de Nueva York (que financiaron a Trotsky) y el Ministerio de Asuntos Exteriores británico permitieron a Trotsky desempeñar su papel en la revolución.

FUENTE: Wall Street Funded the Bolshevik Revolution (Profesor Antony Sutton)

Tras lograr impulsar la Revolución Bolchevique en noviembre de 1917, uno de los primeros actos de Trotsky en su nuevo cargo de Comisario del Pueblo para Asuntos Exteriores fue publicar los "Tratados y Acuerdos Secretos" que Rusia había firmado con Francia y Gran Bretaña. Estos documentos revelaban las negociaciones secretas en las que las potencias de la Entente habían acordado repartirse el mundo colonial después de la guerra. El alijo de documentos incluía acuerdos sobre "El reparto de la Turquía asiática", que creaba el Oriente Próximo moderno a partir de los restos del Imperio Otomano; "El tratado con Italia", que prometía territorios conquistados al gobierno italiano, a cambio de su ayuda militar en la campaña contra Austria-Hungría; un tratado de "Modificación de las fronteras de Alemania", que prometía a Francia satisfacer su viejo deseo de recuperar Alsacia y Lorena y reconocía "la completa libertad de Rusia para establecer sus fronteras occidentales"; documentos diplomáticos relativos a las aspiraciones territoriales de Japón y un sinfín de tratados, acuerdos y negociaciones.

Uno de estos acuerdos, el Acuerdo Sykes-Picot entre Gran Bretaña y Francia, firmado en mayo de 1916, ha adquirido infamia con el paso de las décadas. El acuerdo dividía la actual Turquía, Jordania, Irak, Siria y Líbano entre la Triple Entente y, aunque la revelación del acuerdo causó mucha vergüenza a británicos y franceses y les obligó a retractarse públicamente del mapa Sykes-Picot, sirvió de base para algunas de las líneas arbitrarias del mapa del actual Oriente Próximo, incluida la frontera entre Siria e Irak. En los últimos años el ISIS ha afirmado que parte de su misión es "poner el último clavo en el ataúd de la conspiración Sykes-Picot".

Otras conspiraciones territoriales (como la Declaración Balfour, firmada por Arthur Balfour, entonces Secretario de Asuntos Exteriores del Gobierno británico y dirigida a Lord Walter Rothschild, uno de los conspiradores de la sociedad secreta original de Cecil Rhodes) son menos conocidas hoy en día. La Declaración Balfour también desempeñó un papel importante en la configuración del mundo moderno, al anunciar el apoyo británico al establecimiento de una patria judía en Palestina, que en aquel momento no estaba bajo mandato británico. Aún menos conocido es que el documento no fue originado por Balfour sino por el propio Lord Rothschild y fue enviado a su compañero conspirador de la Mesa Redonda Alfred Milner para su revisión antes de ser entregado.

GROVE: Así que este era un Lord [era conocido como Lord Walter Rothschild (1868-1937) y profesionalmente fue zoólogo]. Hereda una gran riqueza y pertenecía a una familia de muy alto estatus. Tenía gran interés por la ciencia, las teorías científicas y la investigación. Además tiene museos zoológicos y colecciona especímenes. Es famoso por su imagen montando una tortuga gigante, a la conduce de un lado a otro mediante un trozo de lechuga sujeta a un palo… la tortuga lleva un trozo de lechuga colgando de su boca. Y siempre he mencionado eso: es una metáfora de los banqueros, que guían a la gente mediante el mecanismo del estímulo-respuesta. Esa tortuga… esta tortuga no puede hacer preguntas. No puede cuestionar su obediencia. Así que ese es Lord Walter Rothschild. ¿Por qué es importante? Bueno… él y su familia fueron algunos de los primeros financieros y patrocinadores de Cecil Rhodes y promovieron su última voluntad y testamento. Y en la cuestión de traer a América de vuelta al Imperio Británico… hay artículos de periódicos… hay uno de 1902 donde Lord Rothschild dice… ya sabes… "sería una buena cosa tener a América de vuelta en el Imperio Británico". También es el Lord Rothschild a quien se dirige la Declaración Balfour. Así que en 1917 hay una carta de acuerdo, enviada por el gobierno británico, de Arthur Balfour a Lord Rothschild. Ahora bien, Lord Rothschild y Arthur Balfour se conocían. Había una larga historia entre ellos y hay muchos socialistas fabianos en toda esta historia que condujo a la Primera Guerra Mundial. Hablando específicamente de Balfour, él actuaba como agente del gobierno británico y decía: "Vamos a regalar esta tierra que no es realmente nuestra y se la vamos a dar a ustedes… a su grupo". El problema es que los británicos también habían prometido esa misma tierra a los árabes, así que ahora la Declaración Balfour va en contra de algunos de los planes de política exterior… de lo que ya habían prometido a otras gentes. La otra cosa interesante sobre la Declaración Balfour es que acaba de cumplir su centenario, por lo que el año pasado había un sitio web con toda la historia de la Declaración Balfour. Se podían ver los originales de Lord Rothschild, que se mandaron a Lord Milner para que los revisara, luego se pasaban a Arthur Balfour y finalmente se devolvían a Rothschild, básicamente como una carta oficial de la monarquía. Eso es interesante. Pero también hay entrevistas en las que el actual Lord Rothschild (Lord Jacob Rothschild) comenta la historia de sus antepasados y cómo crearon el Estado judío en 1947-48 gracias a la Declaración Balfour. Así que hay mucha historia que desentrañar, pero la mayoría de la gente, de nuevo, no conoce el documento y mucho menos la interesante historia que hay detrás de él y mucho menos lo que realmente significa para la historia más amplia.

Más de dos décadas después de que Cecil Rhodes lanzara la sociedad secreta que diseñaría esta llamada "Gran Guerra", gente como Alfred Milner y Walter Rothschild seguían en ello, conspirando con el fin de utilizar la guerra que habían provocado para promover su propia agenda geopolítica. Pero en el momento del Armisticio de noviembre de 1918, ese grupo de conspiradores se había ampliado enormemente y la escala de su agenda había crecido junto con él. No se trataba de un pequeño círculo de amigos, que habían envuelto al mundo en la primera guerra verdaderamente global, sino de una red de intereses superpuestos, separados por océanos y unidos en una visión compartida de un nuevo orden mundial.

Milner, Rothschild, Grey, Wilson, House, Morgan, Baruch y literalmente decenas de otros habían desempeñado su papel en esta historia. Algunos eran conspiradores deliberados, otros simplemente buscaban maximizar las oportunidades que la guerra les brindaba para alcanzar sus propios fines políticos y financieros. Pero en la medida en que los que estaban detrás de la conspiración de la Primera Guerra Mundial compartían una visión, realmente era el mismo deseo que había motivado a los hombres a lo largo de la historia: la oportunidad de remodelar el mundo a su propia imagen.

ENTREVISTADOR: Díganos otra vez: ¿por qué?

SUTTON: ¿Por qué? No lo encontrarán en los libros de texto. Sospecho que el motivo es crear una sociedad mundial planificada y controlada, en la que ni ustedes ni yo tengamos la libertad de pensar, opinar y actuar en función de lo que pensamos.

FUENTE: Wall Street Funded the Bolshevik Revolution - Profesor Antony Sutton

DOCHERTY: La guerra es un instrumento de cambio masivo, lo sabemos. En particular es un instrumento de cambio masivo para aquellos que son derrotados. En una guerra en la que todos son derrotados, entonces es simplemente un elemento de cambio masivo y ese es un concepto muy profundo, que invita a la reflexión. Pero si todos pierden o si todos excepto "nosotros" (dependiendo de quiénes sean los "nosotros") pierden, entonces "nosotros" estaremos en posición de reconstruir a nuestra imagen.

RAICO: En números redondos quién sabe… en la guerra murieron unos 10 o 12 millones de personas. La gente experimentó cosas (tanto durante el combate como cuando volvía a casa y empezaba a entender lo que estaba pasando) que los aturdieron. Que los aturdía. Usted sabe… es casi como si, durante unas pocas generaciones, los pueblos de Europa se habían transformado algo así como en un rebaño de ovejas por sus pastores. ¿OK? A través de la industrialización, a través de la difusión de las ideas liberales y las instituciones, a través de la disminución de la mortalidad infantil… El aumento de los niveles de vida… La población de Europa había crecido tanto como nunca había ocurrido antes… Y ahora llegó el momento de sacrificar a una parte de las ovejas para los fines de los que tenían el control.

FUENTE: The World at War (Ralph Raico).

Para los que tenían el control la Primera Guerra Mundial había sido el parto de un Nuevo Orden Mundial. Y ahora las comadronas de esta monstruosidad se dirigían a París para participar en el parto.

EL FINAL (DEL PRINCIPIO)

En todo el mundo el 11 de noviembre de 1918, la gente estaba de fiesta, bailando en las calles, bebiendo champán, aclamando el Armisticio que significaba el fin de la guerra. Pero en el frente no hubo celebraciones. Muchos soldados creían que el Armisticio era sólo una medida temporal y que la guerra continuaría pronto. Al llegar la noche la quietud sobrenatural en un primer momento empezó a corroer sus almas. Los hombres se sentaron alrededor de hogueras de leña, las primeras que habían tenido en el frente. Intentaban tranquilizarse pensando que no había baterías enemigas espiándoles desde la colina contigua ni aviones de bombardeo alemanes acercándose para borrarlos del mapa. Hablaban en voz baja. Estaban nerviosos. Después de largos meses de intensa tensión, de acostumbrarse al mortal peligro cotidiano, de pensar siempre en la guerra y en el enemigo, la brusca liberación de todo aquello fue una agonía física y psicológica. Algunos sufrieron un colapso nervioso total. Otros, de temperamento más tranquilo, empezaron a albergar la esperanza de volver algún día a casa y al abrazo de sus seres queridos. Algunos sólo podían pensar en las crudas crucecitas que marcaban las tumbas de sus camaradas. Algunos cayeron en un sueño exhausto. Todos estaban desconcertados por el súbito sinsentido de su existencia como soldados y por sus recuerdos desfilaba aquella cabalgata de Cantigny, Soissons, St. Mihiel, el Mosa-Argonne y Sedán.¿Qué vendría después? No lo sabían y apenas les importaba. Sus mentes estaban adormecidas por el shock de la paz. El pasado consumía toda su conciencia. El presente no existía y el futuro era inconcebible (Coronel Thomas R. Gowenlock, 1ª División, Ejército de EEUU).

Poco sabían aquellas tropas cuánta razón tenían. Mientras el público se regocijaba por el estallido de la paz tras cuatro años de la carnicería más sangrienta que la raza humana había soportado jamás, los mismos conspiradores que habían provocado esa pesadilla ya se estaban reuniendo en París para la siguiente etapa de su conspiración. Allí, a puerta cerrada, comenzarían su proceso de dividir el mundo para adaptarlo a sus intereses, sentando las bases y preparando la conciencia pública para un nuevo orden internacional, preparando el escenario para un conflicto aún más brutal en el futuro y haciendo realidad los peores temores de los soldados exhaustos por la batalla. Y todo en nombre de la "paz".

El general francés Ferdinand Foch hizo la famosa observación tras el Tratado de Versalles: "Esto no es una paz. Es un armisticio por 20 años". Como ahora sabemos sus palabras fue precisas y exactas.

El armisticio del 11 de noviembre de 1918 puede haber marcado el final de la guerra, pero no fue el final de la historia. Ni siquiera fue el principio del fin. Fue, en el mejor de los casos, el final del principio.

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